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Rompiendo las barreras



Maria Pinar Merino Martin

31/01/2022

“Al verdadero Juan Salvador Gaviota que todos llevamos dentro”. Cuando abrí los ojos por la mañana esas palabras aún resonaban dentro de mi cabeza. Me había dormido la noche anterior pensando que al día siguiente tenía que escribir un artículo sobre Las Claves del Siglo XXI y unas horas después despertaba con esa frase sonando insistentemente.



Photo by Mitchel Lensink on Unsplash
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Me sorprendió porque hacía más de veinte años que no había vuelto a leer aquel libro maravilloso que tantas puertas nos abrió a todos. Sin embargo, estoy aprendiendo a dejarme guiar por la intuición y me senté frente al ordenador dispuesta a escribir algo sobre los límites que condicionan nuestra vida –que era lo que recordaba vagamente sobre el libro de Richard Bach.
 
La primera sorpresa fue cuando al abrir el libro para refrescarme la memoria leo en la dedicatoria: “Al verdadero Juan Salvador Gaviota que todos llevamos dentro”. ¿Sincronicidad?, ¿coincidencia?, ¿casualidad?, ¿cómo podía recordar textualmente unas palabras que no había vuelto a leer desde hacía tantos años?
 
Todos estamos inmersos dentro de un sistema totalmente dibujado, establecido, con una serie de normas y acuerdos que conforman la realidad que vemos. Un sistema de creencias que participa de todos los ámbitos de nuestra vida y que, una vez puesto en marcha, parece tener como único objetivo PERPETUARSE. La ventaja de estar ahí es que uno se siente seguro, protegido, acompañado –son millones los que comparten las mismas ideas-, no se corren riesgos porque todas las cosas han sido probadas antes por mucha gente y, en definitiva, ofrece como aliciente principal la comodidad, el no complicarse la vida. 

Photo by Dragos Gontariu on Unsplash
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¿Cuáles son los límites?

Todo sería perfecto si no hubiera un pequeño problema: para que esa concepción de la realidad se mantenga firme ha de estar enmarcada por unos límites bien definidos. Límites que han marcado otras personas, en otros lugares y otros tiempos, son los límites de otros. Y eso, que puede estar bien durante un tiempo, en un momento determinado hace crisis y un buen día aparece dentro de nosotros un Juan Salvador Gaviota.
 
Comienzas, entonces, a buscar otros horizontes, a mirar un poco más lejos, a descubrir estrellas cada vez más pequeñas y lejanas, a preguntarte por qué… A partir de ese instante nada vuelve a ser igual y empiezas a leer cosas distintas, a buscar amigos diferentes, a interesarte por otros temas, a necesitar respuestas nuevas a los planteamientos que surgen imparables del interior. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como los demás? –te preguntan los que te rodean-. ¿Por qué no te especializas en algo que realmente tenga salida? ¿Por qué no estudias o trabajas en algo provechoso?
 
Pero el proceso de cambio personal es imparable y uno sólo tiene frente a sí una idea: ¡Hay tanto que aprender! Sin embargo, el aprendizaje es duro porque los terrenos que recorremos son desconocidos, no hay huellas de otros viajeros que nos indiquen que vamos bien y, por si eso fuera poco, como hay muchas luces que brillan en la oscuridad a veces nos equivocamos y elegimos un camino erróneo que nos defrauda. Por otra parte, los intentos por poner en práctica los nuevos aprendizajes tampoco dan buenos resultados y se van amontonando pequeños aparentes fracasos. Son los ensayos para conseguir la máxima altura o la velocidad ansiada.
 
Y, en ocasiones, cuando en momentos de oscuridad las fuerzas comienzan a fallar, aparecen las dudas y la tentación de volver a la “bandada” se hace más fuerte. Uno cree escuchar mil voces que le recuerdan que es un ser limitado por naturaleza, que, si estuviera destinado a vivir otras cosas o de otra forma tendría otras capacidades, que durante generaciones se ha vivido dentro de ese orden establecido y que cualquier intento de salirse es algo temerario e irresponsable. Piensa entonces que los demás tal vez tenían razón, “al fin y al cabo ellos siguen viviendo felices y sin mayores problemas ¿en cambio yo? todo en mi vida está descolocado y sólo he cosechado dolores de cabeza y problemas de entendimiento con los que me rodean…” Los deseos de abandonar son fuertes, cada vez más.

Photo by Nighthawk Shoots on Unsplash
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Ver la luz al final de un oscuro corredor

Pero, afortunadamente, llega el amanecer y con la luz de un nuevo sol se alejan las sombras de la duda y uno “ve” que, aunque regrese nada puede volver a ser como antes. El precio a pagar es elevado: olvidarse de sus objetivos, de sus metas, del impulso por avanzar, por crecer, por aprender, por evolucionar. En un nuevo intento por dejarse oír, vuelve para hacer partícipes de sus descubrimientos a los otros y descubre con sorpresa que los demás se han reacomodado y que con sus “nuevas dimensiones” no cabe ya en el lugar que antes ocupaba. Se siente desplazado y sólo el sentimiento profundo de saber que puede alzarse sobre su ignorancia y descubrirse como criatura de perfección e inteligencia, que puede ser libre para aprender a volar por otros cielos, le hace continuar adelante.
 
El camino que sigue Juan Salvador Gaviota es el mismo que emprendieron miles de seres humanos desde siempre: romper los límites de lo establecido, ampliar la consciencia para vislumbrar el verdadero sentido de por qué han nacido. Los caminos son múltiples y cada uno tendrá unos condicionantes, unas ataduras que vencer para poder descubrir una nueva forma de existir. Ahí acaba la primera etapa de aprendizaje, una etapa llena de técnicas y formas, de ejercicios y prácticas, de logros y confirmaciones. Sin embargo, el camino no ha hecho más que empezar. Así es, hemos cuidado y educado nuestro cuerpo, hemos aprendido a potenciar nuestras energías, sabemos controlar nuestros pensamientos y encauzarlos para lograr las metas propuestas, no obstante…
 
El nuevo nivel de consciencia alcanzado le hace estar más atento, más abierto y le permite captar cosas que antes pasaban desapercibidas; aumenta la sensibilidad, las capacidades de dar y recibir, la posibilidad de lograr más con menos esfuerzo. Por primera vez la experiencia se vuelve tremendamente gratificante al encontrar otras personas que comparten los mismos planteamientos, y vuelve a sentirse integrado en un colectivo, reencuentra una familia que piensa como él, la sensación de “pertenecer a” encuentra por fin eco en su vida. Y a medida que se aleja de los viejos paradigmas -aquellos que nos dicen que nacemos para vivir lo mejor que se pueda, tener un buen trabajo, una posición, una buena familia, unos hijos y después de alcanzar un status sólo queda morir-, se va acercando a la idea de que hay algo llamado perfección y que la meta de toda vida es alcanzar esa perfección y reflejarla. Cada nuevo aprendizaje tiene un sentido pues significa un paso para lograr una vida mejor en un mundo mejor, y comprende que si no aprende nada la próxima existencia será igual que la que ha abandonado.

Photo by Giorgio Trovato on Unsplash
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Soy una unidad de conciencia…

Pero, cuando ya hemos incorporado estos conceptos, nos damos cuenta de que simplemente hemos ampliado nuestros límites, hemos alejado de nosotros las barreras, pero que éstas siguen existiendo. La perfección no está en volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz –como le explicaba su maestro a Juan Salvador Gaviota- porque cualquier número es ya un límite. Posiblemente, el siguiente paso esté muy cerca y muy lejos a la vez, pues representa la ruptura total de la concepción de la realidad que tenemos: sentirnos una unidad de conciencia en evolución que forma parte de un Todo mucho mayor.
 
Y nos enfrentaremos a sentir el espacio y el tiempo de una nueva forma, a identificar nuestro ser integral con la esencia de la creación, a sintonizar cada partícula con el Universo del que formamos parte, a descubrir la tremenda interrelación que existe entre todo lo creado –manifestado o no-, a saber que los límites los pone nuestra mente y hay un camino garantizado para eliminarlos y avanzar: el amor, la energía más poderosa de la creación que está presente en cada uno de nuestros corpúsculos como una referencia constante del origen de dónde partimos. Somos una idea ilimitada de libertad y la evolución es alcanzar la expresión de nuestra verdadera naturaleza.
 
Las Leyes Universales nos dicen que si rompemos las cadenas limitativas del pensamiento rompemos las cadenas del mundo físico y del mundo energético y entramos en una nueva dimensión de conciencia que significa tener la libertad de ser uno mismo aquí y ahora. Todo aquello que impida esa libertad –esencia del ser- debe ser eliminado, ya sea un ritual, una superstición o limitación de cualquier tipo.
 
Recuerda: no hay límites, sólo son la expresión de nuestro pensamiento y por eso precisamente se pueden eliminar.




              



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