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Camino a la felicidad



Luis Arribas Mercado

17/09/2020

Dicen que los ciegos desarrollan la sensibilidad de sus otros sentidos y de esta manera el freno que supone la falta de visión queda en cierta medida superado. Sin embargo, no parece que el progresivo desarrollo de nuestra capacidad razonadora, de nuestra consciencia, haya servido para relacionarnos mejor con los que nos rodean. Antes, al contrario, a medida que nos percatamos de que el entorno puede ser peligroso para nuestra salud física y psíquica, nos protegemos utilizando todos los recursos que nuestra inteligencia ha sabido desarrollar.



Photo by Sasha Freemind on Unsplash
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Así, cada día nos hacemos menos comunicativos, menos externos y, consecuentemente, más introvertidos, quedando la expresión de nuestros sentimientos y emociones reducida a nuestro ámbito más privado. Incluso, en la era de las comunicaciones, como las redes sociales donde todo se cuenta sin saber quién lo va a leer, las expresiones de nuestro interior han quedado reducidas a la mínima expresión para dejar salir sólo lo que nos presente como personas atractivas, merecedoras de ser observadas y apreciadas.
 
La vida que vivimos actualmente no nos deja ni tiempo ni espacio suficiente para reunirnos con nuestros amigos y conversar, por eso florecen las redes sociales, porque desde mi casa, sin moverme de mi silla, puedo comunicarme con cientos o miles de personas al mismo tiempo, pero ¿qué comunico? ¿Acaso conocen mis pensamientos profundos toda esa gente que lee los comentarios o ve las fotos que he insertado en el muro?, ¿saben cuáles son mis inquietudes verdaderas, mis miedos, mis esperanzas? No, eso ya es harina de otro costal.
 
A través de la comunicación buscamos la felicidad, tratamos de encontrar la fuente que nos satisfaga nuestra sed de ser comprendidos y queridos, y eso ha sido así desde que el mundo es mundo. Si somos aceptados, si somos valorados, si, en definitiva, encontramos satisfechas nuestras tres necesidades básicas -inclusión, control y afecto-, podemos decir que hemos hallado la felicidad.

Photo by Jacqueline Munguía on Unsplash
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Se puede aprender a ser feliz

Hay quien confunde felicidad con placer, con bienestar físico o psicológico cuando, en realidad, podríamos decir que es un estado emocional en el que confluyen tanto factores voluntarios como involuntarios; no es una respuesta automática como el parpadeo, es más bien la consecuencia de haber encontrado la paz interior y de sentir la alegría que eso nos produce, una alegría exenta de miedos; además, sentirnos bien con nosotros mismos y el entorno nos permite mantener o incluso obtener salud. No sólo el amor, el humor y la inspiración creativa producen bienestar, sino también el optimismo, la empatía, el altruismo, la ética en el trabajo y el esfuerzo de superación personal. Habría que añadir que una dieta equilibrada y adecuada también sustenta un ánimo positivo y, en consecuencia, favorece la buena salud. Algunos autores hablan, incluso, de un trinomio compuesto por alimentación-felicidad-salud.
 
Recientes investigaciones parecen confirmar que las emociones positivas pueden ser potenciadas para ayudar a prevenir la aparición de determinadas enfermedades. Un estado emocional positivo se asocia a un sistema inmunológico más potente, a una mejor capacidad de responder a situaciones estresantes, así como a una menor predisposición a sufrir trastornos psicopatológicos, como la depresión y la ansiedad.
 
No obstante, todos nos podemos sentir tristes en un momento concreto de nuestra vida. Un desengaño amoroso, un bache económico, un despido imprevisto, la muerte de una persona cercana o simplemente una vida demasiado ajetreada… pueden hacer que suframos cierta incapacidad para disfrutar de las cosas. Esta reacción es normal. El problema llega cuando esta situación se alarga en el tiempo y lo que hasta ahora era un hecho puntual se convierte en «lo habitual», entonces se produce lo que la medicina denomina anhedonia o incapacidad para disfrutar de las cosas agradables de la vida y sentir placer.
 
Según la medicina convencional, el porqué de la anhedonia reside en el cerebro cuando se trata de situaciones como la abstinencia a las drogas, la depresión y la esquizofrenia. Y es que, en situaciones depresivas o de un gran estrés o ansiedad, el cerebro se bloquea y deja de fabricar dopamina, una sustancia química responsable de las sensaciones placenteras.
 
Cuando la anhedonia no domina toda la vida de la persona, sino que se centra en un aspecto concreto se pueden buscar otras causas. Así, es posible que ciertos tipos de medicamentos, como algunos que se utilizan para tratar la depresión o la esquizofrenia, sean los responsables de la pérdida del placer sexual o del gusto por la comida.
 
No obstante, si observamos este trastorno desde un punto de vista menos físico y más psíquico, quizás encontremos procesos emocionales no resueltos y que continúan, por tanto, enviando señales que el paciente no encuentra asociadas a su problema. Según las teorías del Doctor Hamer, cuando se produce una «constelación», es decir, cuando se dan al mismo tiempo dos o más traumas emocionales que afectan a ambos hemisferios cerebrales no se produce un daño físico, sino que la consecuencia es un daño psíquico, en este caso, la anhedonia.
 
Así pues, en la búsqueda de la felicidad no siempre tenemos por delante un camino llano, sino que, con frecuencia, nos encontramos con cuestas empinadas, baches profundos o tramos en reconstrucción, pero en cualquier caso es muy importante saber que todo es relativo, que por mucho que llueva siempre termina por escampar y que la vida nunca nos pone delante retos que no podamos superar, aunque muchas veces nos parezca imposible.

Photo by Christen LaCorte on Unsplash
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El Camino del Corazón

Recuerdo una escena de la película «Cocodrilo Dundee» en la que el protagonista que acababa de llegar a la gran ciudad procedente de la sabana australiana, se dedica a saludar a cuantos se encuentra por la calle, quienes le miran como a un bicho raro. Luego, al saber que un alto porcentaje de esos ciudadanos visitaba regularmente a su psiquiatra, se pregunta: ¿Es que esta gente no tiene amigos?
 
Nuestro sentimiento gregario, que tanto hizo para que lográramos sobrevivir en un medio hostil cuando empezamos nuestra andadura como seres humanos, en la actualidad lo hemos sustituido por sistemas de alarma súper sofisticados, por agentes de seguridad privados, por guardaespaldas a la medida. En lugar del cálido roce del compañero o compañera que nos inspira protección y apoyo, nos encontramos con la luz parpadeante de un detector de infrarrojos que nos avisa si alguien ha invadido nuestro espacio vital. Así que ya prácticamente no nos tocamos. Hemos perdido el gratificante sabor de un buen abrazo porque nuestra mente razonadora nos dice que eso no está bien, que si das un abrazo «como Dios manda» a alguien, corres el riesgo de que ese alguien interprete erróneamente tu gesto. Sin embargo, yo he visto como se han emocionado hombres y mujeres cuando se han roto las barreras de los convencionalismos y se han fundido en un abrazo sincero de amistad y complicidad con otras personas a las que habían conocido tan sólo 24 horas antes, y ello porque, de pronto, se sintieron partícipes de una misma idea, de un mismo proyecto, de algo que llevaban muy dentro del corazón y que al verlo reflejado en otro era como si, de repente, lo recuperaran.
 
Abandonar de vez en cuando el camino de la mente y atreverse a caminar por el camino del corazón es una forma de superar las distancias entre los seres humanos. Nuestro interior, en forma de sentimientos, está constantemente dispuesto a manifestarse en cuanto le damos argumentos para ello. Es nuestra mente la que reprime ese deseo, las normas sociales, el «qué dirán», el quedarte supuestamente indefenso a merced de las emociones que surgen incontroladas de lo profundo. Por eso no es de extrañar que aquellos seres humanos que tienen inhibido su consciente en todo o en parte, como es el caso de los discapacitados psíquicos, no tengan problema en ser abiertamente cariñosos y emocionales. Tal vez el Homo Sapiens debiera ser menos sapiens y más emocionalis, así muchas lacras sociales que hoy padecemos, y cuya causa no es otra que la incomunicación y el egoísmo, se verían superadas.

Los miedos y la inseguridad

Photo by Caleb Woods on Unsplash
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Una de las características más acusada del camino de la mente es la presencia de asaltantes, los llamados miedos, esos con los que cada día nos bombardean quienes no quieren que nos salgamos del redil no fuera a ocurrir que decidiéramos tomar decisiones que no les gustasen. Afortunadamente, los valores inamovibles del ser humano, entre los que se encuentran la libertad y la justicia, parece que están emergiendo imparables en algunos lugares del planeta donde sus ciudadanos han decidido tomar las riendas de su futuro. Ellos han luchado contra el miedo con riesgo incluso de perder su propia vida y lo han hecho por los impulsos de su corazón más que de su mente, ésa es la diferencia más palpable entre los dos caminos que podemos transitar cada día.
 
El camino del corazón está exento de miedos y al mismo tiempo está lleno de oportunidades para el crecimiento del ser humano ya que sin la presencia del miedo nos atreveremos a afrontar retos que antes se nos antojaban imposibles y cuyos beneficios nos impulsarán a seguir incidiendo en ese camino que se nutre de los impulsos sanos que le llegan del camino de la mente, para coordinar entre ambos lo mejor para nosotros.
 
Lo que es muy seguro es que la felicidad se encuentra en ese camino, así que quienes la buscamos tarde o temprano entraremos por sus veredas y allí nos encontraremos con quienes, como nosotros un día, nos atrevimos a meter la nariz por donde la mente decía que era peligroso y que nos llevaría a la locura. Sin embargo, dicen que la palabra cordura proviene de la palabra corazón...
 
El descubrir que nuestra mente consciente lo mismo que nos está protegiendo nos puede estar impidiendo crecer, es ya un paso adelante en la búsqueda de los resortes que hagan cambiar este estado de cosas. Tal vez la comprensión de cómo nos gustaría vivir en relación con los demás, o el dolor que se experimenta al comprobar que la soledad «per se» no es nuestra mejor aliada, sean los mecanismos para que nuestra consciencia se amplíe y penetre en los terrenos vedados de las emociones y podamos vivir plenamente nuestra particular «inteligencia emocional».




              



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