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La Carta de la Tierra invitación a la acción



Maria Pinar Merino Martin

10/06/2019

La Carta de la Tierra es un documento generado por la UNESCO y que ha sido consensuado por varias comisiones de la ONU. Está orientado a promover el equilibrio planetario en todos los órdenes. Fue declarado por la UNESCO como herramienta fundamental en la década de la educación para el desarrollo sostenible (2005-2014). Pero, sobre todo, es una invitación a transformarnos para superar contradicciones y acercarnos al lugar que nos corresponde en el proceso de evolución planetaria.



Photo by Nikola Jovanovic on Unsplash
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He participado a través de la Fundación Valores (www.fundacionvalores.es) en la difusión e implantación de la Carta de la Tierra (www.cartadelatierra.org) desde 2003, siendo responsable de los proyectos de formación para aplicar los principios y valores de este documento en todos los sectores sociales (educación, sanidad, medio ambiente, justicia social, etc.).
 
Tras más de quince años de experiencia sigo creyendo que la Carta de la Tierra nos muestra el marco idóneo para el desarrollo de una sociedad más justa, más sostenible y más pacífica, inspirados por la ética y los valores que demanda el ser humano del siglo XXI.
 
Nuestro foco principal de actuación se dirigió hacia el sector educativo conscientes de que la educación es la verdadera palanca de los cambios sociales. El objetivo es concienciar a los maestros, un gremio que suma 60 millones de personas en todo el mundo, para que incidan en los niños (que representan a las generaciones futuras) inculcándoles los valores humanos universales. 


En cualquier lugar remoto siempre hay un maestro enseñando algo a los niños. En la UNESCO se dieron cuenta, a la vista de la magnitud de los problemas que padecemos (pandemias, guerras, hambre, catástrofes naturales, falta de libertades, injusticias, desigualdad…) que cada vez eran más los focos de necesidad y mayores las dificultades para la distribución de las ayudas, por todo ello era necesaria una auténtica revolución, que pasaba por buscar una “fuerza organizada” con presencia en todo el planeta y la de los docentes parecía la red ideal. El gran aldabonazo para la Carta de la Tierra fue su declaración como herramienta fundamental para el decenio de la educación en desarrollo sostenible (2005-2014), por parte de la UNESCO. 

A lo largo de estos años la Fundación Valores ha organizado congresos anuales bajo el título genérico “Proyectos y Utopías para un Mundo Mejor” y en algunos de ellos contamos con la presencia en España de Mirian Vilella (directora ejecutiva de la Carta de la Tierra Internacional), Leonardo Boff (comisionado de la C.T.), Oscar Motomura (presidente de Amana Key y también comisionado de la C.T.), Mateo Castillo (ex ministro de educación en Méjico y comisionado de la C.T.) y otras personalidades representando a la Secretaría General de la Carta de la Tierra.

Los pilares de la Carta de la Tierra

Photo by Maria Oswalt on Unsplash
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Integridad ecológica, justicia social y económica, amor y respeto hacia la comunidad de vida, y creación de una cultura de paz son los pilares que la sustentan. Quienes la defienden, aseguran que “Gente pequeña, en sitios pequeños, haciendo cosas pequeñas, está cambiando el mundo”. Podemos observar que algo se está moviendo en las conciencias a nivel planetario y el mayor exponente lo marca la alarma generada con el cambio climático que está despertando en la humanidad el instinto de supervivencia propio de las especies en peligro de extinción.
 
Estamos viviendo una inflexión en la evolución de la humanidad, como indica la Carta de la Tierra: que este tiempo se recuerde como “el despertar de una nueva reverencia ante la vida (…) la aceleración en la lucha por la justicia y la paz…”. Parece casi una oración, y aunque hay aspectos del Ser que sólo pueden entenderse desde una dimensión espiritual, podemos, en este caso, hablar de humanidad, de compromiso, de conciencia ecológica, de derechos humanos y sociales.

La Carta de la Tierra podría parecer uno de tantos documentos que se generan en los organismos internacionales y que se quedan sólo en el papel. Pero hay grandes aspectos que la diferencian claramente del resto. Uno de los rasgos diferenciadores es el grado de consenso con el que cuenta. Surgió con una consulta masiva a nivel planetario en la que participaron varios miles de personas representando a 183 etnias. El proceso consultivo se prolongó durante casi una década, intentó salir a la luz en Río en 1992, en la Cumbre de la Tierra, pero sin éxito. A lo largo de los años el texto se fue depurando y recogiendo valores de todos los pueblos, de tal manera que puede identificarse con ella cualquier raza, cultura o expresión espiritual. 

En Río 92 surgió una herramienta útil: La agenda 21 de desarrollo local, podríamos decir que el modelo representaba el cuerpo, pero (según palabras de Leonardo Boff) le faltaba el alma, la inspiración, la trascendencia… algo que estaba impregnando cada uno de los principios de la Carta de la Tierra. Pasaron ocho años hasta que finalmente con el apoyo del gobierno y los reyes de Holanda se aprobó en el año 2000 con todos los honores el texto definitivo en el palacio de la Haya.
 
El director de la UNESCO en aquellos días -D. Federico Mayor Zaragoza- fue uno de los grandes impulsores de la Carta de la Tierra y los comisionados representantes de distintos países se focalizaron en nutrir al documento de todos los aspectos éticos, espirituales y filosóficos que conforman los valores humanos universales. 

Vivimos en un mundo interdependiente

Photo by Alina Grubnyak on Unsplash
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El preámbulo del documento comienza diciendo: “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad los unos hacia los otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras”. Estas frases estaban vigentes en el año 2000 y lo están de manera mucho más acuciante y dramática en nuestros días, casi veinte años después.
 
Albert Einstein dijo que el mundo era como una manta multicolor entretejida por miles de fibras y explicaba la tremenda interconexión que existía entre todos los seres vivos y el entorno, de tal manera que -siguiendo con la metáfora de la manta- si tirábamos de un hilo, el movimiento afectaría a toda la superficie de la manta. Algo que hoy podemos comprobar merced a los avances en tecnología y comunicación, la información viaja rápidamente y así podemos saber que… una sequía en el Lago Victoria afecta a los corales del Caribe, que empiezan a tener problemas por un polvo en suspensión que es arrastrado por unos determinados vientos desde el continente africano hasta ellos. Es evidente que lo que pase a nivel físico, geológico, medioambiental, social o en cualquier ámbito en un sector lo acusamos en todo el planeta tarde o temprano.
Es verdad que todo esto coincide con el mensaje de los místicos, pero no hace falta compartir sus creencias para ver que la humanidad, tiene una única casa habitable. Ya no tiene sentido guiarnos por los sistemas de producción y explotación salvaje que solo tienen en cuenta el presente y el entorno más cercano; hoy tenemos que pensar en las generaciones futuras, en el desarrollo sostenible y en la preservación de la vida. 

Los cuatro grandes bloques de la Carta de la Tierra son:
  1. Respeto y cuidado de la Comunidad de la Vida
  2. Integridad ecológica
  3. Justicia social y económica y
  4. Democracia, no violencia y paz.
 
Alrededor de esos apartados pivota todo, pero para que no se queden en palabras vacías deben convertirse en acciones, en proyectos, en iniciativas, en puestas en marcha. Por eso, la segunda dimensión de este documento es enfocarlo como un proceso de transformación personal, es una llamada a la acción dirigía al individuo. 

¿Y yo qué puedo hacer?

Photo by Monica Melton on Unsplash
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El primer reto es revisar nuestros propios valores y discernir cuáles son de verdad favorables a la comunidad humana y al planeta, por encima de intereses económicos, religiosos o de otro tipo. Todos tenemos muchas transformaciones pendientes y muchas actitudes que adecuar a nuestros valores, en las relaciones con nuestras familias o con nuestros compañeros de trabajo. También –y especialmente si nos sobran recursos- hacia los bienes de consumo como el agua, la energía eléctrica, el uso de combustibles... Tenemos que poner en práctica un consumo ético y responsable. 
 
Hoy lo que se está despertando, a raíz de los informes sobre el cambio climático publicados y de los movimientos sociales que se han producido a nivel planetario gracias a Greta Thunberg -una niña sueca de quince años que está liderando una revuelta social que comenzó en las escuelas, pero se ha trasladado a toda la sociedad-, es una especie de conciencia de supervivencia muy instintiva que dice “somos una especie en peligro de extinción”, así de fuerte. Los datos son tan alarmantes que la gente por primera vez se para a escucharlos.
 
El cambio climático y sus consecuencias imparables es sólo uno de los factores, otros son las guerras (existen más de 36 conflictos armados abiertos en el planeta), la pobreza, las migraciones, las pandemias, la injusticia, la desigualdad, los horrores de la guerra, la falta de libertad, la explotación de los niños y niñas… y un larguísimo etcétera.
 
Una de las máximas de la Carta de la Tierra es “Piensa globalmente y actúa localmente”. Hemos de intentar traer a nuestro territorio cotidiano las acciones que podemos poner en marcha. Se puede colaborar en la paz del mundo si cuidamos nuestra interrelación con los demás, siendo conscientes de la fuerza que reside en el grupo y que tan frecuentemente se nos olvida. Se puede avanzar hacia un futuro mejor si aprendemos a gestionar lo que somos y lo que tenemos. Si esa gestión no tiene en cuenta al otro, es que hemos perdido el rumbo.

Simplemente, podríamos proponernos mantener un estado de mayor atención, de consciencia a lo largo del día, y seguro que surgen muchas oportunidades de vivir con coherencia, y de distinguir las necesidades reales de las que no lo son. De colocar siempre a las personas por encima de las cosas, de buscar el bien común por encima del individual. Hoy sabemos que lo que hacemos repercute en el último rincón del planeta, que el cambio climático no sabe de fronteras, territorios o países.
 
En Occidente hemos creado una sociedad consumista de seres con muchas necesidades, pero si profundizamos un poco más nos daremos cuenta de que una persona no necesita comprarse mucha ropa, ni cambiar constantemente de coche o de teléfono móvil o aparatos tecnológicos,  lo que necesita es sentirse seguro, querido y apoyado por lo que es, no por lo que tiene.
 
Nos hemos focalizado en tener más: títulos, prestigio, medios, dinero o poder y nos hemos dado cuenta de que eso crea un tremendo vacío, que no nos satisface. Los principios de la Carta de la Tierra van enfocados a ser más como persona, a sentirte mejor con lo que haces, con lo que tienes y con los demás, no a tener más.

Necesidad de estar conectados

Photo by Kate Darmody on Unsplash
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En los últimos años, especialmente en las ciudades, vivimos desconectados de la Naturaleza. Es tremendo, es imperdonable, porque no se trata de defender una idea bucólica sino de tomar consciencia de que la Madre Naturaleza es una fuente de vida, de salud, de equilibrio y armonía a todos los niveles. Ahora el Ministerio de Salud japonés recomienda a sus médicos que receten a los pacientes “baños de bosque”, que no son más que paseos de veinte minutos entre los árboles para descargarnos de la contaminación electromagnética que nos rodea por el uso abusivo de los aparatos electrónicos y para liberar las toxinas acumuladas por la contaminación del aire y los alimentos. Los pueblos antiguos eran conocedores de esta sabiduría y la incorporaban a su vida cotidiana.
 
Vivimos también muy desconectados de los demás. Cada persona se mueve en un círculo de influencia cada vez más pequeño y nos conectamos a través de Internet que, aunque satisface nuestra necesidad de comunicación, no es comparable con la que se lleva a cabo persona con persona, donde no hay emoticonos para expresar sentimientos sino miradas, gestos y caricias. 

La tercera gran desconexión es con nosotros mismos, con nuestro interior, con nuestra esencia. Tenemos la vida tan llena de cosas que no tenemos un ratito para crear ese espacio de intimidad tan importante, tan fundamental, tan nutritivo, tan vital y equilibrante, que nos haga darnos cuenta de quiénes somos, de cómo estamos, de lo que necesitamos, de lo que queremos hacer el día de mañana, de hacia dónde nos dirigimos, de si realmente estamos viviendo lo que queremos vivir y si la respuesta a alguna de esas preguntas es un “no”, tomarnos el tiempo necesario para hacer cambios, buscar estrategias y ayudas que nos permitan avanzar hacia el futuro que anhelamos.

La Carta de la Tierra invitación a la acción





              



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