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EL CAMINO DEL CORAZÓN: Una propuesta atrevida para el buscador del siglo XXI

PARTE I: La evolución de la conciencia



Maria Pinar Merino Martin

13/05/2019

En estos tiempos el viaje hacia la libertad de pensamiento y la independencia de criterio es largo y accidentado y hay que mantener una firme constancia pues parece que, aunque nunca hemos tenido tantas oportunidades y posibilidades a nuestro alcance, muchas de las cosas que nos rodean están encaminadas a distraernos, a ponernos obstáculos que no facilitan el autoconocimiento, el mirar hacia dentro.



Photo by Robin Benad on Unsplash
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La experiencia nos confirma que todo proceso de crecimiento se apoya en una máxima que ya conocían los antiguos griegos pues figuraba en el frontispicio del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los dioses”. Ese ha sido el lema que han enarbolado distintas filosofías y escuelas de conocimiento a través de los tiempos.
 
El camino a recorrer ha sido variopinto y los métodos propuestos también, adaptándose en cada época histórica a las circunstancias del momento, de tal manera que hasta nuestros días el buscador de desarrollo espiritual, de crecimiento, de autoconocimiento, siempre ha tenido a su alcance una vía –a veces dentro de la ortodoxia y otras fuera de ella- que le facilitara el dar pasos en pos de su propia evolución.

Primer paso: el desarrollo mental/intelectual

Photo by Ashley Batz on Unsplash
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En las últimas décadas del siglo XX se exploraron nuevos territorios de la conciencia apoyándose en el desarrollo mental. A medida que la persona conocía y ampliaba sus capacidades mentales estaba en mejor disposición para hacer un buen uso de esa herramienta indiscutible para su evolución. Así los distintos aspectos de la mente fueron estudiados, experimentados y analizados; las características de cada hemisferio cerebral, las distintas “inteligencias” de las que podíamos hablar, las técnicas de modificación de la conducta… y así un largo recorrido hasta llegar a la última etapa en la que se desarrolló un último aspecto de la mente hasta entonces no explorado: el mundo emocional.
 
También ahí surgieron terapias, técnicas, experiencias, metodologías… que conformaron un buen bagaje de utilidades para los buscadores. Hoy, podemos decir, que hemos aprendido a manejar nuestra mente y a gestionar sus potencialidades de manera efectiva aplicando las distintas técnicas en las que ha intervenido no sólo la psicología sino también otras disciplinas que han aportado sus conocimientos: la sociología, la pedagogía, la medicina (sobre todo en algunas de sus ramas como la neurología, la biología, la genética, etc.), la física relativista, la mecánica cuántica, leyes como la ley de la coherencia, teorías como el cerebro holográfico, el universo plegado y desplegado, los postulados sobre la incertidumbre, la resonancia mórfica, la visión sistémica de la realidad… y muchos más.

Photo by Suhyeon Choi on Unsplash
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Segundo paso: Transición a modelos biológicos

Parece claro, que la dirección de búsqueda no es hacia el exterior sino hacia el interior de uno mismo, que las respuestas, las referencias, las “certezas profundas” hay que buscarlas dentro de cada ser humano.
 
No obstante, la complejidad en la que hoy nos movemos no puede manejarse simplemente con unos “parámetros mentales”, el ser humano que arranca con el siglo XXI se encuentra con situaciones que no pueden ser manejadas desde los viejos paradigmas por muy refinados y sofisticados que sean los procesos que nos marcan. Hoy el reto es de tal calibre que sólo un salto cuántico en la percepción de la conciencia permitirá al ser humano sobrevivir a los cambios, de toda índole, que se avecinan.
 
Hay que reconocer que nos ha costado esfuerzo y trabajo llegar donde estamos y eso nos ha creado una estructura de pensamiento en la que nuestra mente desecha generalmente los caminos sencillos, por creer que es imposible que algo valioso se encuentre al final de un camino sin obstáculos, y en cambio busca lo más complicado creyendo que eso le garantiza alcanzar su preciado objetivo.
 
Sin embargo, siempre hay un camino difícil y otro fácil para alcanzar las metas, sólo que el fácil –por alguna razón- se convierte en invisible a nuestros ojos.
 
Para poder avanzar en nuestra evolución nos encontramos en una encrucijada en la que debemos abandonar las viejas estructuras de la mente, los modelos mentales, los esquemas que nos hemos creado a lo largo de nuestra historia personal y dejar que surja algo mucho más vivo, abierto, libre… en definitiva tenemos que migrar desde modelos mentales hacia modelos “biológicos”.

El mundo real y el mundo de la magia

Photo by Anthony Tran on Unsplash
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Vivimos en dos mundos paralelos, dos mundos que se influyen mutuamente de tal manera que si yo actúo en el mundo “A” condiciono la estructura del “B” y viceversa.
 
El “A” es el regido por el hemisferio cerebral izquierdo y el “B” por el derecho.
 
La existencia de ambos planos está suficientemente probada, ambos, el “real” y el “mágico” existen y la única diferencia es que quienes viven en “B” no comprenden por que hacen así las cosas los del “A”, tan complicadas; y los del “A” ni siquiera admiten la existencia del “B”, porque lo consideran parte de la fantasía, de lo irreal, por eso no ven sus caminos; y cuando la magia aparece en “A”, sus habitantes tratan por todos los medios de encontrar una explicación, so pena de ser tenidos por locos.
 
Los caminos sencillos, los caminos mágicos, los caminos iluminados, sin obstáculos y directos al objetivo, son los del corazón porque carecen de expectativas, de comparaciones, de recuerdos ingratos y de deseos posesivos.
 
Los magos pueden acceder al mundo de la magia porque son personas que han abierto las puertas interhemisféricas y se sitúan en el umbral de ambos hemisferios. Ellos conocen las leyes de los dos mundos y por tanto puede actuar en ambos trayendo cosas insólitas del “B” al “A” y aportando cosas útiles del “A” al “B”.

Un proyecto de investigación: Transitar por el Camino del Corazón

Photo by Eneko Uruñuela on Unsplash
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Hace más de 32 años que dirigí mi brújula personal hacia la búsqueda del desarrollo personal, la evolución, la espiritualidad, el auto conocimiento, las respuestas a las eternas preguntas: ¿Quien soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Hacía donde me encamino? Y una más que añadí y que también requería una respuesta clara: ¿Qué he venido a hacer aquí? y el camino que elegí tenía una particularidad y es que a mi me gustaba y me gusta aprender en grupo.
 
Cuando echo la vista atrás y me remonto a la infancia, a la adolescencia o a la juventud, descubro que mis actividades tenían un denominador común: Hacer las cosas en compañía. Siempre que me proponía algún objetivo, a veces demasiado grande, pensaba: “Yo sola no puedo, pero si nos unimos varios lo conseguiremos”. Y así fue como me encontré a lo largo de mi vida formando parte de un grupo, ya fuera de teatro, de montañeros, de voluntariado, un coro… en definitiva, soy “pandillera” por naturaleza.
 
Siempre me ha parecido que eso me abría la posibilidad de enriquecerme con la aportación de los compañeros, de contrastar, de objetivarme, de sumar esfuerzos para conseguir los objetivos de forma más rápida y eficiente.
 
A partir de los 21 años formé parte de un grupo de investigación y trabajo abierto a explorar los territorios de la nueva conciencia y la evolución personal y social. De esta manera se cubría mi necesidad de conocimiento y a la vez de poner en práctica lo aprendido, pues el propio grupo se convertía en un mini-laboratorio social donde cada persona representaba una parte de la sociedad.
 
El trabajo en grupo a priori hace que el avance sea más lento, pero por otro favorece que los pasos que dan sean más firmes, más seguros, ya que están sostenidos por experiencias vivenciales.
 
Cuando arrancaba el nuevo milenio aceptamos en nuestro grupo de trabajo una invitación insólita que tenía que ver con manejar unas coordenadas diferentes de la realidad, utilizar herramientas y facultades que no estaban desarrolladas, dejar la deducción, la lógica, el razonamiento como meros espectadores de la experiencia y sumergirse en un mundo que estaba regido por una “ley” insólita: Todo es posible.
 
Nos costó varias semanas llegar a comprender de qué iba el “juego”, porque en realidad así había que tomárselo, como un juego. Se trataba de una experiencia vivencial que haríamos en grupo y cuyo reto principal consistía en utilizar el corazón, no sólo como órgano generador de nuestros impulsos sino también como órgano pensante, es decir, bajar la energía que teníamos, habitualmente, colocada en la mente y posicionarla en el corazón.
 
La investigación se llevó a cabo, en ese pequeño grupo, de forma muy intensiva durante 7 años. Y posteriormente la puesta en marcha en talleres de cara al exterior se ha prolongado a lo largo de 10 años y continúa ofreciendo resultados sorprendentes y prometedores.
 
Continuará…




              



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