Las organizaciones gubernamentales y el ser humano
Vivimos inmersos en dos dimensiones diferentes. Por un lado, los gobiernos y las instituciones deberían buscar acuerdos de paz, de cooperación, de no proliferación de armas de destrucción, de defensa de los derechos humanos, de protección de la infancia y los más débiles. Es decir, proporcionar un espacio de seguridad, de dignidad, de preservación de la vida y la ecología, de justicia, de libertad, de bienestar y satisfacción de las necesidades básicas a cada ser humano. Sin embargo, observamos como se firman acuerdos, se promulgan leyes, se lanzan decretos que al poco tiempo no tienen más valor que un papel mojado. Todo eso son normas y las normas se ponen cuando hay ausencia de valores, pero la sociedad del futuro, ese Mundo Mejor posible, debe construirse también desde la base y con la participación de los ciudadanos en lo que se podría llamar una nueva gobernanza mundial, que ofreciera un conjunto de reglas, procesos y actores (instituciones, asociaciones, ciudadanos y otros) que intervengan en la toma de decisiones que tienen lugar a escala planetaria.
Por eso es fundamental atender a esa otra dimensión que involucra a cada ser humano del planeta, favoreciendo la implicación de cada persona creando una sólida red de ciudadanía global. Por ejemplo, si tomamos el tema de la paz (cuarto bloque de principios de la Carta de la Tierra), veríamos que cada uno de nosotros sabe en conciencia cómo crear una cultura de paz. Una persona “de a pie” no tiene el poder de tirar bombas ni misiles, pero hay determinadas frases que pronunciamos que funcionan como armas de destrucción total, palabras que destruyen la intención, el ánimo, la ilusión, la confianza, juicios y críticas que producen efectos devastadores en las personas y en sus relaciones. Vivimos protegiéndonos para sentirnos seguros, porque todo nos parece hostil y amenazante y lo que reina es la desconfianza, la inseguridad y el miedo. Ahí es donde cada persona puede hacer algo.
Otro gran problema que afrontamos es la desigualdad. El 15 por ciento de la humanidad acumula los recursos de los que carece el 85 por ciento, y eso nos da una idea de la magnitud del cambio que necesitamos. Lo que está claro es que Occidente, que es quien tiene los medios, tiene una responsabilidad mucho mayor que el resto del mundo. Deberíamos asumir que cuando ayudamos a un país pobre no estamos dando limosna, sino aportando equilibrio, algo que nos beneficia también a nosotros.
Sin embargo, hay algo que juega a nuestro favor, vivimos una época en la que los acontecimientos se suceden a gran velocidad y en buena medida es gracias a los avances tecnológicos y las redes de información, que permiten que una noticia recorra el planeta en apenas unos minutos. Si echamos la vista atrás nos sorprendemos de lo que ha cambiado todo en los últimos veinte años y de que cada vez los cambios se producen más rápidamente, es decir, que quizá ahora con más personas apoyando una ética común y unos valores universales se necesitaría mucho menos tiempo para conseguir los objetivos que se propusieran.
Por eso es fundamental atender a esa otra dimensión que involucra a cada ser humano del planeta, favoreciendo la implicación de cada persona creando una sólida red de ciudadanía global. Por ejemplo, si tomamos el tema de la paz (cuarto bloque de principios de la Carta de la Tierra), veríamos que cada uno de nosotros sabe en conciencia cómo crear una cultura de paz. Una persona “de a pie” no tiene el poder de tirar bombas ni misiles, pero hay determinadas frases que pronunciamos que funcionan como armas de destrucción total, palabras que destruyen la intención, el ánimo, la ilusión, la confianza, juicios y críticas que producen efectos devastadores en las personas y en sus relaciones. Vivimos protegiéndonos para sentirnos seguros, porque todo nos parece hostil y amenazante y lo que reina es la desconfianza, la inseguridad y el miedo. Ahí es donde cada persona puede hacer algo.
Otro gran problema que afrontamos es la desigualdad. El 15 por ciento de la humanidad acumula los recursos de los que carece el 85 por ciento, y eso nos da una idea de la magnitud del cambio que necesitamos. Lo que está claro es que Occidente, que es quien tiene los medios, tiene una responsabilidad mucho mayor que el resto del mundo. Deberíamos asumir que cuando ayudamos a un país pobre no estamos dando limosna, sino aportando equilibrio, algo que nos beneficia también a nosotros.
Sin embargo, hay algo que juega a nuestro favor, vivimos una época en la que los acontecimientos se suceden a gran velocidad y en buena medida es gracias a los avances tecnológicos y las redes de información, que permiten que una noticia recorra el planeta en apenas unos minutos. Si echamos la vista atrás nos sorprendemos de lo que ha cambiado todo en los últimos veinte años y de que cada vez los cambios se producen más rápidamente, es decir, que quizá ahora con más personas apoyando una ética común y unos valores universales se necesitaría mucho menos tiempo para conseguir los objetivos que se propusieran.
Los movimientos sociales emergentes
Ya en los primeros años de este siglo XXI se empezaron a observar movimientos civiles que respondían a propuestas no organizadas por partidos políticos sino por personas individuales y asociaciones ciudadanas, que apoyándose en las redes sociales convocaban encuentros, protestas, concentraciones, boicots en algunos casos a determinados productos o empresas. En fin, que el panorama ha ido cambiando en esta última década de una manera imprevista.
Yo, a pesar de la complejidad en la que se desarrolla nuestra vida, soy optimista porque cada día veo que hay muchas cosas que están cambiando. La revista “Time”, en su portada eligió ya en el 2006 como personaje del año una silueta anónima de un ciudadano en una pantalla de ordenador. Y hablaba de la nueva democracia asegurando que el nuevo poder del siglo XXI reside en la gente, en las personas. Ese poder de comunicación que nos dan las nuevas tecnologías a través de Internet, los mensajes sms, suprime las fronteras, son movimientos incontrolables desde las instituciones. La gente de a pie puede ponerse en marcha de forma masiva y a nivel mundial dejar oír su voz para presionar a los gobiernos, sin que nadie les organice, a espaldas de lo que representa el poder.
Por otra parte, cada vez hay más personas involucradas en pequeños proyectos locales, representantes de distintos colectivos (educación, sanidad, medio ambiente, Ong’s, etc.) se han puesto en marcha aportando pequeñas soluciones locales que se mantienen funcionando y resuelven algunos de los problemas que la sociedad tiene planteados y que no pueden esperar a que las maquinarias gubernamentales se pongan en marcha. Lo mejor de todo es que esas acciones son tremendamente contagiosas y expansivas. Realmente, en los próximos años asistiremos a un proceso transformador e imparable: el paso de la conciencia individual a la conciencia social.
Los nuevos descubrimientos en física cuántica y en biología demostraron que esas mismas leyes también funcionan a nivel sociológico y que cuando un elemento aumenta su nivel de conciencia, el conjunto sube o cuando en el caos se introduce un elemento ordenado, los demás tienden al orden. Las ondas de un lago se propagan hasta la orilla de un modo visible, pero si pudiéramos ver los micro-movimientos, veríamos que llegan hasta el infinito.
Daniel Goleman, en su libro “Inteligencia social”, habla de experimentos en los que se ha demostrado que si una persona en estado normal empieza a ver fotografías de gente enfadada, con actitudes violentas y negativas, automáticamente empieza a generar en su cuerpo esos estados de ánimo. Tenemos unas neuronas llamadas “espejo” que se especializan en reflejar lo que vemos y estamos todo el día viendo imágenes negativas. Los medios de comunicación nos muestran una y otra vez la cara más espantosa del horror, del miedo, del sufrimiento, de la guerra o la pobreza, por eso, para despertar, hay que alejarse un poco, tratar de ver las cosas de un modo más global. Casi siempre, con perspectiva se ve la salida y la solución. Y casi siempre esa solución pasa por la implicación personal allá donde cada uno alcance.
Yo, a pesar de la complejidad en la que se desarrolla nuestra vida, soy optimista porque cada día veo que hay muchas cosas que están cambiando. La revista “Time”, en su portada eligió ya en el 2006 como personaje del año una silueta anónima de un ciudadano en una pantalla de ordenador. Y hablaba de la nueva democracia asegurando que el nuevo poder del siglo XXI reside en la gente, en las personas. Ese poder de comunicación que nos dan las nuevas tecnologías a través de Internet, los mensajes sms, suprime las fronteras, son movimientos incontrolables desde las instituciones. La gente de a pie puede ponerse en marcha de forma masiva y a nivel mundial dejar oír su voz para presionar a los gobiernos, sin que nadie les organice, a espaldas de lo que representa el poder.
Por otra parte, cada vez hay más personas involucradas en pequeños proyectos locales, representantes de distintos colectivos (educación, sanidad, medio ambiente, Ong’s, etc.) se han puesto en marcha aportando pequeñas soluciones locales que se mantienen funcionando y resuelven algunos de los problemas que la sociedad tiene planteados y que no pueden esperar a que las maquinarias gubernamentales se pongan en marcha. Lo mejor de todo es que esas acciones son tremendamente contagiosas y expansivas. Realmente, en los próximos años asistiremos a un proceso transformador e imparable: el paso de la conciencia individual a la conciencia social.
Los nuevos descubrimientos en física cuántica y en biología demostraron que esas mismas leyes también funcionan a nivel sociológico y que cuando un elemento aumenta su nivel de conciencia, el conjunto sube o cuando en el caos se introduce un elemento ordenado, los demás tienden al orden. Las ondas de un lago se propagan hasta la orilla de un modo visible, pero si pudiéramos ver los micro-movimientos, veríamos que llegan hasta el infinito.
Daniel Goleman, en su libro “Inteligencia social”, habla de experimentos en los que se ha demostrado que si una persona en estado normal empieza a ver fotografías de gente enfadada, con actitudes violentas y negativas, automáticamente empieza a generar en su cuerpo esos estados de ánimo. Tenemos unas neuronas llamadas “espejo” que se especializan en reflejar lo que vemos y estamos todo el día viendo imágenes negativas. Los medios de comunicación nos muestran una y otra vez la cara más espantosa del horror, del miedo, del sufrimiento, de la guerra o la pobreza, por eso, para despertar, hay que alejarse un poco, tratar de ver las cosas de un modo más global. Casi siempre, con perspectiva se ve la salida y la solución. Y casi siempre esa solución pasa por la implicación personal allá donde cada uno alcance.
Potenciando lo positivo
Cualquier persona, en un momento de suma tensión o de estrés, cambia en cuestión de segundos si cierra los ojos y evoca un recuerdo, algo agradable, de su infancia. Cualquier detalle, como el roce de una toalla o el olor del bizcocho que hacía su abuela, puede determinar un cambio súbito pues a partir de esas imágenes y sensaciones el cerebro empezará a volcar en el torrente sanguíneo una serie de hormonas como la serotonina, la dopamina, la oxitocina y otras endorfinas, que terminarán por bajar los niveles de cortisol en sangre y devolverán al organismo a un estado de bienestar que finalmente se manifestará en su cuerpo físico, en su mente y en sus emociones.
¡Pero atención! No estamos hablando de ignorar la realidad sino de que, una vez que se tiene la conciencia clara de lo que ocurre, seamos capaces de conectar con nuestra fuerza interior para asociarnos con los demás y generar las sinergias necesarias que nos permitan transformar la situación, pero siempre desde la acción. Tenemos que ser parte de la solución, no del problema. Por eso conviene cada día prepararse, revestirse de esos valores, de los estados de ánimo que quieres para tu vida, no importa si es meditando, respirando aire puro en el parque, escuchando música o apoyándote en lecturas inspiradoras. Si fuéramos medianamente conscientes y actuáramos en consecuencia, provocaríamos el vuelco de los medios de comunicación, la publicidad, la información… todo.
Además, es una cuestión de coherencia y armonía que deviene en una mejor salud física, mental y emocional. Uno mismo es el primer beneficiado o perjudicado por sus pensamientos y actitudes. Cuando uno está deprimido o angustiado, se cierra el plexo solar, nuestra principal entrada de energía vital y se bloquea la glándula timo, que es la responsable, entre otras cosas, de generar los linfocitos T, las células anticancerígenas. El sistema inmunológico se deprime y bajan inmediatamente nuestras defensas. Y, al contrario, cuando mantenemos una actitud abierta, positiva y con confianza ante la vida, somos capaces de revertir un proceso degenerativo o de enfermedad haciendo una mejor gestión de nuestras emociones y siendo capaces de responder de manera más acertada a los retos que nos presenta la vida.
Y lo mejor de todo es que ese bienestar no se queda solamente en el individuo, sino que surge de manera natural lo que podríamos llamar el espíritu de servicio, que nos hace estar dispuestos a compartir lo aprendido o lo conseguido con los demás, poniéndolo a disposición de la comunidad. Cuando uno tiene clara su filosofía de vida y se alinea con ella, comienza a sintonizar con lo que favorece el bien común, a encontrarse con las personas adecuadas, a descubrir los apoyos necesarios, las estrategias y la simbiosis precisas para llegar más lejos, haciendo honor a un proverbio africano muy sencillo pero que refleja una gran sabiduría de la experiencia: “Si quieres llegar pronto ve solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado”. Es la filosofía del Ubuntu que tan bien representó Nelson Mandela.
Confiar en algo, apoyarlo, generar proyectos que vayan en consonancia, buscar la cooperación y empezar a actuar, eso va a generar acción y cambios significativos. Imaginemos por un momento a un docente que se enfrenta a una clase complicada, pero él está alineado con su propósito, ha puesto en orden sus ideas y sus estrategias, tiene claro cuál es su papel, qué es lo que quiere enseñar, qué tipo de semilla quiere sembrar en esos niños, cuáles son los valores y la ética que quiere transmitirles, en definitiva, un maestro dispuesto a poner su granito de arena para que un mundo mejor sea posible. Por mucha situación caótica que se encuentre, los niños terminarán siendo afectados por esa energía de orden, de coherencia, tal y como nos explican los principios de la ley de coherencia en la física de partículas. Y si ese proceso se extiende, puede comenzar a expandirse llegando en un tiempo no muy lejano a producirse los cambios que parecían impensables en el origen.
La gente se suma porque en el fondo todos desean ser más felices, vivir de una manera más sana y más coherente buscando la cooperación en vez de la competitividad y eso es muy gratificante. Las modas, las tendencias, las organizaciones y las instituciones se irán adaptando a lo que la sociedad demande de forma masiva.
¡Pero atención! No estamos hablando de ignorar la realidad sino de que, una vez que se tiene la conciencia clara de lo que ocurre, seamos capaces de conectar con nuestra fuerza interior para asociarnos con los demás y generar las sinergias necesarias que nos permitan transformar la situación, pero siempre desde la acción. Tenemos que ser parte de la solución, no del problema. Por eso conviene cada día prepararse, revestirse de esos valores, de los estados de ánimo que quieres para tu vida, no importa si es meditando, respirando aire puro en el parque, escuchando música o apoyándote en lecturas inspiradoras. Si fuéramos medianamente conscientes y actuáramos en consecuencia, provocaríamos el vuelco de los medios de comunicación, la publicidad, la información… todo.
Además, es una cuestión de coherencia y armonía que deviene en una mejor salud física, mental y emocional. Uno mismo es el primer beneficiado o perjudicado por sus pensamientos y actitudes. Cuando uno está deprimido o angustiado, se cierra el plexo solar, nuestra principal entrada de energía vital y se bloquea la glándula timo, que es la responsable, entre otras cosas, de generar los linfocitos T, las células anticancerígenas. El sistema inmunológico se deprime y bajan inmediatamente nuestras defensas. Y, al contrario, cuando mantenemos una actitud abierta, positiva y con confianza ante la vida, somos capaces de revertir un proceso degenerativo o de enfermedad haciendo una mejor gestión de nuestras emociones y siendo capaces de responder de manera más acertada a los retos que nos presenta la vida.
Y lo mejor de todo es que ese bienestar no se queda solamente en el individuo, sino que surge de manera natural lo que podríamos llamar el espíritu de servicio, que nos hace estar dispuestos a compartir lo aprendido o lo conseguido con los demás, poniéndolo a disposición de la comunidad. Cuando uno tiene clara su filosofía de vida y se alinea con ella, comienza a sintonizar con lo que favorece el bien común, a encontrarse con las personas adecuadas, a descubrir los apoyos necesarios, las estrategias y la simbiosis precisas para llegar más lejos, haciendo honor a un proverbio africano muy sencillo pero que refleja una gran sabiduría de la experiencia: “Si quieres llegar pronto ve solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado”. Es la filosofía del Ubuntu que tan bien representó Nelson Mandela.
Confiar en algo, apoyarlo, generar proyectos que vayan en consonancia, buscar la cooperación y empezar a actuar, eso va a generar acción y cambios significativos. Imaginemos por un momento a un docente que se enfrenta a una clase complicada, pero él está alineado con su propósito, ha puesto en orden sus ideas y sus estrategias, tiene claro cuál es su papel, qué es lo que quiere enseñar, qué tipo de semilla quiere sembrar en esos niños, cuáles son los valores y la ética que quiere transmitirles, en definitiva, un maestro dispuesto a poner su granito de arena para que un mundo mejor sea posible. Por mucha situación caótica que se encuentre, los niños terminarán siendo afectados por esa energía de orden, de coherencia, tal y como nos explican los principios de la ley de coherencia en la física de partículas. Y si ese proceso se extiende, puede comenzar a expandirse llegando en un tiempo no muy lejano a producirse los cambios que parecían impensables en el origen.
La gente se suma porque en el fondo todos desean ser más felices, vivir de una manera más sana y más coherente buscando la cooperación en vez de la competitividad y eso es muy gratificante. Las modas, las tendencias, las organizaciones y las instituciones se irán adaptando a lo que la sociedad demande de forma masiva.
La Carta de la Tierra en acción
Realmente la Carta de la Tierra es un documento desconocido para una gran mayoría de los seres humanos. A pesar de que se van a cumplir 20 años desde su lanzamiento.
En 1987, la Comisión Mundial para el Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas hizo un llamamiento para la creación de una carta que tuviera los principios fundamentales para el desarrollo sostenible. La redacción de la Carta de la Tierra fue uno de los asuntos inconclusos de la Cumbre de la Tierra de Río en 1992.
La versión final de la Carta se aprueba por la Comisión en la reunión celebrada en la sede de la UNESCO en París en marzo de 2000. El lanzamiento oficial de la Carta de la Tierra tiene lugar en el Palacio de la Paz en La Haya el 29 de junio de 2000, en un acto presidido por la reina Beatriz de Holanda.
Hoy sigue siendo un documento inspirador, pero además es una excelente herramienta educativa innegable -como han demostrado las experiencias de cientos de docentes en todo el mundo- sino también con un enfoque más amplio dirigido a la sensibilización de la sociedad para proporcionar las bases de funcionamiento que nos permitan afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos.
En 1987, la Comisión Mundial para el Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas hizo un llamamiento para la creación de una carta que tuviera los principios fundamentales para el desarrollo sostenible. La redacción de la Carta de la Tierra fue uno de los asuntos inconclusos de la Cumbre de la Tierra de Río en 1992.
La versión final de la Carta se aprueba por la Comisión en la reunión celebrada en la sede de la UNESCO en París en marzo de 2000. El lanzamiento oficial de la Carta de la Tierra tiene lugar en el Palacio de la Paz en La Haya el 29 de junio de 2000, en un acto presidido por la reina Beatriz de Holanda.
Hoy sigue siendo un documento inspirador, pero además es una excelente herramienta educativa innegable -como han demostrado las experiencias de cientos de docentes en todo el mundo- sino también con un enfoque más amplio dirigido a la sensibilización de la sociedad para proporcionar las bases de funcionamiento que nos permitan afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos.
Los maestros y maestras claves fundamentales
En nuestra primera etapa de difusión de la Carta de la Tierra impartimos talleres a docentes y alumnos en distintas comunidades autónomas. Nos focalizamos de manera prioritaria en cursos de formación para los maestros de infantil y primaria, aunque después se abordaron el resto de las etapas educativas.
Intentamos proporcionar a los docentes herramientas pedagógicas innovadoras. Si hablamos de transmisión de valores universales es imprescindible que el maestro sea un exponente de lo que intenta enseñar; aquí no se trata de clases magistrales o de capacitaciones técnicas sino de la incorporación y manifestación de valores fundamentales como la libertad, la paz, la justicia, el amor o la verdad.
Por eso los talleres de la Carta de la Tierra siempre van dirigidos a las personas porque, si se desarrolla de forma integral el potencial de la persona, no hay duda de que será un excelente profesional, algo que no sucede a la inversa.
En las aulas se necesitan nuevas maneras de enfocar la labor docente, nuevas estrategias; se trata de recuperar los valores de la persona para que los puedan transmitir en clase. Y darles recursos como meditación, juegos, visualizaciones creativas, música y danzas, algo que sólo se utilizaban con los niños más pequeños porque son más emocionales pero que hay que trasladar a todos para abrir canales de aprendizaje que no deberían cerrarse nunca. La diferencia con lo hecho hasta ahora es que apostamos por la maduración personal, para que el docente sea el primero en experimentar el cambio que desea para sus alumnos.
También hay talleres para niños, en los que se introducen juegos, teatro, títeres, gymkhanas, todo lo que represente una manera alternativa y creativa de aprender las reglas básicas de la solidaridad, el respeto, la paz, la cooperación, la justicia y la igualdad.
El aprendizaje, sobre todo de las primeras etapas, conlleva movimiento y emoción; se aprende en la medida en que algo te emociona. Tener una ficha con más “colorines” no emociona, el amor por la lectura no se adquiere cuando el libro que te mandan leer es materia de examen, porque entonces es una asignatura más. Por el contrario, hay que descubrirle la magia de la imaginación, el poder del pensamiento, la capacidad creativa y la fantasía.
La Carta de la Tierra tiene un tratamiento transversal en la escuela. No se trata de asignarle un tiempo como si fuera una asignatura más, pues los valores deben estar presentes en todo el currículo, en las actividades del centro y en el plan anual de actuación que se fije en el Consejo Escolar. Nuestras propuestas son actividades lúdicas que funcionan como atajos, porque no siguen la trayectoria lineal del pensamiento racional. Algo tan sencillo como, por ejemplo, dar la bienvenida a un compañero nuevo con una danza en corro que todos tengan que aprender.
También nos hemos encontrado con que los niños se convierten en agentes educadores de la familia. Muchos niños enseñan a sus padres a reciclar la basura o a respetar las plantas o tienen muy claro las situaciones de injusticia. En algún colegio les hemos enseñado a sembrar berros y a experimentar la diferencia en su crecimiento entre los que son cuidados y tratados con amor o solo con agua. Y ellos lo transmiten luego en casa.
Intentamos proporcionar a los docentes herramientas pedagógicas innovadoras. Si hablamos de transmisión de valores universales es imprescindible que el maestro sea un exponente de lo que intenta enseñar; aquí no se trata de clases magistrales o de capacitaciones técnicas sino de la incorporación y manifestación de valores fundamentales como la libertad, la paz, la justicia, el amor o la verdad.
Por eso los talleres de la Carta de la Tierra siempre van dirigidos a las personas porque, si se desarrolla de forma integral el potencial de la persona, no hay duda de que será un excelente profesional, algo que no sucede a la inversa.
En las aulas se necesitan nuevas maneras de enfocar la labor docente, nuevas estrategias; se trata de recuperar los valores de la persona para que los puedan transmitir en clase. Y darles recursos como meditación, juegos, visualizaciones creativas, música y danzas, algo que sólo se utilizaban con los niños más pequeños porque son más emocionales pero que hay que trasladar a todos para abrir canales de aprendizaje que no deberían cerrarse nunca. La diferencia con lo hecho hasta ahora es que apostamos por la maduración personal, para que el docente sea el primero en experimentar el cambio que desea para sus alumnos.
También hay talleres para niños, en los que se introducen juegos, teatro, títeres, gymkhanas, todo lo que represente una manera alternativa y creativa de aprender las reglas básicas de la solidaridad, el respeto, la paz, la cooperación, la justicia y la igualdad.
El aprendizaje, sobre todo de las primeras etapas, conlleva movimiento y emoción; se aprende en la medida en que algo te emociona. Tener una ficha con más “colorines” no emociona, el amor por la lectura no se adquiere cuando el libro que te mandan leer es materia de examen, porque entonces es una asignatura más. Por el contrario, hay que descubrirle la magia de la imaginación, el poder del pensamiento, la capacidad creativa y la fantasía.
La Carta de la Tierra tiene un tratamiento transversal en la escuela. No se trata de asignarle un tiempo como si fuera una asignatura más, pues los valores deben estar presentes en todo el currículo, en las actividades del centro y en el plan anual de actuación que se fije en el Consejo Escolar. Nuestras propuestas son actividades lúdicas que funcionan como atajos, porque no siguen la trayectoria lineal del pensamiento racional. Algo tan sencillo como, por ejemplo, dar la bienvenida a un compañero nuevo con una danza en corro que todos tengan que aprender.
También nos hemos encontrado con que los niños se convierten en agentes educadores de la familia. Muchos niños enseñan a sus padres a reciclar la basura o a respetar las plantas o tienen muy claro las situaciones de injusticia. En algún colegio les hemos enseñado a sembrar berros y a experimentar la diferencia en su crecimiento entre los que son cuidados y tratados con amor o solo con agua. Y ellos lo transmiten luego en casa.
Los nuevos docentes
Un maestro/a, como un terapeuta, es un acompañante del proceso de crecimiento de la persona y tiene que ser capaz de activar la motivación por aprender del educando, acompañar el proceso de desarrollo hacia la felicidad y la plenitud, hacia la libertad y la participación, no hacer médicos o arquitectos; eso va después, cuando lo importante esté ya asentado.
Hasta ahora ha imperado el sistema reproductor, repetitivo, técnico, conocimiento e instrucción y mucha mente con muy poco corazón y muy pocas emociones. El mundo emocional es el noventa por ciento de la persona, la creatividad está relacionada con esas potencialidades y debe ser la mente racional la que te dice después cuándo, cómo, dónde y de qué manera aplicar lo intuido. Eso es lo que nos aporta el método científico. Pero el impulso primero parte de nuestro hemisferio cerebral derecho, del corazón, de la emoción (e-movere indica “movimiento hacia”).
Tenemos que ver la educación desde ahí. No se trata de “meter” conocimiento sino de que el niño aprenda a “concebir” el conocimiento dentro de él, sostenido por una escala de valores que le dé seguridad y confianza, que le ayude a ser parte de un mundo mejor, poner más normas, poner más “rigideces” o poner más controles, es como querer sujetar el agua entre las manos.
La apuesta es de futuro y hacia ese horizonte es donde debemos mirar, cuando los niños y niñas de ahora lleguen a secundaria, a la universidad, cuando se incorporen a sus puestos de trabajo, cuando puedan tomar decisiones, deberán tener asumida esa cultura de paz, de justicia social, de amor por todo lo que es vida.
El futuro está todo por hacer y hay muchos millones de pares de manos en todo el planeta dispuestos a emprender la tarea de alcanzar ese mundo mejor, más justo, más sostenible, más pacífico. Surgen proyectos innovadores y apasionantes como iniciativas locales muy nucleares pero que conformarán el tejido embrionario para una nueva sociedad. Hay que poner nuestra confianza en los niños y jóvenes, en prepararlos para el futuro, en hacerles conscientes de que les toca abrirse y aprender a transitar por nuevos caminos y dejar a un lado los senderos hollados que ya sabemos dónde nos han conducido, pero sobre todo a que la historia, el destino común nos hace una llamada.
El proceso requerirá un cambio profundo de mentalidad y de corazón, requiere también un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global. Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas para plasmar esa visión.
La revolución de la que hablamos empieza con la transformación personal. Hoy, afortunadamente, una gran mayoría de profesionales de todos los sectores han entendido la estrecha relación que existe entre el despertar de la conciencia individual y el despertar de la conciencia colectiva.
Hasta ahora ha imperado el sistema reproductor, repetitivo, técnico, conocimiento e instrucción y mucha mente con muy poco corazón y muy pocas emociones. El mundo emocional es el noventa por ciento de la persona, la creatividad está relacionada con esas potencialidades y debe ser la mente racional la que te dice después cuándo, cómo, dónde y de qué manera aplicar lo intuido. Eso es lo que nos aporta el método científico. Pero el impulso primero parte de nuestro hemisferio cerebral derecho, del corazón, de la emoción (e-movere indica “movimiento hacia”).
Tenemos que ver la educación desde ahí. No se trata de “meter” conocimiento sino de que el niño aprenda a “concebir” el conocimiento dentro de él, sostenido por una escala de valores que le dé seguridad y confianza, que le ayude a ser parte de un mundo mejor, poner más normas, poner más “rigideces” o poner más controles, es como querer sujetar el agua entre las manos.
La apuesta es de futuro y hacia ese horizonte es donde debemos mirar, cuando los niños y niñas de ahora lleguen a secundaria, a la universidad, cuando se incorporen a sus puestos de trabajo, cuando puedan tomar decisiones, deberán tener asumida esa cultura de paz, de justicia social, de amor por todo lo que es vida.
El futuro está todo por hacer y hay muchos millones de pares de manos en todo el planeta dispuestos a emprender la tarea de alcanzar ese mundo mejor, más justo, más sostenible, más pacífico. Surgen proyectos innovadores y apasionantes como iniciativas locales muy nucleares pero que conformarán el tejido embrionario para una nueva sociedad. Hay que poner nuestra confianza en los niños y jóvenes, en prepararlos para el futuro, en hacerles conscientes de que les toca abrirse y aprender a transitar por nuevos caminos y dejar a un lado los senderos hollados que ya sabemos dónde nos han conducido, pero sobre todo a que la historia, el destino común nos hace una llamada.
El proceso requerirá un cambio profundo de mentalidad y de corazón, requiere también un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global. Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas para plasmar esa visión.
La revolución de la que hablamos empieza con la transformación personal. Hoy, afortunadamente, una gran mayoría de profesionales de todos los sectores han entendido la estrecha relación que existe entre el despertar de la conciencia individual y el despertar de la conciencia colectiva.
Y ahora un cuento para pequeños y mayores
Había una vez un rey feliz en el Paraíso, cuya alegría aumentaba al atardecer oyendo cantar a los ruiseñores. Un día llegó el rey del Progreso Aparente y le hizo ver lo molesto que era el croar de las ranas y cómo distorsionaba la música de los pájaros (algo en lo que el rey del Paraíso nunca había reparado). Obsesionado con pesadillas de ranas espantosas, el monarca del Paraíso no podía dormir, hasta que pidió a su colega una solución. El rey del Progreso Aparente le pasó un veneno que funcionó inmediatamente. Pero aquel polvito blanco enturbió los estanques cristalinos y poco después todo se llenó de cadáveres de las ranas muertas, una carroña pestilente. Las moscas y los mosquitos se reprodujeron imparablemente y todo fue un reclamo para que se trasladaran allí a vivir los murciélagos, un animal que aterroriza a los ruiseñores. Y desde entonces jamás nadie volvió a oír cantar, ni a ver siquiera, a ningún ruiseñor. Y colorín colorado…”.