Desde que tenemos uso de razón se nos enseña que el universo -y por consiguiente el ser humano- se mueve dentro de un marco delimitado por tres dimensiones. Ha sido así hasta hace muy poco tiempo, prácticamente hasta hace medio siglo, en que las teorías propugnadas por Einstein empezaron a tomar carta de naturaleza. La física cuántica nos presenta un panorama donde las leyes que rigen el mundo material ya no son tan inamovibles. Se ha trascendido de la materia y nos movemos en un terreno donde los conceptos de tiempo y espacio, de causalidad, se han vuelto a replantear.
El modelo del hombre concebido por la filosofía materialista está empezando a ser seriamente cuestionado. Los investigadores vuelven a replantearse su concepción del conjunto cuerpo-espíritu que representa el universo interno del ser humano. La comprensión de las influencias de los estados emocionales sobre el cuerpo físico, ha puesto en tela de juicio el esquema mecanicista del hombre.
En este proceso de cambio, la biología también está conociendo una revolución. Los mecanismos de la vida -y por consiguiente de la muerte- no son bien conocidos y se perciben más complejos de lo que se creía. No obstante, los descubrimientos que se vienen efectuando tanto en el campo de la bioquímica como en el de las energías sutiles inherentes a la vida, permiten extrapolar un futuro donde se podrán desarrollar técnicas que retrasen el envejecimiento celular y, por lo tanto, prolongar la vida.
Con todo, el camino hacia la eternidad no se concibe como exclusivamente relacionado con el alma. Antes al contrario, la búsqueda de la inmortalidad ha sido el objetivo perseguido por todos los grandes personajes de nuestra historia, desde Alejandro el Magno hasta multimillonarios norteamericanos y personajes conocidos del mundo del cine o de la música, que no se resignan a desaparecer a causa de la edad o de las enfermedades. Para estos últimos se han desarrollado técnicas, como la criogenización, que pretenden prolongar artificialmente la vida hasta que se descubran los remedios para sus enfermedades, momento en que serían "reanimados" de su letargo y devueltos a la actividad normal. Y es bien cierto que si esas técnicas fueran eficaces, se podrían evitar muchas muertes. Imaginemos por un momento, que si la criogenización se hubiera puesto en marcha en 1920, posiblemente, todos aquellos que hubieran padecido en aquellos años enfermedades infecciosas, como la neumonía, que ocasionaron un gran número de fallecimientos, en el caso de haber podido ser conservados mediante esa técnica, hoy podrían vivir sin mayores problemas.
No entraremos a valorar las consecuencias sociales que podrían derivarse de una técnica como la criogenización, en el caso de que verdaderamente fuera efectiva: aumento de la población, problemas de transmisiones patrimoniales, inadaptación de los individuos criogenizados al nuevo "ambiente" social en el que reaparecieran, etc., limitándonos a observar el hecho desde una perspectiva más filosófica, que se relacione con la búsqueda permanente del hombre por lograr su propia trascendencia en el mundo físico.
Probablemente, sea la falta de fe en una vida después de la muerte, o el miedo a perder lo conseguido durante la vida, lo que hace a los individuos buscar la forma de permanecer en un mundo donde, al parecer, no les debe haber ido nada mal, si exceptuamos la enfermedad que les lleva a criogenizarse. Para estas personas, conceptos como reencarnación o inmortalidad del alma, deben sonarles a cosa de místicos, ascetas o, simplemente, visionarios.
No se sabe hoy día si será posible realmente reanimar a aquellos que se someten a criogenización, aunque sociedades como la Life Extension Society, la Inmortality Research and Corporation Association o el Anabiosis and Prolongevity Institute -todos ellos afincados en Estados Unidos-, aseguran que aunque actualmente no fuera posible efectuar la reanimación, en el futuro existirán técnicas para poder hacerlo.
Para el lector que no conozca en qué consiste la criogenización, pondremos el ejemplo del doctor James H. Bedford, profesor retirado de psicología, quien hace unos treinta años, y antes de morir de cáncer a la edad de setenta y tres, pidió ser criogenizado. La Cryonics Society de California aconsejó, y el doctor B. Renault Able realizó, el crío-entierro (si es que se puede utilizar este término). El primer paso consistió en la inyección de un agente anticoagulante (la heparina), después de lo cual le abrieron el tórax y le dieron masaje al corazón, a fin de que el cerebro continuase recibiendo sangre. Urgentemente, el doctor Bedford fue trasladado a una máquina pulmón-corazón y le bajaron la temperatura corporal a 8ºC, envolviéndole en hielo. En este punto le extrajeron la mayor parte de la sangre, sustituyéndola por una solución salina más el disolvente DMSO. A continuación bajaron la temperatura del cuerpo hasta los -79ºC y lo enviaron en avión hasta Phoenix (Arizona), para guardarlo en nitrógeno líquido a -190ºC.
Probablemente, la técnica utilizada ya haya sido superada en cuanto a los elementos químicos empleados, sobre todo teniendo en cuenta que el componente DMSO produce efectos secundarios muy problemáticos, lo que asociado al problema causado por la concentración de líquidos con cargas eléctricas en el interior de las células del organismo, hace bastante improbable que el doctor Bedford vuelva a la vida.
Pero volvamos a revisar las cuestiones de tipo filosófico. ¿Dónde se encuentra el espíritu de una persona criogenizada?, ¿el criogenizado está vivo o está muerto?, ¿los embriones humanos congelados tienen incorporado un espíritu?
Nos encontramos con cuestiones donde no hay experiencia previa, dado que aún no se ha "descongelado" a nadie, pero si atendemos a los experimentos realizados por la ciencia en lo relativo a operaciones quirúrgicas donde ha habido que bajar la temperatura corporal, esa experiencia nos dice que la vida cesa cuando bajamos la temperatura por debajo de los 9ºC. Si esto es así con personas vivas, nada nos hace suponer que puedan sobrevivir aquellos cuyos cuerpos se han conservado en nitrógeno líquido a temperaturas por debajo, en muchos grados, del punto de congelación. ¿Es que acaso los científicos creen que espíritu y cerebro son una misma cosa? La vida es el resultado de la perfecta armonización de tres factores primordiales: organismo físico, sistema etérico/astral y energía mental. Los tres tienen la misma estructura pero en octavas vibratorias diferentes, de tal modo que si el cuerpo físico es sometido a transformaciones en los componentes diseñados por la Naturaleza: temperatura, sangre, líquidos internos, etc., el cuerpo etérico deja inmediatamente de vitalizarle.
Es probable que con el tiempo se consiga devolver la vida física a los órganos que constituyen el cuerpo de una persona, pero dudamos mucho que lo que los esoteristas conocen como alma-personalidad vuelva a anidar en él. La vida no es sólo funcionamiento orgánico, es, sobre todo, un plan destinado a facilitar el aprendizaje de los seres humanos y la muerte, como parte de la vida, es un factor más de ese aprendizaje.
En cuanto a los embriones congelados, según las teorías propugnadas por quienes han realizado investigaciones con sujetos en estado de trance, como los doctores Robert Kastenbaum, Gina Cerminara, Edith Fiore, Hellen Wambach, Raymond A. Moody, I. Stevenson o los suecos Karlis Osis y Enlerdur Haraldsson, al parecer la incorporación definitiva del espíritu al cuerpo del feto se realiza aproximadamente 72 horas antes del alumbramiento, realizando el espíritu frecuentes visitas a lo largo de la gestación para ir reconociendo el cuerpo que le servirá de soporte evolutivo. Así pues, todo parece indicar que en el futuro -una vez se hayan dado cuenta de que los procesos de criogenización adolecen de "alma"- los científicos se tendrán que replantear que tal vez las teorías que hablan de "otros cuerpos" más sutiles sean la clave para entender que no por conservar lo más denso, se conserva la VIDA.