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¿Podemos reencarnarnos en un animal?



Luis Arribas Mercado

14/02/2022

Por regla general, el ser humano tiende a pensar que aquello que configura su marco de referencias o bien es compartido por el resto de los mortales o bien éstos están equivocados. Esto ha venido sucediendo tradicionalmente a lo largo de los siglos con las creencias religiosas, los planteamientos políticos, económicos o filosóficos.



Photo by Lucas Sankey on Unsplash
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La forma en que se percibe el mundo desde la óptica de las diferentes culturas, hace que se produzcan enfrentamientos entre ellas: la forma de entender la vida y la trascendencia por parte de la cultura oriental choca a menudo con la visión que se tiene desde el mundo occidental, de la misma manera que a un esquimal, por poner un ejemplo, le costaría entender los patrones conductuales que se manifiestan en una tribu de bosquimanos.
 
En lo relativo a la reencarnación, nos encontramos con que en casi todas las culturas, tanto antiguas como modernas, se encuentran reflejados argumentos a favor de su existencia, si bien muchos de ellos difieren tanto en lo filosófico como en lo meramente físico. Algunos arqueólogos creen que ésa fue la razón de que en el Neolítico se enterraran los cuerpos en posición fetal, para facilitar así el renacimiento. Por otra parte, aunque está muy extendida la idea de la reencarnación, no todas las culturas y tradiciones se ponen de acuerdo en el vehículo utilizado para volver a la vida.
 
Por ejemplo, a los pueblos que viven cerca de la naturaleza, que tienen una visión panteísta de la creación y que consideran al ser humano como parte de ella, puede resultarles aceptable imaginarse a sí mismos como renacidos en cuerpos de animales, mientras que a los miembros de culturas avanzadas, con filosofías bien desarrolladas, conscientes del nivel alcanzado por el ser humano dentro de la escala evolutiva, les puede parecer absolutamente imposible que un espíritu humano se integre en el cuerpo de un animal.

Photo by Marcell Viragh on Unsplash
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¿Reencarnar en un vegetal o en un animal?

La idea de la transmigración de las almas con encarnaciones aleatorias en vegetales o animales está muy extendida actualmente bajo el amparo de religiones como la hinduista -posiblemente, la más representativa en cuanto a la enseñanza de estos principios-, así como en las tradiciones de pueblos de todas las latitudes en los que esta idea ha formado parte de su acervo cultural. Así, en la antigua Europa, las tradiciones populares anglosajonas hablan de que las almas de los hombres y mujeres pasan a los animales, aves o plantas y, según el folklore británico y bretón, los espíritus de los pescadores y marineros muertos habitan en los cuerpos de las gaviotas blancas, y los de los niños no bautizados flotan en el aire, en forma de aves, hasta el día del Juicio Final.
 
Los teutones, e incluso los romanos (según Plinio), atendían cuidado­samente a las serpientes domesticadas, a las que consideraban como encarnaciones de sus antepasados, o como genios guar­dianes de sus hogares. Según los galeses, la doctrina de la reencarnación se inició con los celtas, ya en la prehistoria, y fue a través de ellos como encontró su camino hacia el Este, para florecer en el hinduismo y el budismo.
 
En África podemos encontrar asimismo un gran número de tribus que tienen perfectamente integrados en sus rituales, e incluso en su forma de vida cotidiana, la idea de la reencarnación. Hay un gran porcentaje de estas tribus que admiten que esa reencarnación se pueda producir en animales, siendo las serpientes las que ocupan el primer puesto en las preferencias de los reencarnantes. No obstante, en algunas sociedades, un hombre puede utilizar la magia para reencarnarse en el animal de su elección, pero únicamente los jefes pueden reencarnarse en leones, mientras que los que han sido pobres o abandonados se convierten en chimpancés o en un animal solitario o demente. A veces, los buenos se encarnan en animales pequeños y simpáticos, mientras los malos lo hacen en bestias salvajes. De cualquier modo, los africanos, a diferencia de los hindúes y budistas, consideran la vida como algo feliz y la reencarnación como un buen destino.
 
En otras partes del mundo la idea de la reencarnación en insectos o animales está también muy extendida, encontrando tradiciones en este sentido tanto en los pueblos del Océano Pacífico, como en Australia y América del Norte y del Sur. Sin embargo, una civilización que basaba muchos de sus preceptos en la transmigración de las almas, como era la egipcia, no aceptaba que se pudiera producir una reencarnación en un cuerpo de animal, salvo que fuera como castigo, aunque según las Obras Herméticas recopiladas por Hermes Trismegisto, la doctrina enseñaba que todas las almas de los seres vivientes derivaban de una sola alma universal, en la cual se reintegraban después de un largo recorrido de perfeccionamiento, durante los cuales deberían renacer en cuerpos de animales cada vez más evolucionados, hasta llegar al ser humano, momento en el cual la ley divina preservaba al alma de la infamia de regresar al mundo animal.

Photo by Ádám Berkecz on Unsplash
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Volver a ser humano camino de la perfección

Entre las tribus que contemplan la posibilidad de reencarnarse en forma humana, podemos hacer mención a los zulúes. Para ellos, dentro del cuerpo habita un alma y dentro del alma una chispa del espíritu universal divino, el I Tongo. Según sus creencias, el ser humano se divide en siete grados, al final de las cuales, y después de muchas reencarnaciones, alcanza la perfección. A partir de ese momento, vive en la Tierra tomando la forma física que prefiere en cada momento. Según los zulúes, el destino de la humanidad es la reunificación con el I Tongo.
 
Estas creencias tienen, como se puede apreciar, una gran similitud con algunas corrientes de pensamiento que entroncan con los postulados inherentes al movimiento New Age, así como con algunas doctrinas relacionadas con el budismo, que entre sus enseñanzas se cuenta que el ser humano está compuesto por siete principios y evoluciona por medio de una serie de vidas dentro de una serie de siete mundos. Una vez completado un circuito de vidas, éste debe repetirse de nuevo pero en un plano superior hasta que, después de numerosos ciclos sucesivos, el individuo alcanza la perfección.
 
En nuestro mundo occidental, la idea de la reencarnación ha venido a instalarse en muchos sectores de la población de la mano de los movimientos sociales que proliferaron en la década de los sesenta del siglo pasado y que, a lo largo de los años, han ido cristalizando y conformando toda una corriente de pensamiento que alcanza hoy en día a casi todas las disciplinas, tanto científicas como filosóficas, bajo el concepto de «nuevos paradigmas emergentes» en el que además de investigarse todos los aspectos que se relacionan con el ser humano en su camino hacia el próximo milenio, se contemplan también alternativas a los postulados básicos de las grandes religiones, que no aceptan abiertamente las teorías reencarnacionistas, si bien los primitivos padres de la Iglesia cristiana -la más representativa en occidente- sí las aceptaban como uno de sus principios doctrinales, ya que históricamente formaban parte de las creencias de culturas antiguas como la griega y la romana, en las que el cristianismo encontró el medio idóneo para desarrollarse.

Photo by Pieter van Noorden on Unsplash
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El pensamiento occidental

Esta corriente de pensamiento occidental asume, de forma cada vez más mayoritaria, que el espíritu del ser humano va utilizando diferentes cuerpos a lo largo de su camino hacia la perfección pero que nunca, por muy perversos que fueran sus actos, reencarnaría en un animal. Los animales, según esta filosofía, estarían regulados en cada una de sus especies por espíritus elevados que velarían para que su existencia formara parte, de una manera armónica, del engranaje ecológico en el que el ser humano desarrollaría sus experiencias vitales, pero sin tener consciencia de su propia individualidad.
 
El ser humano, por su parte, sería considerado como tal desde el momento que incorporara esa chispa divina de la que nos han hablado a lo largo de los siglos tantas y tan diferentes religiones y culturas, lo que le haría diferenciarse claramente de los animales de los que físicamente procede, los cuales gozarían de un espíritu colectivo que regularía el devenir evolutivo de cada especie. Esa diferencia se hace patente, sobre todo, porque desde el momento en que se produce ese acontecimiento, el ser humano adquiere la facultad de acelerar o retrasar su propio proceso evolutivo -cosa que no sucede con ninguna otra especie-, merced a la utilización de un mecanismo sutil que lleva incorporado esa «chispa divina»: el libre albedrío.




              



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