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La fama como espejo social



Luis Arribas Mercado

20/10/2025

No hace falta ser famoso para tener fama. En cualquier comunidad, grupo de amigos o entorno laboral, hay personas que “tienen buen nombre” y otras que cargan con una reputación difícil.



Foto de Thriday en Unsplash
Foto de Thriday en Unsplash
A veces basta una anécdota, un gesto, un rumor y la fama queda asignada, como si fuera una etiqueta invisible pero muy poderosa.
 
Tener buena fama puede abrir puertas que ni siquiera sabíamos que existían: confianza espontánea, invitaciones, apoyo, oportunidades. Es como si el prestigio social hiciera el trabajo antes que uno. Pero también hay algo inquietante en cómo se construye: ¿quién decide lo que está “bien” o “mal”? ¿Cuánto influye nuestra apariencia, nuestro entorno, o incluso los prejuicios colectivos?
 
La mala fama, por su parte, tiene una fuerza opuesta. Puede aislar, desacreditar, bloquear posibilidades. Y lo más curioso es que muchas veces no depende solo de los hechos, sino del relato que circula. La gente recuerda historias más que datos. Lo que se dice de alguien —aunque no sea del todo cierto— puede pesar más que lo que esa persona ha hecho realmente.
 
En este sentido, la fama actúa como un mecanismo social de vigilancia y control. Premia ciertos comportamientos y sanciona otros. Nos recuerda constantemente que vivimos rodeados de miradas: las que nos observan, las que nos juzgan, las que nos recomiendan o advierten sobre nosotros.
 
Pero también hay espacio para la redención. Hay quienes, tras años de mala fama, logran cambiar su imagen pública. Y eso suele requerir tiempo, actos coherentes, y quizá el gesto de alguien que se atreva a mirar más allá del estigma.
 
Así que la próxima vez que escuchemos que alguien “tiene fama de…” quizá valga la pena preguntarse: ¿quién lo dice, por qué lo dice, y qué historia hay detrás de esa reputación? Porque entender la fama no es solo entender a los otros: es también entender cómo construimos sociedad, cómo elegimos a quién acercarnos y a quién alejamos, y qué valores estamos reforzando cuando compartimos una opinión sobre alguien.
 
Al final, la fama —buena o mala— no siempre refleja quiénes somos, sino cómo el mundo decide mirarnos. Y a veces, basta un gesto sincero, una acción invisible al ojo público, para recordarnos que el valor real no siempre hace ruido.




              



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