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Cinco premisas para una nueva filosofía de vida



Maria Pinar Merino Martin

19/02/2022

La palabra filosofía significa “amor por la sabiduría”. Sin embargo, ya desde los primeros filósofos griegos y sobre todo a partir de la aparición del Estoicismo dejó de considerarse como algo puramente ideológico y pasó a ser una práctica de vida.



Photo by Error 420 📷 on Unsplash
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La filosofía de vida está relacionada con nuestra escala de valores y nuestras creencias. Tiene que ver con las cuestiones que nos planteamos, con esas eternas preguntas que nos hacemos desde que nacemos, de hecho, los niños pequeños son grandes filósofos porque se cuestionan constantemente el por qué y el cómo de las cosas.
 
He aquí algunas ideas útiles para ayudarnos a encajar en la vida cotidiana los acontecimientos que vivimos.

¡Una oportunidad!

La primera y fundamental es considerar todo suceso -tenga el cariz que tenga-, como una oportunidad. Algo que se nos presenta para poder resolver, avanzar, aprender, ser más conscientes, poner en práctica las teorías, crecer... Una oportunidad maravillosa que nos proporciona el universo entero confabulándose para que las circunstancias nos permitan vivir algo que sólo de ese modo podremos experimentar.
 
Es fundamental estar abiertos realizar cambios porque sabemos que el cambio es consustancial con la vida. Resulta tentador quedarse a «vivir de las rentas» sobre todo porque el camino no ha sido fácil para nadie, sin embargo, si detenemos el crecimiento natural, si cristalizamos nuestras ideas, nuestra personalidad, nuestro ser en el punto al que hemos llegado, estaremos negando la savia transformadora de la vida y al igual que el agua estancada se pudre, así también las formas anquilosadas por la rigidez terminan quebrándose, porque la vida siempre se abre camino.

Photo by Jannes Jacobs on Unsplash
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Cuestión de asumir nuestra responsabilidad

La segunda es intentar no culpar a alguien externo de lo que nos sucede. Si tenemos consciencia de que estamos inmersos en un universo donde todo tiene sentido, sólo podremos estar de acuerdo en que cada personaje asume un papel que él elige libre y voluntariamente dependiendo de su nivel de consciencia. Cuando algo que ha ocurrido no nos gusta tendemos a buscar a alguien para responsabilizarle del tema y tal vez esa persona sea tan sólo la punta del iceberg de algo mucho más grande, o tal vez sea un espejo colocado frente a nosotros para devolvernos algún aspecto de nuestra imagen que no está bien encajado, o tal vez es apenas algo minúsculo que representa facetas de la sociedad en que vivimos.
           
Cuando somos protagonistas de alguna de esas circunstancias es preciso ampliar un poco el diafragma de nuestro objetivo para captar una imagen un poco mayor. No es sano quedarse en el propio daño, en el hecho pequeño, cuando las injusticias, el dolor, la enfermedad y la muerte pueblan nuestro horizonte, tal como nos muestran los medios de comunicación. Vivimos en un mundo de interrelaciones, somos lo que somos en cuanto a que estamos en relación con cuanto nos rodea. Soy humano porque me relaciono en la humanidad, mi carácter de padre me lo da la relación que mantengo con mis hijos...
           
Y si eso es así, nada de lo que sucede a pequeña escala está disociado del resto. Conocemos la incidencia de la parte en el conjunto, sabemos la importancia de sanarse uno mismo para colaborar en un mundo más sano, de vivir la paz en lo cotidiano para disfrutar algún día de una paz mundial, de practicar el amor incondicional en mi pequeña parcela para que llegue un momento en que podamos vivir en un mundo sin injusticias y más solidario.
           
No se trata en ningún momento de minimizar lo que ha sucedido, pero sí de darle una dimensión más justa, más equitativa.

Implicación, siempre implicación

La tercera premisa tiene que ver con sentirse implicado en el proceso, en ser consciente de que lo que ocurre forma parte de mi propia trayectoria. No asignar fácilmente los papeles de víctima y verdugo sino incorporar la continuidad de los sucesos. Tras una montaña normalmente encontramos un valle, tras una dificultad superada hay un espacio de asentamiento, de reposo, tras una loa una crítica y el aprendizaje consiste en no quedarse en la una ni en la otra.
 
Es importante reflexionar sobre el papel que cada uno de nosotros desempeñamos en la historia. No estamos asistiendo como espectadores, sino que estamos participando activamente en cuanto a la interrelación que mantenemos física, energética, mental, emocional y también espiritual. No hay comportamientos aislados, todos obedecen a acciones y reacciones, a estímulos y respuestas. Desde ese punto de vista cualquier actitud ya sea de movimiento o de pasividad tiene su repercusión, su resonancia en los otros. Así pues, la reflexión, el análisis buscando que nuestra respuesta sea consciente nos permitirá actuar con mayor coherencia.

Photo by Ben White on Unsplash
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Una valiosa experiencia

La cuarta sería intentar aprovechar la experiencia para aprender la lección de tal manera que no tenga que volver a repetirla. ¿Qué me está revelando esta situación?, ¿qué me hace sentir?, ¿qué provoca en mí?, ¿qué defensas me levanta?, ¿qué aspectos de mi me patentiza?, ¿qué parte de mí se niega a ser reconocida frente a ese espejo?, ¿en qué medida me inculpa o me exonera?, ¿podría haber actuado de otra forma para cambiar los resultados?
           
Ante esas preguntas van a surgir nuestros miedos, los frenos, la negación de la sombra, el reconocer nuestras intenciones, nuestros deseos más ocultos, los sentimientos, la contradicción, la incoherencia, la vulnerabilidad, la esclavitud a la que nos somete la imagen exterior, la dependencia de la opinión ajena... y tantos y tantos matices sobre los que «trabajamos» con ejercicios y técnicas de psicología destinadas al autoconocimiento y al crecimiento personal. Y es que resulta sorprendentemente fácil practicar esos estados de coherencia durante un seminario, un taller, o una práctica, pero en cambio es muy difícil responder de forma equilibrada cuando estamos inmersos en el día a día.

Responder adecuadamente

La quinta sería dar la respuesta adecuada. Como decía Aristóteles, enfadarse lo justo, con la persona adecuada, en el momento oportuno... No hablamos de recuperar el papel para «ser muy buenos» según cánones establecidos por instituciones que necesitan plasmar sus «leyes» por escrito para poder sentirse seguras haciendo que sus subordinados las memoricen.
 
Hablamos de actuar con la coherencia que se manifiesta cuando lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos están alineados en una misma dirección: la que marca nuestro ser interior. Desde ahí se puede responder de forma más equilibrada. Es algo que no tiene que ver con la contundencia o la blandura, sino con una toma de consciencia un poco más amplia, sabiendo cuál es nuestro papel como personas individuales en proceso evolutivo, sabiendo el compromiso que asumimos al participar de una familia, una sociedad, un pueblo, una humanidad, sabiendo la repercusión que cada paso que damos tiene en el universo entero.

Photo by Priscilla Du Preez on Unsplash
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¿Es amable el Universo?

Y, sobre todo, respondiendo un SI tan grande como podamos a la respuesta que formuló Einstein poco antes de morir: ¿Es amable el Universo? Si la respuesta a esa pregunta es «SI», significa que todo lo que nos sucede tiene un sentido y que nuestro objetivo como seres humanos es descubrir ese sentido en cada paso que damos.
 
El universo es tan amable que nos sirve en bandeja las experiencias que nosotros necesitamos para enterarnos «de qué va esto». Se ajusta a la forma, al lenguaje, a los hechos, a las personas que nosotros necesitamos para aprender, utiliza todos los medios a su alcance para hacernos conscientes, por lo tanto, no podemos culpar a las personas, a su comportamiento o a las circunstancias de lo que nos pasa.
 
La dureza o la magnitud de las experiencias que uno viva estará en relación con el paso que tiene que dar en ese momento de su vida y eso me puede hacer pasar por una enfermedad física, por dificultades de relación, por pérdidas emocionales o por mil aspectos más. No podemos olvidar que somos cocreadores del mundo que vivimos.
 
Somos nosotros los que trazamos los mapas que muchas veces nos confunden, aunque creamos que nos proporcionan seguridad. Actualicemos el mapa, reconciliemos el mapa y el territorio, ambos pueden ir juntos, no necesitamos una «interpretación» para poder recorrer la realidad.
           
Sólo la consciencia, el saber el porqué de las cosas nos permitirá después descubrir el para qué.




              



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