Cuando las máquinas dan un paso atrás
“El apagón del 28 de Abril en España me pilló trabajando con el ordenador. De pronto la conexión a Internet se fue y, tras hacer las comprobaciones oportunas vi que tampoco había luz en los escaparates de la calle. “Vendrá pronto”, pensé. Pero al poco tiempo recibí una llamada que me dijo que el apagón había sido en toda España, Portugal, Francia, Italia y Alemania. Lo primero que me vino a la cabeza fue un ciberataque con una sensación de inseguridad y de temor por si aquello pudiera ser el comienzo de un conflicto bélico a gran escala.
Muchas fueron las sensaciones que experimenté a lo largo de las 10 horas que el apagón duró en Toledo. Destaco las que sentí con más fuerza:
Muchas fueron las sensaciones que experimenté a lo largo de las 10 horas que el apagón duró en Toledo. Destaco las que sentí con más fuerza:
- Me llené de un gran pánico pensando en mis hijos, en que iba a estar desconectado de ellos y con la imposibilidad de atender cualquier necesidad que les pudiera surgir. Especialmente pensaba en Samuel, porque no adivinaba cómo podría aceptar la frustración de no tener energía eléctrica en tres días (era lo que al principio se decía). Luego, haciendo un acto de reflexión y confianza, vi que la frustración no estaba en él y que dada su edad era capaz de superar la situación, que no tenía por qué ocurrirle nada significativo, y concluí que la frustración y el miedo estaban en mí, en mi afán sobreprotector y en mi falta de confianza en la Vida. A pesar de haberme tranquilizado en parte, cogí el coche y fui de Toledo (donde vivo) a Illescas (donde vive). Al llegar pude comprobar con tranquilidad y alegría que estaba feliz, y también Ismael, y hasta animados por tener la oportunidad de vivir esa experiencia.
- Ya de regreso a casa comencé a sentir una sensación de enfado creciente, de rabia en progresión geométrica y, al tiempo, una absoluta impotencia ante la situación. Desde hace mucho vengo pensando en el gran error que comete la civilización moderna al dejar todo en manos de la tecnología electrónica e informática. Las máquinas “saben todo”, “todo lo resuelven”, “a todo dan soluciones” y… cuando les falta la energía eléctrica, (que puede faltar por miles de diferentes causas y en los más insospechados momentos) dejan de funcionar paralizando todo lo que de ellas dependía. Y, pensaba yo al tiempo que me veía anulado como persona por las máquinas, que los “grandes sabios de la humanidad actual” han dejado TODO en manos de las máquinas sin prever alternativas para suplir errores y deficiencias. ¡TODO, TODO! se paralizó ante la falta de corriente eléctrica.
- Ya por la tarde, más confiado en que la solución llegaría antes o después, salí a la calle y percibí un ambiente inusual de despreocupación y alegría que me lleno de optimismo. La gente paseaba al sol, iban hablando con entusiasmo unos con otros, había más niños de lo habitual jugando por las calles, los vecinos hablaban en las puertas de sus casas… y enseguida pensé: “Claro, cuando las máquinas dan un paso atrás, la humanidad que llevamos dentro lo da adelante”. No había televisión que ver, ni ordenadores en los que estar, ni videojuegos con los que entretenerse, ni centros comerciales en los que quedar absorbidos, ni sitios abiertos a los que ir en coche…, ni… Y, de pronto, nos dimos cuenta de que estábamos entre otras personas y salimos a relacionarnos con ellas, a buscar el calor que llena el alma, el calor humano que ninguna fría maquina puede suplir. Aunque sólo durante unas horas, tuvimos la oportunidad de ser seres humanos desnudos de artificiosidad y sentimos la libertad que da la conciencia de la grandeza que llevamos dentro.
- Cercana la noche, me llenó un espíritu de aventura. Me ilusionaba vivir una noche a oscuras dependiendo del ingenio para realizar las actividades ordinarias y en contacto con una negrura adornada de estrellas y de silencio. Me fui al trastero de mi casa, cogí el hornillo a gas y el farol de campo, preparé en la terraza la mesa con sillas para improvisar una cena en pareja y desempolvé las linternas con la intención de pasear en la noche por las callejas sin luz de Toledo, respirando silencio, acariciándonos y dejándonos acariciar por estrellas, experimentando la presencia alrededor de lo que sabes que está, aunque los sentidos no lo perciban. La aventura prometía ser muy interesante. ¡Qué pena que en Toledo volviese la luz a las 8:30 de la tarde!” José Luis_Sembrador de Luz – TOLEDO
Apreciar el apoyo y la compañía
“A mí me pilló yendo a atender a mi gatita.
Entramos en Madrid y no funcionaban los semáforos. Vivo en un piso 13, pensé: ¡qué suerte que no nos pilló en el ascensor! Cuando entramos en el portal, varias personas estaban esperando que volviera la luz para poder subir en los ascensores.
No íbamos a dejar a la gatita sin asistencia, así que escaleras para arriba; por el camino, una vecina me contó que había oído por la radio que era en toda la península y otra decía que eso era muy raro que le sonaba a que podía ser alguna manipulación.
Toqué en la puerta de mi anciana vecina para informarle de lo que pasaba, estaba con una señora que algunos días va a ayudarla.
Estuvimos un ratito con la gata, aproveché para buscar linterna, velas y transistor, en el convencimiento de que esto podría durar varios días, y nos fuimos pronto para evitar el caos de tráfico que se preveía.
Al salir, pasé a ver a mi vecina, le dejé una linterna, le dije que estuviera tranquila, que los teléfonos no funcionaban y que igual tardaría bastante la luz y que yo le enviaría un mensaje a su hijo para decirle que estaba bien.
Ya en el coche camino de la M40, pillamos un buen atasco (eran las 14.00). Solo al inicio, en la glorieta de Legazpi, el conductor de un coche soltó algunos improperios porque los coches de delante no nos movíamos tan rápido como él quería; fue el único comportamiento desagradable; el resto de las casi 3 horas, los coches se movían con paciencia y mucho civismo.
Vimos los accesos a la M30 cortados y aunque algunos conductores que iban en sentido contrario, nos decían que nos diéramos la vuelta, porque no dejaban acceder a la M40, apostamos por seguir, porque la vuelta no se preveía fácil.
Iba con mi hermano que es una persona admirablemente tranquila así que, compartir estas cosas con él, lo hace más fácil. Yo le decía que mejor hacer las cosas en cuanto se puede porque no se sabe nunca lo que puede sorprendernos el día siguiente (pensaba yo en que si hubiéramos ido el día anterior no nos hubiera pillado eso) y él, rápido de reflejos, me contestó: “Bueno a veces dejarlo para después también te puede salvar de algún enredo, si en vez de haber bajado hoy a ver a la gata, lo hubiéramos dejado para mañana, no nos habría pillado.”
Siempre me sorprende con algún toque de su sabiduría: lo mejor no es hacer las cosas antes sino en el momento oportuno.
Escuchamos por la radio del coche el testimonio de una persona que tenía un familiar que respiraba con una máquina y estaban angustiados pensando en que se acabara la batería antes de que volviera la luz, nos hizo conscientes de que había personas que tenían motivos para estar realmente asustadas.
Nos sentíamos muy afortunados, había gente en trenes parados, que no sabían dónde estaban, a veces en túneles, a oscuras… sin agua, sin comida…, gente encerrada en ascensores, personas en quirófanos aunque, afortunadamente, en los hospitales y centros sanitarios tenían generadores que les permitían superar la situación.
Una amiga, que dos días antes se había caído y no podía moverse, había ido el día siguiente al hospital, ¡menos mal! Y no había podido ir a trabajar y, por eso, se estaba librando del caos.
Hasta en las desgracias se puede tener suerte, siempre puede ser peor.
Los que ese día teletrabajaban, tranquilos en sus casas; un vecino se fue a trabajar porque con el apagón no pudo seguir una reunión online; pensé que pudiendo haberse librado no entendí como eligió meterse en el caos de tráfico.
Mi hermano preguntó que preferiría si tuviera que quedarme encerrada en un ascensor durante 5 horas, ¿estar sola o acompañada? No tuve ninguna duda, dije que sola, porque así podría sentarme en el suelo, 5 horas de pie en un espacio tan reducido las imaginé muy duras y si, además, me tocaba con alguien quejica o miedoso, podía ser poco soportable. Él dudó y luego dijo que optaría por estar con más gente. Creo que la respuesta nos definía a cada uno.
Luego pensé que en mi bloque habíamos tenido suerte porque somos más de 100 vecinos, en 14 pisos y, casualmente, en el momento del apagón no iba nadie en ninguno de los tres ascensores.
En un momento, entraron los mensajes de mis hermanos, todos estaban bien, así que tranquilidad. Llegamos por fin a casa de mi hermano, yo insistí en comprar algo que pudiéramos comer crudo, por si la luz no volvía en varios días (lo del esperado apagón) y, estando en la frutería, “se hizo la luz”.
Más que la falta de luz, sentí que lo que más me intranquilizaba es la falta de comunicación. Mi cuñada no había podido hablar con su hermana y estaban preparándose ella y mi hermano para meterse de nuevo en el caos circulatorio para ir a ver si estaba bien, cuando para nuestro alivio, entró un Whatsapp de ella y ya pudimos saber que estaba bien y tranquila. Por fin, pudimos quedarnos relajados.
Una jornada interesante, en la que apareció mi descontento:
Primero porque nos hubiera pillado el caos circulatorio que había en Madrid ese día, cuando normalmente bajamos solo cada 2 o 3 días. Y, segundo, por haber elegido un camino con tanto atasco cuando podríamos haber optado por otro que, aunque ya tenía acumulación de coches, nos hubiera permitido salir pronto a la carretera.
En resumen, falta de aceptación. Trataba de buscar la parte positiva y no la encontraba… A mi lado, mi hermano tranquilo, soportando la pesadez de conducir en esas circunstancias sin una queja, salvo cuando el grosero de Legazpi se puso a chillar desde su coche, que le enfadó un poco.
Y encontré algo que agradecer: La suerte de tener cerca personas que siempre suman y que me ayudan a reflexionar sobre mis pequeñas miserias.” Inmaculada_Valedora de Ilusiones – MADRID.
Entramos en Madrid y no funcionaban los semáforos. Vivo en un piso 13, pensé: ¡qué suerte que no nos pilló en el ascensor! Cuando entramos en el portal, varias personas estaban esperando que volviera la luz para poder subir en los ascensores.
No íbamos a dejar a la gatita sin asistencia, así que escaleras para arriba; por el camino, una vecina me contó que había oído por la radio que era en toda la península y otra decía que eso era muy raro que le sonaba a que podía ser alguna manipulación.
Toqué en la puerta de mi anciana vecina para informarle de lo que pasaba, estaba con una señora que algunos días va a ayudarla.
Estuvimos un ratito con la gata, aproveché para buscar linterna, velas y transistor, en el convencimiento de que esto podría durar varios días, y nos fuimos pronto para evitar el caos de tráfico que se preveía.
Al salir, pasé a ver a mi vecina, le dejé una linterna, le dije que estuviera tranquila, que los teléfonos no funcionaban y que igual tardaría bastante la luz y que yo le enviaría un mensaje a su hijo para decirle que estaba bien.
Ya en el coche camino de la M40, pillamos un buen atasco (eran las 14.00). Solo al inicio, en la glorieta de Legazpi, el conductor de un coche soltó algunos improperios porque los coches de delante no nos movíamos tan rápido como él quería; fue el único comportamiento desagradable; el resto de las casi 3 horas, los coches se movían con paciencia y mucho civismo.
Vimos los accesos a la M30 cortados y aunque algunos conductores que iban en sentido contrario, nos decían que nos diéramos la vuelta, porque no dejaban acceder a la M40, apostamos por seguir, porque la vuelta no se preveía fácil.
Iba con mi hermano que es una persona admirablemente tranquila así que, compartir estas cosas con él, lo hace más fácil. Yo le decía que mejor hacer las cosas en cuanto se puede porque no se sabe nunca lo que puede sorprendernos el día siguiente (pensaba yo en que si hubiéramos ido el día anterior no nos hubiera pillado eso) y él, rápido de reflejos, me contestó: “Bueno a veces dejarlo para después también te puede salvar de algún enredo, si en vez de haber bajado hoy a ver a la gata, lo hubiéramos dejado para mañana, no nos habría pillado.”
Siempre me sorprende con algún toque de su sabiduría: lo mejor no es hacer las cosas antes sino en el momento oportuno.
Escuchamos por la radio del coche el testimonio de una persona que tenía un familiar que respiraba con una máquina y estaban angustiados pensando en que se acabara la batería antes de que volviera la luz, nos hizo conscientes de que había personas que tenían motivos para estar realmente asustadas.
Nos sentíamos muy afortunados, había gente en trenes parados, que no sabían dónde estaban, a veces en túneles, a oscuras… sin agua, sin comida…, gente encerrada en ascensores, personas en quirófanos aunque, afortunadamente, en los hospitales y centros sanitarios tenían generadores que les permitían superar la situación.
Una amiga, que dos días antes se había caído y no podía moverse, había ido el día siguiente al hospital, ¡menos mal! Y no había podido ir a trabajar y, por eso, se estaba librando del caos.
Hasta en las desgracias se puede tener suerte, siempre puede ser peor.
Los que ese día teletrabajaban, tranquilos en sus casas; un vecino se fue a trabajar porque con el apagón no pudo seguir una reunión online; pensé que pudiendo haberse librado no entendí como eligió meterse en el caos de tráfico.
Mi hermano preguntó que preferiría si tuviera que quedarme encerrada en un ascensor durante 5 horas, ¿estar sola o acompañada? No tuve ninguna duda, dije que sola, porque así podría sentarme en el suelo, 5 horas de pie en un espacio tan reducido las imaginé muy duras y si, además, me tocaba con alguien quejica o miedoso, podía ser poco soportable. Él dudó y luego dijo que optaría por estar con más gente. Creo que la respuesta nos definía a cada uno.
Luego pensé que en mi bloque habíamos tenido suerte porque somos más de 100 vecinos, en 14 pisos y, casualmente, en el momento del apagón no iba nadie en ninguno de los tres ascensores.
En un momento, entraron los mensajes de mis hermanos, todos estaban bien, así que tranquilidad. Llegamos por fin a casa de mi hermano, yo insistí en comprar algo que pudiéramos comer crudo, por si la luz no volvía en varios días (lo del esperado apagón) y, estando en la frutería, “se hizo la luz”.
Más que la falta de luz, sentí que lo que más me intranquilizaba es la falta de comunicación. Mi cuñada no había podido hablar con su hermana y estaban preparándose ella y mi hermano para meterse de nuevo en el caos circulatorio para ir a ver si estaba bien, cuando para nuestro alivio, entró un Whatsapp de ella y ya pudimos saber que estaba bien y tranquila. Por fin, pudimos quedarnos relajados.
Una jornada interesante, en la que apareció mi descontento:
Primero porque nos hubiera pillado el caos circulatorio que había en Madrid ese día, cuando normalmente bajamos solo cada 2 o 3 días. Y, segundo, por haber elegido un camino con tanto atasco cuando podríamos haber optado por otro que, aunque ya tenía acumulación de coches, nos hubiera permitido salir pronto a la carretera.
En resumen, falta de aceptación. Trataba de buscar la parte positiva y no la encontraba… A mi lado, mi hermano tranquilo, soportando la pesadez de conducir en esas circunstancias sin una queja, salvo cuando el grosero de Legazpi se puso a chillar desde su coche, que le enfadó un poco.
Y encontré algo que agradecer: La suerte de tener cerca personas que siempre suman y que me ayudan a reflexionar sobre mis pequeñas miserias.” Inmaculada_Valedora de Ilusiones – MADRID.
La suerte de vivir en un pueblo
“Para mí fue un día completamente normal. Vivo en un pueblo, estaba con el vecino cuando se fue la luz, los teléfonos, Internet… y nos dimos cuenta de que algo grave pasaba.
Aquí en el campo tengo gas butano, comida suficiente, tenía agua de la fuente y como mi casa está en la parte baja del pueblo no me faltó en los grifos en ningún momento. Aprovechando que no había luz y no se podía hacer nada, nos fuimos varios vecinos de paseo al monte. Descubrí un sitio nuevo que no conocía en la montaña de al lado, con unas vistas maravillosas, el campo estaba precioso, era un día luminoso con mucho sol. Lo disfrutamos mucho apreciando cada detalle.
Cuando volví a casa y se puso oscuro encendí unas velas y me puse a escribir lo que había pasado durante el día y cómo me había sentido… Y a eso de las diez volvió la luz.
La experiencia me ha recordado a mi infancia, yo nací en un pueblo y era frecuente quedarse sin luz cuando le pasaba algo al molino. Cogíamos el agua de la fuente, mi madre guisaba con la leña en la estufa y más tarde con el gas butano. Pude recordar mi infancia y volver a apreciar la vida sencilla, con un ritmo diferente, sin las múltiples distracciones que hoy tengo.
Me di cuenta de que el día me cundió más, sin tantos estímulos y tantos aparatos, siempre buscando: a ver que dicen por aquí, a ver que dicen por allá… conecté con una vida más sencilla, más tranquila, dejando el móvil en casa, sin llevarlo encima siempre, como un apéndice y todo eso me gustó, me hizo sentirme bien.
Me di cuenta de que al vivir en un pueblo tengo las necesidades básicas cubiertas, sin ningún problema y que contaba con el apoyo y ayuda de los vecinos si lo necesitaba. Algo que valoré y agradecí.” Fe_Orquídea Mariposa – ALLUENDA (ZARAGOZA)
Aquí en el campo tengo gas butano, comida suficiente, tenía agua de la fuente y como mi casa está en la parte baja del pueblo no me faltó en los grifos en ningún momento. Aprovechando que no había luz y no se podía hacer nada, nos fuimos varios vecinos de paseo al monte. Descubrí un sitio nuevo que no conocía en la montaña de al lado, con unas vistas maravillosas, el campo estaba precioso, era un día luminoso con mucho sol. Lo disfrutamos mucho apreciando cada detalle.
Cuando volví a casa y se puso oscuro encendí unas velas y me puse a escribir lo que había pasado durante el día y cómo me había sentido… Y a eso de las diez volvió la luz.
La experiencia me ha recordado a mi infancia, yo nací en un pueblo y era frecuente quedarse sin luz cuando le pasaba algo al molino. Cogíamos el agua de la fuente, mi madre guisaba con la leña en la estufa y más tarde con el gas butano. Pude recordar mi infancia y volver a apreciar la vida sencilla, con un ritmo diferente, sin las múltiples distracciones que hoy tengo.
Me di cuenta de que el día me cundió más, sin tantos estímulos y tantos aparatos, siempre buscando: a ver que dicen por aquí, a ver que dicen por allá… conecté con una vida más sencilla, más tranquila, dejando el móvil en casa, sin llevarlo encima siempre, como un apéndice y todo eso me gustó, me hizo sentirme bien.
Me di cuenta de que al vivir en un pueblo tengo las necesidades básicas cubiertas, sin ningún problema y que contaba con el apoyo y ayuda de los vecinos si lo necesitaba. Algo que valoré y agradecí.” Fe_Orquídea Mariposa – ALLUENDA (ZARAGOZA)
El descubrimiento de la Comunidad
“A mí me pilló en el trabajo y hasta las dos decidimos no salir. Tuve que ir caminando hacia casa durante algo más de dos horas. Pude observar por la calle en mi recorrido desde Vallecas, luego por Pacífico y hasta la Av. De América, que había mucha gente caminando, en general estaban muy tranquilos, aunque a medida que iba pasando el tiempo se notaba cierta incertidumbre.
Me encontré gente que no tenía coche y ante las colas en el transporte público decidía empezar a caminar. Al pasar por el Hospital Gregorio Marañón vi mucha gente fuera, algunos en sillas de ruedas y ahí vi que había algunas problemáticas, pero, en general, la gente estaba calmada, disfrutando sentados en las terrazas, comiendo, bebiendo, pasando un día de descanso inesperado.
Yo estuve tranquila, me llegaron algunos bulos de que había sido también en otros países de Europa y eso sí que me asustaba un poco más. Algunos pedían agua o dinero para comprar comida porque no sabían cuando podían llegar a su casa… y la mayoría de los que íbamos caminando pensábamos en la noche, en los problemas que podrían surgir en algunos barrios de Madrid.
Yo estaba pendiente de tener noticias de algún familiar y me di cuenta de que dependemos en exceso de la tecnología y pensé que deberíamos estar más conectados entre nosotros y ser conscientes de la importancia de cubrir nuestras necesidades por nosotros mismos.
En general el ambiente era muy cordial y no se percibía estrés.
Cuando veía la riada de gente por la calle y todo el jolgorio que estuve observando, me surgió un sentimiento muy potente de que, de alguna forma, esta experiencia nos venía bien. Me hizo darme cuenta de que cuando tenemos una adversidad que nos afecta a todos y, al mismo tiempo, somos capaces de movilizarnos, observé cómo nos podemos volcar a ayudarnos unos a otros y esa sensación de comunidad, de no estar tan aislados, ni separados sino que surge de manera natural un impulso estupendo y pensé que cosas como la que estaba pasando a veces venían bien porque nos hacía darnos cuenta de que existimos como COMUNIDAD… fue un sentimiento muy profundo y me resulto una experiencia muy valiosa.” Aida_Nube Consciente – MADRID.
Me encontré gente que no tenía coche y ante las colas en el transporte público decidía empezar a caminar. Al pasar por el Hospital Gregorio Marañón vi mucha gente fuera, algunos en sillas de ruedas y ahí vi que había algunas problemáticas, pero, en general, la gente estaba calmada, disfrutando sentados en las terrazas, comiendo, bebiendo, pasando un día de descanso inesperado.
Yo estuve tranquila, me llegaron algunos bulos de que había sido también en otros países de Europa y eso sí que me asustaba un poco más. Algunos pedían agua o dinero para comprar comida porque no sabían cuando podían llegar a su casa… y la mayoría de los que íbamos caminando pensábamos en la noche, en los problemas que podrían surgir en algunos barrios de Madrid.
Yo estaba pendiente de tener noticias de algún familiar y me di cuenta de que dependemos en exceso de la tecnología y pensé que deberíamos estar más conectados entre nosotros y ser conscientes de la importancia de cubrir nuestras necesidades por nosotros mismos.
En general el ambiente era muy cordial y no se percibía estrés.
Cuando veía la riada de gente por la calle y todo el jolgorio que estuve observando, me surgió un sentimiento muy potente de que, de alguna forma, esta experiencia nos venía bien. Me hizo darme cuenta de que cuando tenemos una adversidad que nos afecta a todos y, al mismo tiempo, somos capaces de movilizarnos, observé cómo nos podemos volcar a ayudarnos unos a otros y esa sensación de comunidad, de no estar tan aislados, ni separados sino que surge de manera natural un impulso estupendo y pensé que cosas como la que estaba pasando a veces venían bien porque nos hacía darnos cuenta de que existimos como COMUNIDAD… fue un sentimiento muy profundo y me resulto una experiencia muy valiosa.” Aida_Nube Consciente – MADRID.