En ese momento no entendí del todo lo que quería decir. Hoy, con más años y más preguntas a cuestas, empiezo a comprenderlo.
El dinero ha sido una constante en mi vida, como en la de casi todos. No porque haya tenido demasiado, ni porque lo haya despreciado, sino porque siempre me ha generado preguntas. ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de él con honestidad? ¿Por qué lo deseamos, lo tememos, lo juzgamos? ¿Y por qué, en muchos casos, terminamos definiéndonos a través de él?
El dinero ha sido una constante en mi vida, como en la de casi todos. No porque haya tenido demasiado, ni porque lo haya despreciado, sino porque siempre me ha generado preguntas. ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de él con honestidad? ¿Por qué lo deseamos, lo tememos, lo juzgamos? ¿Y por qué, en muchos casos, terminamos definiéndonos a través de él?
El apego como forma de esclavitud moderna
El apego al dinero no se manifiesta solo en la codicia o la ostentación. A veces se disfraza de prudencia, de ambición, de “sentido común”. Es ese miedo constante a no tener suficiente. Es la ansiedad que sentimos cuando gastamos, incluso en lo necesario. Es la sensación de que nunca es suficiente, aunque tengamos más de lo que alguna vez soñamos.
Y lo más curioso es que este apego no es universal. He tenido la suerte de conocer personas de culturas muy distintas, y he visto cómo varía la relación con el dinero. En algunos lugares, como en buena parte de Occidente, el dinero es sinónimo de éxito personal. En otros, como en muchas comunidades indígenas, el dinero es solo una herramienta más para sostener la red comunitaria.
Y lo más curioso es que este apego no es universal. He tenido la suerte de conocer personas de culturas muy distintas, y he visto cómo varía la relación con el dinero. En algunos lugares, como en buena parte de Occidente, el dinero es sinónimo de éxito personal. En otros, como en muchas comunidades indígenas, el dinero es solo una herramienta más para sostener la red comunitaria.
El apego invisible
No hablo del dinero como herramienta —eso es evidente— sino del dinero como símbolo. Como proyección de nuestros miedos, nuestras carencias, nuestras aspiraciones. El apego al dinero no siempre se ve. A veces se esconde detrás de decisiones aparentemente racionales: ese trabajo que no nos gusta pero que “paga bien”, esa compra que hacemos para sentirnos validados, ese ahorro que se convierte en obsesión.
He vivido momentos de escasez y momentos de abundancia relativa. En ambos casos, el dinero me ha enseñado algo: que su poder no está en lo que puede comprar, sino en lo que revela de nosotros. En la escasez, descubrí mis miedos más profundos. En la abundancia, mis apegos más sutiles.
Estas experiencias me hicieron cuestionar la narrativa dominante en Occidente, donde el dinero suele ser sinónimo de éxito, poder y autonomía. ¿Y si el verdadero éxito no fuera cuánto tenemos, sino cómo lo usamos? ¿Y si la verdadera libertad no fuera financiera, sino interior?.
He vivido momentos de escasez y momentos de abundancia relativa. En ambos casos, el dinero me ha enseñado algo: que su poder no está en lo que puede comprar, sino en lo que revela de nosotros. En la escasez, descubrí mis miedos más profundos. En la abundancia, mis apegos más sutiles.
Estas experiencias me hicieron cuestionar la narrativa dominante en Occidente, donde el dinero suele ser sinónimo de éxito, poder y autonomía. ¿Y si el verdadero éxito no fuera cuánto tenemos, sino cómo lo usamos? ¿Y si la verdadera libertad no fuera financiera, sino interior?.
Hacia una economía con alma
No tengo todas las respuestas. Pero sí tengo una certeza: el dinero no debería gobernarnos. Debería servirnos. Y para eso, necesitamos recuperar una mirada más humana, más espiritual, más ética sobre la economía.
Quizás el primer paso sea simple: dejar de preguntarnos cuánto vale algo, y empezar a preguntarnos cuánto sentido tiene. Porque al final, el verdadero valor no está en lo que poseemos, sino en lo que somos capaces de construir con ello.
¿Es posible una economía con alma? Yo creo que sí. Pero requiere un cambio de mirada. Requiere que dejemos de ver el dinero como un fin en sí mismo y empecemos a verlo como un medio para construir algo más grande: relaciones más justas, comunidades más solidarias, vidas más coherentes.
Quizás el primer paso sea simple: dejar de preguntarnos cuánto vale algo, y empezar a preguntarnos cuánto sentido tiene. Porque al final, el verdadero valor no está en lo que poseemos, sino en lo que somos capaces de construir con ello.
¿Es posible una economía con alma? Yo creo que sí. Pero requiere un cambio de mirada. Requiere que dejemos de ver el dinero como un fin en sí mismo y empecemos a verlo como un medio para construir algo más grande: relaciones más justas, comunidades más solidarias, vidas más coherentes.
Ética y economía: una reconciliación necesaria
En un mundo donde todo parece estar en venta, hablar de ética puede parecer ingenuo. Pero creo que es más necesario que nunca. Cada vez que compramos algo, cada vez que invertimos, cada vez que cobramos por nuestro trabajo, estamos tomando decisiones que tienen consecuencias. No solo económicas, sino humanas, sociales, ecológicas.
Una práctica cotidiana
No tengo fórmulas mágicas. Pero he empezado a hacer algo simple: cada vez que tomo una decisión económica, me pregunto si está alineada con mis valores. A veces la respuesta es incómoda. A veces me doy cuenta de que estoy actuando por miedo, por costumbre, por presión social. Pero al menos ahora lo veo. Y eso, creo, ya es un paso hacia una relación más consciente con el dinero.
Porque al final, como me dijo aquel anciano bajo el árbol, el dinero puede dar vida o puede pudrirse. Todo depende de cómo lo dejemos fluir.
Porque al final, como me dijo aquel anciano bajo el árbol, el dinero puede dar vida o puede pudrirse. Todo depende de cómo lo dejemos fluir.