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El poder de la palabra



Jesús Moreno Ramos

09/09/2019

“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo. Amo tanto las palabras…”
Pablo Neruda (Confieso que he vivido)



Photo by Patrick Tomasso on Unsplash
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Lo primero es la voz (“verbum”) y a partir de esto acaece ese continuo de creaciones y cocreaciones. O también, los sabios de la antigua India, los “rishis”, que entre sus cualidades estaba la materialización mediante palabras. Por tanto, la palabra pronunciada era considerada sagrada, poderosa e inalterable. En sánscrito (tal vez el idioma más antiguo que conservemos) el término “vac” (voz) es a menudo considerado como sinónimo de diosa Shakti, energía creativa, poder de la manifestación. De ahí la importancia de los mantras, de de su recitación oral o mental y en el idioma original. Para los griegos era el “Logos”, algo similar también a principio creativo. De manera que en las palabras hay algo más que palabras, una energía mostrada o no (bendiciones, maldiciones, conjuros…), de la que deberíamos ser más conscientes.
 
Las palabras no son inocentes por mucho que lo digamos en broma. Lo que pensemos (el pensamiento es lingüístico) o lo que decimos son todo palabras. Cuida tus pensamientos, tus palabras, tus acciones, tus hábitos… Todo está concatenado, aunque no lo percibamos al instante.
 
En este sentido, no es casual que el primero de los cuatro acuerdos toltecas (sabiduría precolombina mesoamericana) diga “seré impecable con mis palabras”. El esmero, la toma de conciencia de que lo que sale de mi boca es como una fuente, si sale agua limpia y buena es porque procede de un manantial nutritivo, cristalino; por el contrario, no puede ser que de una misma fuente se suceda aleatoriamente agua limpia y agua tóxica, eso no es coherente con la naturaleza de las cosas. Pues apliquémonos el cuento, no hay palabras ociosas: todo es energía, y lo que sale de mí es sólo un reflejo de lo que hay en mí.
 
Asimismo, en otra tradición ancestral, la polinesia, la técnica de sanación personal y grupal para los conflictos emocionales encuentra su plasmación en el conocido HOPONOPONO: palabras sanadoras para curar las heridas del alma: “lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias.”
 
Recordemos también, que la palabra es ese estadio intermedio entre lo inmaterial (sólo no manifiesto) y lo material, la ejecución o plasmación en acciones. Es decir, que goza de este doble estatus y de bisagra entre lo espiritual (los pensamientos, la inteligencia conceptual), y la manifestación de estos en resultados prácticos, empíricos, mensurables (inteligencia operativa, pragmática, ejecutiva). Todo lo que es fruto de la mente humana (este ordenador sobre el que estoy tecleando, por ejemplo), ha debido de pasar previamente por una fase no material, pero no por ello menos “real”. Por lo que volvemos a aquella máxima antigua: “Cuida tus pensamientos”.
 
Y es que el lenguaje, las palabras, los pensamientos nos modelan y modelan. Somos lo que la educación ha hecho en nosotros (no sólo lo que nos hemos dejado). La moderna neuroeducación pone el énfasis en enseñar más a pensar, a gestionar nuestras potencialidades, a poner el énfasis en los procesos de enseñanza-aprendizaje y menos en el resultado, en disciplinar la mente, en aprender a aprender, en ser creativos, críticos, y no sólo en almacenar conocimientos. Una nueva educación debería ir más en esta línea holística, integradora y no preferentemente parceladora en disciplinas curriculares inconexas. Así me gusta imaginármelo dentro de cien o doscientos años, sin tantos horarios agotadores para niños y adolescentes, sin tantas tediosas horas de clase de monólogos dialogados… Donde la palabra sea realmente el protagonista a esas edades donde son tan vulnerables nuestros hijos. La mayor presencia de la inteligencia emocional y de las inteligencias múltiples harán más humanas nuestras aulas de primaria y secundaria.

Photo by Milo Milk on Unsplash
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La palabra es energía según la ciencia

Por otra parte, que la palabra es energía viene siendo constatado por la ciencia desde aportaciones a finales del siglo XX a cargo del científico japonés Masaru Emoto y su divulgativa experimentación “Mensajes del agua”. Aquí se puede constatar cómo la música y las palabras producen un inequívoco efecto sobre la gota de agua cristalizada y sometida a la exploración del microscopio. Y es que recordemos que somos agua en torno a un 70 % del cuerpo humano (proporción similar a lo que ocurre a este planeta que más bien debería llamarse agua y no tierra), por lo que las palabras y todas las demás energías en las que estamos insertos en el día a día están influyendo en nuestros cuerpos (físico, mental y emocional). Interactuamos de manera inconsciente en su mayor parte. Pero sólo con el hecho de ser algo más conscientes cuidaríamos mejor las relaciones, las personas, los ambientes, los alimentos… Nada es ingenuo, casual, indiferente, estamos en permanente interacción. Y para ello debemos primar antes lo que no se ve que lo que se ve, pues este último aspecto es solo manifestación o resultado de rutinas, inercias, inconsciencias…
 
También la ciencia más reciente lo corrobora, como está haciendo la doctora en biomedicina Ana María Oliva, plasmado en su reciente libro “Lo que tu luz dice”. Mediante la máquina moderna GDV-Biowell (una cámara Kirlian muy avanzada, Gas Discharge Visualization) la científica mide el biocampo o campo energético de las personas, los animales y las cosas. Y entre los experimentos constata que el campo de luz de una personal no es el mismo antes y después de decir palabras gruesas u ofensivas que palabras dulces, nutritivas. Estos experimentos como los del doctor Emoto son replicables, y marcan una luminosa dirección hacia una medicina natural, integrativa, energética. “Cuando empezamos a comprender la realidad energética, ya no volvemos a ver el mundo de la misma manera”.
 
Otro científico, el madrileño doctor Mario Alonso Puig afirma sin paliativos que la palabra es una forma de energía vital, y ha fotografiado con tomografías la emisión de positrones de pacientes que decidieron hablarse a sí mismos de una manera positiva, específicamente personas con trastornos psiquiátricos, y que consiguieron remodelar físicamente su estructura cerebral, precisamente en los circuitos en que se generaban estas enfermedades. En este sentido corrobora lo que el Nobel de Medicina de 1906, Santiago Ramón y Cajal afirmaba: “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Y ello es así porque las palabras por sí solas activan los núcleos amigdalianos. Y de igual manera, científicos de la Universidad de Harward han demostrado que cuando la persona consigue reducir esa cacofonía interior y entrar en silencio, las migrañas y el dolor coronario pueden reducirse alrededor de un 80 %. Por lo que volvemos al principio de este artículo: cuida tus palabras, cuida tus pensamientos, adiestra la mente… Gana en consciencia, en calidad de vida.

Photo by Olia Nayda on Unsplash
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La palabra y la salud

Así pues, vamos confirmando algo que se sabía desde hace milenios a cargo de diferentes corrientes de pensamiento, el poder de la palabra sobre la salud, y la visión holística del ser humano interrelacionando con todo y con todos. El biofísico ruso Pjotr Garjajev y sus colegas implicados en la investigación exponen cómo la palabra puede modificar el ADN, una especie de internet biológico muy superior al artificial si lo vemos desde este luminoso punto de vista. ¿Entendemos ahora mejor el poder salutífero, benefactor de las oraciones y de los mantras si se dicen desde el corazón? Porque no olvidemos que la palabra va “acompañada” del coro del gesto y la intención, los lenguajes no verbales que siempre la acompañan, y cuyo efecto comunicativo es muy superior al propiamente lingüístico. Decir las cosas con consciencia, atención e intención multiplica el poder de la palabra. Empecemos ya antes de que nuestro hijo vea la luz. Vivette Glover, psicobióloga perinatal del Imperial College de London nos indica que la educación emocional se inicia ya desde el útero materno. Ella afirma que ya a lo largo del tercer trimestre, el bebé es muy sensible a las voces que escucha del exterior. El líquido amniótico es un gran conductor del sonido, y aunque el feto no entiende el lenguaje como tal, sí tiene sensibilidad a la carga emocional que se desprenden de esas tonalidades, de esas palabras.
 
Por último, el neurocientífico Andrew Newberg, y el experto en comunicación Mark Robert Waldman escribieron el libro “Las palabras pueden cambiar tu mente”. Aquí nos anima a que utilicemos más palabras positivas que negativas para activar los centros de motivación del cerebro, pues las palabras tóxicas contribuyen a que ciertos neuroquímicos propicien estrés. En definitiva, plantean una psicología positiva, apreciativa, como herramienta para ganar en calidad de vida, y que a modo de frase publicitaria sintetizan de esta manera: “Cambie sus palabras, cambie su vida”.
 
Así pues, “hable bonito” y sobre todo a los más pequeños, porque el influjo es tremendo. “Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto” Aristóteles.

Jesús Moreno Ramos
Dr. en Pedagogía




              



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