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El amor y el crecimiento interior



Luis Arribas Mercado

28/09/2023

“El nirvana, la iluminación duradera o el verdadero desarrollo espiritual pueden alcanzarse sólo en virtud del ejercicio persistente del amor real”.
“Una vida de consagración a la verdad significa, ante todo, una vida de continuo y riguroso autoanálisis”. M. Scott Peck



Foto de Julia Caesar en Unsplash
Foto de Julia Caesar en Unsplash
En estos tiempos de cambio y búsqueda, en estos tiempos de inquietud, somos muchos los que sentimos “algo”, una especie de voz interior que nos dice que tenemos algo que hacer, que tenemos algo que aprender, algo que cambiar, pero normalmente no sabemos qué. Muchos de nosotros vamos buscando el desarrollo espiritual y a veces ni siquiera somos conscientes de lo que esto significa.
 
Parece incluso que nos sentimos impulsados a comportarnos según el “estilo Nueva Era”.  Acudimos a cursillos, nos adherimos a movimientos “New Age”, leemos libros de espiritualidad, aprendemos tai chi, nos volvemos vegetarianos o cambiamos nuestro médico por un homeópata y solemos pensar que con estas pequeñas elecciones crecemos, evolucionamos, aprendemos. Pero, sin embargo, seguimos esperando, seguimos buscando en otros nuestras respuestas, esperando que alguien nos dé la clave de lo que hemos de hacer, nuestra clave. Y no nos damos cuenta de que no hay nadie, nadie, que pueda darnos nuestra clave, nadie... excepto nosotros mismos.
 
Nada de lo que hagamos nos llenará de verdad si nos olvidamos del requisito principal, del ingrediente básico de la receta de la evolución: el conocimiento Interior.
 
“No hay mejor maestro que nuestra propia voz”. Esto quiere decir que lo más importante que hemos de aprender procede de nosotros mismos y hemos de encontrarlo escuchándonos, observándonos, buscándonos... aprendiéndonos.
 
Sin esa búsqueda de nosotros mismos todo lo que hagamos será secundario, y por muchos conocimientos externos que podamos adquirir, cuando salgamos de aquí nos encontraremos con que la lección más importante la hemos dejado sin aprender. No hay evolución si no hay desarrollo espiritual y éste viene definido por el crecimiento emocional, por la madurez interior, que es la que desarrollará nuestra capacidad de amar.
 
El viaje hacia la evolución se realiza a través de uno mismo y por el camino del Amor, pero...

Foto de Patty Brito en Unsplash
Foto de Patty Brito en Unsplash

¿Sabemos realmente qué es el Amor?

En contra de lo que se suele creer, el amor no es un sentimiento compulsivo, no es lo que sentimos hacia otros o creemos sentir, sino el trabajo, la acción, la actividad hacia esos otros, sin esperar nada de ellos y ayudándoles en su desarrollo interior, en su crecimiento.
 
En el libro “Un camino sin huellas. La nueva psicología del amor” el psiquiatra M. Scott Peck, define el amor como “la voluntad de extender los límites del propio yo con el fin de impulsar el desarrollo espiritual propio o ajeno... Es un acto de voluntad, es intención y acción, es un compromiso”.
 
Erich Fromm nos dice que “Amar es fundamentalmente dar, no recibir” y continúa La capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo caracterológico de la persona. Presupone el logro de una orientación predominantemente productiva en la que la persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás o de acumular y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de tales cualidades, tiene miedo de darse, y, por tanto, de amar”.
 
Para poder aprender a amar es necesario, casi imprescindible, un proceso de crecimiento y de maduración que nos lleve a superar nuestro ego, para poder vislumbrar el auténtico yo que encerramos. Tenemos que salir de nuestro yo subjetivo, para poder alcanzar el yo objetivo, el yo común y abierto, el YO. Sólo rompiendo desde dentro nuestras propias barreras podremos llegar a los demás, porque sólo conociéndonos y entendiéndonos podremos conocer y entender a quién tenemos a nuestro lado, y no hay amor si no hay al menos una pequeña dosis de comprensión profunda.

Foto de Darius Bashar en Unsplash
Foto de Darius Bashar en Unsplash

Los puntos cardinales del Amor

Fromm destaca cuatro elementos comunes a todas las formas de amor: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
 
El sentido de cuidado se hace evidente en sus propias palabras: “el amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Amar es trabajar por algo y hacer crecer ese algo. Amor y trabajo son inseparables”.
 
La responsabilidad es “un acto voluntario que constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano”.
 
“El respeto -continúa Fromm- es la capacidad de ver a una persona tal cual es y tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación y no puede existir sin el conocimiento que sólo es posible cuando se puede trascender la preocupación por uno mismo y ver a la otra persona en sus propios términos”.
 
Generalmente, en nuestras relaciones solemos guiarnos, en mayor o menor grado, por un comportamiento infantil. El comportamiento del niño que siente que todo lo que le rodea está hecho exclusivamente para cubrir sus necesidades y según su perspectiva.
 
Como no nos conocemos a nosotros mismos, no conocemos a los demás, pues al igual que tenemos imágenes desfiguradas de nuestro auténtico yo, desfiguramos el yo de los otros según nuestros procesos internos. Inconscientemente solemos ver en ellos lo que necesitamos o queremos ver, de un modo que, las más de las veces, servirá para excusarnos ante nosotros mismos de nuestros errores o defectos. Esperamos que ellos actúen como nosotros necesitamos, sin pensar en sus propias necesidades emocionales.
 
Esperamos que nuestra pareja se comporte de un modo determinado y si no lo hace nos sumimos en la tristeza o en el enfado. Esperamos que nuestros hijos, al crecer, sean como nosotros hemos querido y cuando vemos que son diferentes, nos sentimos defraudados engañados, vacíos. Esperamos que los demás sean amables y complacientes, que cambien...
Siempre esperamos de los demás..., sin saber siquiera qué es lo que esperamos de nosotros mismos. Deseamos que los otros nos llenen, y de este modo, siempre nos sentiremos frustrados.

Foto de Ryan Franco en Unsplash
Foto de Ryan Franco en Unsplash

“Te necesito” versus “Te amo”

Si logramos salir de ese “programa” (ese que a veces nos hacer decir “te necesito” en lugar de decir “te amo”) habremos dado un paso adelante, pues normalmente “amamos” a alguien en tanto en cuanto cubra nuestras necesidades y la mayoría de las veces, sin saberlo, más que amar estamos utilizando a ese alguien.
 
Casi podríamos pensar que empezaremos a amar a quien tenemos a nuestro lado cuando seamos verdaderamente libres e independientes, cuando dejemos de necesitar que nos llenen.
 
Cuando nosotros mismos empecemos a cubrir nuestras necesidades emocionales, será cuando realmente estemos capacitados para empezar a amar sin esperar, para dar sin pedir nada a cambio. Y aunque nos parezca una paradoja, sólo entonces podremos recibir amor, ése que surge de nuestra propia capacidad de dar. Así, el dar dejará de ser un sacrificio, una renuncia, ya que si nos sentimos íntimamente plenos no necesitaremos renunciar a nada, pues lo auténticamente valioso lo hallaremos en nuestro interior y en ese acto de autorrealización que es el “dar amor” y que nos traerá, en sí mismo, la plenitud, la felicidad.
 
Amar a alguien es intentar llegar a él, entenderlo como ser independiente en su profundidad, entrar en él y amoldarnos a él. Amar es, sobre todo, respetar a ese alguien como ser independiente que busca su evolución, al igual que nosotros buscamos la nuestra y, desde nuestro yo profundo apoyarle, ayudarle en su propósito. Intentar entenderle, conocerle, descubrirle y, entretanto, llegar, adaptarse, acoplarse, crear un círculo energético que, a través de este entendimiento, de este esfuerzo por amar, por compartir, por darse mutuamente, crecerá.
 
“El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad” escribe Fromm.
 
Pero ¿podremos preservar nuestra integridad si no conocemos lo que “nos integra”, si no conocemos a fondo nuestra propia individualidad, nuestra propia persona?
 
Sólo entendiendo nuestro interior podremos entender al menos una parte del interior del otro.  Sólo encontrando en nosotros mismos plenitud podremos ayudar a otros a desarrollar su propia plenitud.




              



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