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Cuestión de evolución I: El cerebro de reptil



Luis Arribas Mercado

16/06/2021

En esta oportunidad, quisiera hablaros de cómo los seres humanos actuales tenemos una personalidad derivada de las diferentes partes de nuestro cerebro, siendo la más primitiva o “cerebro de reptil” la que menos controlamos y, sin embargo, es la que tiene en su estructura programas que nos permiten sobrevivir en un mundo plagado de peligros tanto reales como imaginarios.



Photo by Marius Masalar on Unsplash
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El cerebro humano está formado por varias zonas diferentes que evolucionaron en distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados crecía una nueva zona, generalmente la naturaleza no desechaba las antiguas; en vez de ello, las retenía, formándose la sección más reciente encima de ellas.
 
Esas primitivas partes del cerebro humano siguen operando en concordancia con un conjunto de programas que proceden tanto de los mamíferos que habitaban en el suelo del bosque como, más atrás aún en el tiempo, de los toscos reptiles que dieron origen a los mamíferos.
 
El complejo-R, también conocido como el "cerebro reptiliano", incluye el tronco del encéfalo  y el cerebelo. La frase "cerebro reptiliano" deriva del hecho que el cerebro de un reptil  es dominado por el tronco encefálico y el cerebelo, que controla el comportamiento  y el pensamiento instintivo para sobrevivir. Este cerebro controla los músculos, el equilibrio y las funciones autonómicas (p. ej., respiración y latido del corazón). se encarga fundamentalmente de los instintos básicos de la supervivencia, del deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas tipo “pelea-o-huye”.
 
En los reptiles, las respuestas al deseo sexual, a la comida o al predador peligroso eran automáticas y programadas; la corteza cerebral o neocórtex (última adquisición cerebral), con sus circuitos para sopesar opciones y seleccionar una línea de acción a la hora de tomar decisiones, obviamente no existe en estos animales.

Movidos por los instintos

Photo by Robina Weermeijer on Unsplash
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Sin embargo, muchos experimentos han demostrado que gran parte del comportamiento humano se origina en zonas profundamente enterradas del cerebro, las mismas que en un tiempo dirigieron los actos vitales de nuestros antepasados. Es decir, que actuamos movidos por instintos relacionados con la necesidad de sobrevivir, como individuos y como especie.
 
“Aún tenemos en nuestras cabezas estructuras cerebrales muy parecidas a las del caballo y el cocodrilo”, dice el neurofisiólogo Paul MacLean, del Instituto Nacional de Salud Mental de los EE.UU. MacLean ilustra esta función al sugerir que organiza los procesos involucrados en el regreso de las tortugas marinas al mismo terreno de crianza de años atrás.
 
Nuestro cerebro primitivo de reptil, que se remonta a más de doscientos millones de años de evolución, nos guste o no nos guste reconocerlo, aún dirige parte de nuestros mecanismos para cortejar, casarse, buscar hogar, seleccionar dirigentes y es responsable de muchos de nuestros ritos y costumbres.
  
El cerebro de reptil está involucrado en crear y mantener la delimitación territorial que considera de su propiedad, así como en una existencia rígida y casi programada. Seguramente, todos conocemos a alguien de nuestro entorno que manifiesta este tipo de comportamientos. Es típica de esta conducta la repetición: un reptil nunca improvisa o investiga nuevas maneras de llegar desde esta piedra hasta ese árbol, ya una vez aprendido un camino, morirá haciendo una y otra vez el mismo itinerario.
 
Las costumbres arraigadas dan seguridad pero impiden el avance a través del riesgo por conocer cosas nuevas, eso posiblemente mantuvo a las primeras generaciones humanas ancladas en sus territorios hasta que alguno se atrevía a aventurarse fuera de su “zona de confort” para solucionar problemas tribales, de alimentación o de reproducción. Por eso, después de miles de años de evolución, aún a los seres humanos puede vinculársele a los rituales y ceremonias, a las convicciones religiosas, a las acciones legalistas, así como a los comportamientos obsesivos y rutinarios.
 
Está claro que este cerebro presenta la infraestructura neural ideal para la persuasión política, para mantener lo establecido o no asumir retos que no le den seguridad. Y también se encuentra involucrado en las operaciones nostálgicas como la “vuelta al hogar” y la añoranza de la infancia. Lo peor que puede hacérsele al cerebro reptiliano es cambiar de lugar de residencia y de hábitos de vida, actitudes que lo desconciertan. Conozco a alguien muy cercano que hasta el cambio de un coche viejo por uno nuevo le produce un disgusto enorme.
 
Puede atribuirse al cerebro reptiliano una participación decisiva para comprender algunos fenómenos sociales como la violencia destructiva, la histeria de masas, la importancia de las modas pasajeras y el consumismo.
 
El cerebro reptiliano se comporta en el hombre como legado neurótico de un super-yo ancestral que le impide adaptarse y crear situaciones nuevas, lo cual explica la fuerte resistencia a los cambios que experimentan la mayoría de los seres humanos, independientemente de sus ventajas o desventajas. La vida es cambio permanente y la única forma de sobrevivir en un mundo cambiante es adaptarse a los cambios.




              



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