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La vida es color



Luis Arribas Mercado

07/07/2022

Hace unos días he reconocido a una persona con la que hace unas cuantas décadas pasé muchas horas tratando de hallar respuestas a los grandes interrogantes de la vida. Le he visto muy mayor, con un aspecto muy marcado de persona que está pasando por un cruel proceso de enfermedad. No tuve en ese momento la oportunidad de saludarle, pero me quedó por dentro un sentimiento de pena, de compasión hacia ese hombre que era todo vitalidad y jovialidad en sus años mozos.



Foto de Jeremy Thomas en Unsplash
Foto de Jeremy Thomas en Unsplash
Y pensé que la vida nos da permanentemente la oportunidad de ser felices, de “sacarle el jugo” cada día que comienza y que es una pena que no seamos capaces de vivir el día a día poniéndole colores lejos del gris de la mediocridad. Lo poco que pude escuchar a este antiguo amigo eran todo críticas y quejas, pegando brochazos de gris a lo que estaba viviendo en estos delicados momentos.
 
Esta experiencia me llevó a darme cuenta de que caminando te encuentras con todo tipo de personas, unas educadas que te saludan al pasar, otras que no te saludan, otras que te sonríen y muchas para las cuales eres invisible. También he conocido personas mediocres que aceptan la mediocridad como parte natural de la vida cuando no hay nada peor que la mediocridad, el pasar por la vida con un tono que no es ni blanco ni negro, ni de ningún color definido. Personas cuyo objetivo parece ser el de sobrevivir a cualquier precio, incluso renunciando a conocerse siquiera un poco a sí mismos. Nacen, crecen se reproducen y mueren, igual que si fueran animales que no se cuestionan nada. Estas personas viven en un mundo sumergido en una bruma grisácea sin replantearse si todo es así.
           
Esas personas no suelen tener opinión, no participan en casi nada, no leen, no saben apreciar una buena conversación, no saben reconocer el amor cuando llega a su puerta -algo que les podría sacar de ese estado mental tan mediocre- y, al no reconocerlo, no lo dejan pasar. Su objetivo en la vida es conseguir un buen coche, un apartamento en la playa, una pareja y unos hijos que no le den problemas, llegar con su sueldo a fin de mes y esperar que no caigan enfermos… Ya no hablo de inquietudes espirituales, de lecturas que le abran las puertas del conocimiento profundo, no, esos son “comeduras de coco” que solo sirven para distraerte de lo verdaderamente importante que es sobrevivir en un mundo agresivo y que no nos lleva a ninguna parte ¿os suena esto que acabo de decir? Seguro que conocéis a más de una persona que encaja en este perfil.
    
El mediocre huye del compromiso; dice cosas como: «Yo escucho a todos y luego me quedo con lo mejor de cada uno». En lugar de elaborar sus propias creencias se apunta a las de los más carismáticos, a los gurús de turno, que la mayoría de las veces venden refritos de otras filosofías o creencias...
    
En fin, si sientes que formas parte de la gran familia de los mediocres SALTA a un lado del camino y reivindica el derecho a equivocarte por ti mismo, no dejes que nadie tome decisiones por ti cuando está en juego tu futuro.
    
La vida es para aquellos que decidieron «pintarse la cara color de esperanza» como dice la canción. El gris les va bien a los ejecutivos de las grandes corporaciones, pero tiene el inconveniente de que se queda pegado a la piel.

Foto de Tetiana SHYSHKINA en Unsplash
Foto de Tetiana SHYSHKINA en Unsplash

La rutina

Lo peor para unos es la salvación para otros. Hablo de la rutina, esa forma de vivir que no incorpora al riesgo porque el miedo a los cambios hace que se entre en pánico si algo cambia.
 
Es lo que suele pasarles a muchas personas que se jubilan; viven tan obsesionados por los posibles cambios que su cuerpo energético se les torna gris y pierde vitalidad. Es el cerebro de reptil el que predomina en sus vidas y cuando llegan momentos de crisis son los primeros que enferman de miedo, aunque la medicina convencional le ponga otros nombres.
 
La rutina por tanto es hermana de la mediocridad y los tonos mediocres son patrimonio de quiénes pudiendo hacer mucho hacen muy poco, porque si hacen más, a lo mejor destacan, y si destacan tendrían que aceptar compromisos y eso no lo les apetece; eligen ser parte de la masa.
 
La rutina es una palabra que deriva de la palabra rueda y ya sabemos que la rueda gira sobre un eje y no se sale de su giro. Para salir de esa situación que tiende a perpetuarse es necesario poner en marcha recursos creativos en todos los órdenes de la vida porque si no la rueda puede atascarse de nuevo y después a ver qué hacemos.
 
La creatividad se activa en el hemisferio derecho del cerebro y es capaz de alterar lo más consolidado, por eso, las diferentes formas de pintura a lo largo de los siglos han sido promovidas por genios un poco “locos”.
 
La vida puede parecer rutinaria, pero en realidad cada día se renueva y cambia los patrones previos, aunque no lo parezca a simple vista.
 
Los acontecimientos de todo tipo que inciden cada día sobre los seres humanos modifican sus estructuras mentales, salvo en los mediocres y los rutinarios, porque ellos están protegidos con una coraza que finalmente termina por ahogarles.
 
Para estar fuera de la rutina y la mediocridad es necesario que la persona reciba de vez en cuando impulsos que la activen porque si no aparecen los sentimientos de desconfianza ante el futuro incierto y eso empieza a provocar inseguridad y a partir de ahí se desarrolla todo el protocolo que nos llevará de nuevo a lo “conocido” y a la “zona de confort”.
 
El futuro está por hacer y no será como lo pintan los agoreros, será espiritual o no será.




              



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