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Trabajamos juntos por un mundo mejor (soñando la realidad)



Antonio Cortés y María Pinar Merino

31/12/2020

¿Qué sucede en la atmósfera para que se agrupen las minúsculas moléculas de agua a miles de metros de altura de la Tierra? ¿Cómo deciden unirse para engrosarse mutuamente? ¿Cuándo deciden que ha llegado la hora de precipitarse, en vertiginosa caída de entrega, hacia las frondas o los secarrales del Planeta Azul? Más allá de explicaciones científicas, quizá todo ello obedezca a un mismo impulso natural que hace que los elementos afines vayan encontrándose mutuamente. Tal vez sea ese mismo impulso natural el que haga que las personas que piensan, sienten o palpitan de un modo similar acaben viendo cómo se cruzan y unen sus caminos.



Photo by zhang kaiyv on Unsplash
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En todas las culturas de nuestro planeta existe un denominador común que podría brevemente resumirse en reconocer que forma parte de la naturaleza humana el carácter utópico, y que es propio de nuestro espíritu tender hacia ese horizonte, aun a sabiendas de que, como nos aleccionaba Serrat, cuanto más vayamos hacia ese lugar en el que confluyen la tierra y el cielo, más fugitivo se nos volverá ese horizonte, esa utopía o “no lugar”, que es lo que significa la palabra por su etimología griega.
           
A lo largo de la historia de la humanidad se constata que aun en los momentos más racionales no podemos desvincularnos de nuestra componente utópica (¿cómo, si no, podría entenderse plenamente la científica arrogancia de Arquímedes, que pedía que le dieran un punto de apoyo para que él solo levantara el mundo?).
 
Las crisis son una oportunidad para remover la tierra con el arado de la esperanza, para airearla, para que se abran paso las raíces en un grito tierno de liberación, para abrir luminosos ventanales en las celdas que confinan nuestras mentes... y ahí se gesta un futuro distinto: una invitación a soñar, a imaginar con viveza lo deseable sin cercenar la punta de nuestras alas, a tomar consciencia de la fortaleza de nuestros ideales, caldo de cultivo insustituible para nuestro propio futuro. “Imagina”, cantaba John Lennon hace décadas y cuando escuchamos las notas de esa canción, sus palabras, seguimos sintiendo como late aún más fuerte nuestro corazón, como ya sin cadenas dejamos que se expanda la emoción y salga al exterior a través del brillo de nuestros ojos, del nacimiento de una sonrisa incipiente.

Cuestión de resonancia

Photo by Artem Sapegin on Unsplash
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Y a partir de ahí puede empezar a surgir la magia... ¿Qué hace que las microscópicas gotas de agua se unan en la atmósfera y se abandonen a la gravedad que las atrae irremediablemente al planeta Tierra? Quizá sea lo mismo que hace que en distintos lugares del planeta surjan movimientos sociales que se van uniendo por un invisible hilván que, poco a poco, una primorosa aguja invisible irá frunciendo más y más.
 
El ya desaparecido científico japonés Masaru Emoto, famoso por dedicar su vida a descifrar la inteligencia de los mensajes del agua, ocultos a nuestros ojos si no contamos con la ayuda del frío y del microscopio, usualmente ilustraba sus conferencias con una demostración de la resonancia vibracional de los diapasones, con la cual explicaba cómo es posible que el agua se cargue de información, positiva o negativa, y pueda transmitirla a otros “clusters” (racimos o agrupaciones de moléculas de agua).
 
El ejercicio consiste en que exhibe al público dos diapasones similares, y con un pequeño golpe hace vibrar uno de ellos, el cual empieza a sonar con su característica nota musical. Entonces acerca el diapasón que suena hasta las proximidades de otro que está en reposo, y éste inmediatamente comienza también a sonar, sin haber sido tocado físicamente en ningún momento. Basta la energía que supone la vibración musical para que se active, por resonancia, el diapasón hasta entonces silente, para que de este modo tan sutil entregue al aire su dulce sonido.
 
Pues bien, no se me ocurre mejor metáfora para ilustrar el futuro que nos espera, comenzando con la nota que emite cada ser humano y abarcando después a toda la sociedad. Los discursos se volverán entonces más integradores y seremos capaces de reconocer el poder que mora en cada ser humano, la dicha de descubrir sin daño otras miradas chispeantes como las nuestras propias, las energías sutiles que se contagian en cada encuentro..., La utopía sigue siendo posible, tan solo hay que dejar de ser espectadores pasivos, autómatas del lamento y de la indolencia, para arriesgarnos a vivir en voz activa y en primera persona del plural.

UNA LLAMADA A LA ACCIÓN

Para huir de la tentación de levitar como místicos deslumbrados, con el evidente riesgo de perder las referencias de nuestra razón de ser, pero al mismo tiempo para no limitarnos a centrar nuestras miras a la misma altura del suelo, multitud de personas y grupos vuelcan su solidaridad y su compromiso con los seres humanos y con el planeta trabajando por ese anhelado Mundo Mejor para todos. Entidades sin ánimo de lucro, ONG´s, Asociaciones cívicas, todas ellas sin ánimo de lucro y de corte humanitario se vuelven para responder en los distintos ámbitos sociales a las necesidades más básicas de los colectivos más vulnerables.
 
La Carta de la Tierra puede actuar como el colágeno que une las células individuales en torno a un objetivo común. Este documento, difundido a nivel planetario lleva a cabo distintas acciones a través de la “Iniciativa de la Carta de la Tierra”, que bajo el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas y, en particular, de la UNESCO (la organización específicamente dedicada a promover la educación, la ciencia y la cultura), está orientada a posibilitar el surgimiento de una sociedad más armónica, basada en principios fundamentales que se alinean en torno a estos cuatro ejes: respeto y cuidado de la comunidad de vida; integridad ecológica; justicia social y económica; y democracia, no violencia y paz.
 
Esta especie de Carta Magna nos ofrece el marco ético y de Valores Universales que necesitamos en estos momentos críticos para la humanidad. Porque ha llegado el momento improrrogable de optar o bien por mantenerse al margen de los acontecimientos y seguir siendo vapuleados por los descorazonadores sucesos, o bien tomar decididamente el timón de nuestra nave y guiarnos por la Estrella Polar de nuestra utopía.
 
La incertidumbre en que vivimos hoy prácticamente la totalidad de la humanidad del planeta nos hace ser conscientes de la profunda interrelación e interdependencia que tenemos todos los seres vivos no solo entre nosotros sino también con el entorno del que formamos parte. Por eso es inaplazable que actuemos para evitar los daños que sufrimos y los que se presentan en el futuro cercano. Porque como dijo Leonardo Da Vinci, “No hay consejo más leal que el que se da en una nave en peligro”

Photo by krakenimages on Unsplash
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Soñando juntos

Se ha iniciado ya la batalla decisiva en la que nos jugamos la supervivencia misma del planeta y también de la humanidad, que se encuentra en un punto crucial en el que puede desaparecer o acceder a una nueva etapa, caracterizada por la prevalencia de la ética y los valores superiores con una perspectiva espiritual.
 
El mundo entero está comprometido en trascender la etapa de rebaño y materialismo en la que nos encontramos para llegar a una etapa sagrada. No es sostenible para la Madre Tierra los niveles de explotación y expolio a los que ha estado sometida desde la Revolución Industrial; pero tampoco es sostenible las estructuras sociales creadas, basadas en la desigualdad, la injusticia y la falta de respeto a los derechos humanos. De seguir con el actual sistema de explotación y ruptura de los ecosistemas, la humanidad no tendría futuro. Tenemos que imbuir nuestra cultura de una nueva escala de valores que nos permitan atender a lo fundamental en vez de a lo puramente material.
 
Estudiamos el pasado para poder construir mejor el futuro. No se trata de una mirada destinada a detenerse en el ayer sino, al contrario, de un estudio que nos permita no repetir los errores cometidos y tomar en cuenta los aciertos. En la historia podemos encontrar muchas soluciones a los problemas que nos aquejan. 
 
Para poder entender los acontecimientos que están ocurriendo, debemos observarlos bajo un doble enfoque. Hay un modo de vida que está muriendo, es el derivado de una etapa en la que se centró la atención en las cuestiones materiales, donde primaban los fines políticos, económicos y de hegemonía... Pero, al mismo tiempo, hay un mundo que está despertando, que trata de vivir bajo unos nuevos paradigmas que les permitan organizar la sociedad con base a estímulos de hermandad, solidaridad, bien común, respeto a la naturaleza y a la identidad de todos los pueblos, etc.
 
Está comprobado que las crisis provocan una aceleración en el despertar. La gente toma conciencia de que las razones que habían venido impulsando sus vidas son falsas y que hay que buscar nuevos caminos. Esta crisis que nos parece tan negativa, desde una óptica más profunda promueve un gran proceso de toma de conciencia interior.
 
La fraternidad. Ahí está nuestra esperanza, ahí conduce la vía por la que hemos de transitar en los próximos años. Porque, si la fe es la que mueve montañas, es la esperanza de la futura planicie la que permite soportar la escalada más abrupta. Y no ha de minusvalorarse la generación de esperanza, que, en estos días de tantas dudas, de tantos golpes, adversidades y desenfrenos, es ya de por sí una noble labor creadora y aun pacificadora. Como decía Martín Luther King, “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.
 
Si llegaremos o no a esa Utopía que nos mueve, depende de muchos factores, pero sin duda en primer lugar depende de nosotros. No es tiempo de abdicar. Ahora menos que nunca. No debería haber para nosotros un sitio en la cuneta del camino. Ya lo advierte preclaramente Federico Mayor Zaragoza, cuando afirma: “Todos tenemos que actuar, no sólo unos cuantos. Que nadie crea que su aportación es irrelevante”. “Si tu gota faltara, el océano la echaría de menos”, nos advirtió la Madre Teresa de Calcuta.
 
Y al final de este viaje, desde los dominios de lo ahora inalcanzable y apenas sospechado, volveremos la vista atrás y comprobaremos que todo tuvo sentido y que en la alquimia del camino pudimos descubrir la Piedra Filosofal que ya enunció de otro modo el cantante brasileño Raul Seixas: “Un sueño que sueño solo, sólo es un sueño. Un sueño que soñamos juntos es una realidad”.
 
El sueño que nos mueve y la realidad por la que trabajamos juntos: un mundo mejor.




              



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