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Vencer al miedo – Abrazar la responsabilidad



Maria Pinar Merino Martin

14/11/2022

El miedo es una emoción natural que nos sirve de ayuda en nuestro objetivo primordial: la supervivencia. Nos avisa de los peligros, nos incita a prevenir riesgos, a protegernos; nos ayuda a generar la energía necesaria para enfrentar una situación o salir huyendo.



Foto de Alex Gruber en Unsplash
Foto de Alex Gruber en Unsplash
Es un mecanismo adaptativo esencial para preservar la vida. Según los antropólogos, venimos al mundo con dos miedos fundamentales: a caer y a oír repentinamente ruidos fuertes. Directa o indirectamente relacionados con estos temores ancestrales, adquirimos muchos otros a lo largo de la vida. Y, cuando no podemos vivirlos ni expresarlos plenamente, se quedan bloqueados en el cuerpo y terminan generando disfunciones físicas que se manifiestan como enfermedades. 
 
A lo largo de los años los miedos físicos se han ido transformando y han ido apareciendo otro tipo de miedos más emocionales. Muchos de ellos fruto de la interpretación que cada uno hacemos de lo que estamos viviendo y de los peligros que sentimos están acechándonos.
 
Hemos de recordar, una vez más, que nuestro cerebro reacciona de la misma manera ante un miedo real o uno imaginario. La sola idea de que estoy en peligro desencadena a nivel biológico una serie de descargas hormonales en el torrente sanguíneo destinadas a “protegerme” … si después me doy cuenta de que el peligro no existía como tal no importa, ya he acumulado en mi cuerpo las substancias químicas para dar respuesta a la situación. Buena parte de nuestro funcionamiento se apoya en esos miedos no resueltos: miedo al rechazo, a fracasar, a sufrir, al castigo, a ser excluido, al abandono, a las pérdidas...

Foto de Alex Gruber en Unsplash
Foto de Alex Gruber en Unsplash

Trabajar los miedos en la infancia

De manera inconsciente, proyectamos nuestros miedos sobre nuestros hijos y alumnos, mientras ellos, también sin darse cuenta, tienden a asumirlos como propios; es algo inevitable porque las emociones son energías “muy contagiosas”, que viajan de unas personas a otras impregnándolo todo, casi como el aire que respiramos.
 
Para “atravesarlas”, es importante identificarlas, comprender su origen, trazar su historia y evaluar su grado de “racionalidad”; también es útil aprender a expresarlas de forma consciente y responsable. Con la claridad que nos ofrece este proceso, podemos empezar a enseñar a niños y niñas a gestionar sus emociones y a construir su confianza y su seguridad.
 
Tradicionalmente, intentamos protegerles, colocándoles en una situación pasiva que, paradójicamente, les deja indefensos frente a los peligros, al preservarles de toda situación de riesgo les impedimos aflorar sus herramientas internas para responder a los retos que se les presentan. La propuesta sería desarrollar una metodología de participación que fuera progresivamente adaptada a las competencias de cada niño, a su edad, a sus circunstancias y a las características de su personalidad. El objetivo es que las criaturas desarrollen la capacidad de enfrentar desafíos lo que les permitirá crecer en autoconfianza, autoestima y autonomía. Para ello es necesario crear un ambiente de respeto, seguridad y apoyo mutuo.

Foto de Ryoji Iwata en Unsplash
Foto de Ryoji Iwata en Unsplash

Las crisis como oportunidad

Las alternativas a las crisis pasan por romper el modelo de fantasía consumista e individualismo que imperan en nuestro mundo y que afecta a millones de personas de todas las edades. Hemos de recuperar la consciencia del ser, de conocer lo que sentimos, lo que deseamos y lo que pensamos. Pero no para ser esclavos del capricho sino para gestionar mejor nuestras necesidades.
 
Todo esto significa que para salir de las sucesivas crisis hemos de situarnos en unas coordenadas diferentes a las del mundo en el que vivimos para poder crear un marco ético que nos permita vivir de otro modo los valores que queremos implantar en nuestras relaciones con la naturaleza, los demás y nosotros mismos.
 
Hemos de elegir entre el dinero o el bienestar, la competitividad o la cooperación, la desigualdad o la justicia, el individualismo a ultranza o la hermandad, el egoísmo o, la compasión, entre el consumo desaforado o el consumo responsable, entre la confrontación o el acuerdo, entre el bien común o la satisfacción individual. En definitiva, elegir entre el TENER o el SER.
 
Incluso podríamos dar pasos para superar la crisis ecológica que vivimos congraciándonos con nosotros mismos para vivir lo que en realidad somos en tanto que especie y personas: seres que necesitamos de la naturaleza y que por lo tanto vivimos inmersos en ella, seres que formamos parte de una familia humana y que vivimos en una casa común. Y solo mediante ese paso que nos libera y nos permite ser nosotros es posible que tengamos el impulso ético, la fuerza social y la lucidez de pensamientos suficiente para ver los problemas económicos en su verdadera dimensión y manifestación y así poder resolverlos de verdad, para convertirnos en constructores de nuestro destino y dejar de ser espectadores, para crear nuevos modelos pensando no solo en nosotros sino en las generaciones futuras.




              



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