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Luis Arribas Mercado

17/10/2015



Amber Edgar
Amber Edgar

Cada día, al despertarnos, a veces hacemos un repaso mental de las cosas que tenemos pendientes de hacer y tratamos de crear un orden de prioridades para ver cuanto tiempo podemos dedicar a cada una de ellas. La realidad luego es otra, tan pronto nos levantamos y nos aseamos empezamos a trastocar los planes y realizamos el bonito juego de cambiar las prioridades para dar paso a eso tan humano que es la improvisación.
 

Todo esto viene a cuento por las quejas que cada día al acostarnos lanzamos a los cuatro vientos: ¡No hay tiempo para nada! decimos. ¿Cómo es posible que con una diferencia de 14 ó 16 horas puedan cambiar tanto las cosas? Por la mañana al despertarnos todo está colocado, a media tarde todo medio descolocado y por la noche nos damos cuenta de que de lo previsto sólo hemos hecho un porcentaje, generalmente bajo. La verdad es que tratar de ponerle vallas al campo no conduce a nada porque la vida es movimiento, acción, aparente improvisación. Tengo una amiga a la que le encanta tener todo muy bien organizado, no sólo lo suyo sino que, si puede, también lo de los demás; no deja nada a la improvisación, en ese sentido es casi perfecta, lástima que no tenga en cuenta que los demás no lo somos y que nos encanta improvisar, sobre todo por el aquél de ser un poco flexibles, como lo es la misma vida.
 

Nos encanta hacer planes y cuando los hacemos nos sentimos satisfechos porque las cosas que se colocan en la cabeza nos dan seguridad, por eso nos fastidia tanto tener que cambiar de planes, porque los cambios nos producen inquietud e inseguridad. Es nuestro cerebro de reptil el que nos produce desasosiego. Esa parte de nuestro cerebro que hemos heredado de nuestros remotos antepasados está diseñada para protegernos de las agresiones externas, sean éstas físicas o mentales. A nuestro cerebro de reptil no le gustan los cambios, su función es la de tratar de satisfacer nuestras necesidades primarias: comer, dormir y reproducirnos, además de hacer que se generen en nuestro organismo los recursos necesarios para repeler una agresión o salir huyendo si la amenaza es insuperable, cualquier otra cosa le supone un esfuerzo que no puede afrontar, sobre todo si se trata de resolver conflictos emocionales, quedando situados éstos en la órbita de nuestro sistema límbico, del cual hablaré otro día.
 

Como decía, nuestros impulsos primarios están controlados por nuestro cerebro de reptil, por tanto, aquellas personas que tienen una mayor influencia de esta zona cerebral serán personas a las que los cambios les ponen enfermos: un cambio de casa, de trabajo, de pareja… Seguro que conocéis a alguna persona así; son aquellas con las que habíais quedado a las 7 de la tarde para charlar en una determinada cafetería pero de pronto, ha surgido algo que os hace imposible el asistir a la cita. Llamáis a la persona en cuestión y la respuesta podría ser de este porte: “Pues a ver qué hago yo ahora, porque tenía todo organizado en función de esta cita y ahora me veo que tendré que cambiarlo todo, eso no se hace…”. Quizás esa persona no ha reparado en que el tiempo que no va a dedicar a estar contigo lo puede dedicar a darse un buen paseo, a tomarse un café leyendo un buen libro o a llamar a algún amigo para charlar con él. Pero claro, su cerebro de reptil no se lo permite, es superior a su capacidad. Una serpiente que aprende el camino desde su madriguera hasta el árbol donde puede cazar, siempre hará el mismo recorrido, nunca improvisará y cualquier imprevisto le hará ponerse agresiva.
 

La flexibilidad mental es un recurso muy saludable para no sentirnos frustrados, sobre todo teniendo en cuenta que el sistema de vida actual nos está obligando permanentemente a adoptar posturas no previstas, todo va a una velocidad tal que nuestro cerebro de reptil se ve incapaz de absorber la multitud de impulsos que le llegan cada día, de ahí los niveles de stress que padecemos y la cantidad de enfermedades que se generan por no saber adaptarnos a los cambios.
 

Así pues, amigo lector, no luche contra los cambios –la vida es cambio constante- adáptese a ellos, surfee sobre las olas que vayan llegando a su vida y podrá comprobar cómo mejora su salud física y psíquica. No obstante todo lo anterior, no debe renunciar a los placeres que es capaz de producirnos nuestro cerebro de reptil, esos que se derivan de una buena comida y unas satisfactorias relaciones sexuales, por ejemplo…, en definitiva, esas cosas que a nadie le gusta cambiar ¿o no?





              



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