Nos hacemos eco en nuestra/vuestra revista de algunos de los pensamientos de Rumi, el poeta y místico musulmán persa. Sus frases sencillas y cargadas de ética forman parte de los valores universales con la intención de despertar en el lector el sentimiento profundo de espiritualidad, que es común a todos los seres humanos. Leamos con la mente y el corazón abiertos para poder integrar estos pensamientos y llevarlos a la practica en nuestra vida diaria.  

Hace unos días he reconocido a una persona con la que hace unas cuantas décadas pasé muchas horas tratando de hallar respuestas a los grandes interrogantes de la vida. Le he visto muy mayor, con un aspecto muy marcado de persona que está pasando por un cruel proceso de enfermedad. No tuve en ese momento la oportunidad de saludarle, pero me quedó por dentro un sentimiento de pena, de compasión hacia ese hombre que era todo vitalidad y jovialidad en sus años mozos.  

Según los postulados de la Iglesia Católica, las potencias del alma son tres: Memoria, Entendimiento y Voluntad, pero según mi “molesta opinión” esta definición es incorrecta o limitada.  

A medida que vamos avanzando en la vida, nos damos cuenta de que se ha incrementado nuestra capacidad de elegir y también la de decir NO a aquello que ya no tenemos por qué aceptar. Es cierto que quizás nos volvemos un poco más exigentes, que ya no «tragamos» con todo lo que nos presentan como si fuera lo más de lo más, que ya no nos creemos de verdad que dan «duros a peseta», que todo es relativo y que lo que hoy es inamovible, puede que mañana se tambalee.  

No sé si te habrás dado cuenta, amigo lector, de que prácticamente todo en el Universo está conformado por espirales. La vida misma es una espiral.  

Una de las preguntas que hacemos con más frecuencia cuando nos encontramos a alguien conocido es ¿Qué tal estás? o ¿Cómo te encuentras? Preguntas que no son sino fórmulas de cortesía para comenzar una conversación. La práctica totalidad de las respuestas a esas preguntas corteses es un “bien”, aunque la realidad diste mucho de ese “bien”.  

¿Ha sentido alguna vez una sensación de familiaridad al cruzarse con alguien desconocido? ¿Se ha preguntado dónde le puede haber visto antes? ¿La visión de esa persona extraña le ha producido una inquietud interna? Telepatía, felicidad, profundo sentimiento de fusión y conexión, atracción intensa... Esas son algunas de las emociones que dicen haber vivido aquellos que han tenido la experiencia de encontrarse o relacionarse con aquellas personas cuya presencia les lleva a cuestionarse si estarán ante su alma gemela.  

Hay una cosa que siempre me ha llamado la atención y es la cara que tienen los santos sobre todo en la iconografía cristiana. Y me ha llamado la atención por la cara de sufrimiento, tristeza y dolor que suelen tener, como si la relación con Dios tuviese que estar basada en poner cara de “pobre de mí” para poder ser atendido.  

Todos hemos leído en alguna ocasión que los expertos en psicología humana sólo reconocen dos emociones primarias: el amor y el miedo. La primera nos lleva a la unión, a la integración y surge como expresión de la vida, y la segunda nos conduce a la separación, la dispersión y la muerte. Esas dos emociones son el eros y el tanatos, dos fuerzas contrapuestas –como el orden y el caos–, siempre presentes en nuestra vida y que se manifiestan por una fuerte tensión. De ese tronco central surgen, como ramas, todas las demás emociones.