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Amor de madre



Mª Isabel Serrano Sánchez

23/04/2021

Me pongo a escribir, aunque no sé muy bien como expresar mis sentimientos de madre. La verdad es que sólo llevo once meses como tal.
Puedo empezar por decir que mi deseo de ser madre era muy fuerte (o eso me parecía a mí) y no me veía en esta vida sin pasar por la experiencia de amar y educar a un pequeñajo.
Empezamos las solicitudes de adopción hace 8 o 9 años, tuvimos nuestros altibajos, pero mi constancia siempre me hacia seguir luchando y salvar cada obstáculo.



La verdad yo no sé que es Amor de Madre, pero el primer día que vi la foto de mi hijo Jhonatan, sentí felicidad, no sé si porque conseguía aquello por lo que había estado luchando tantos años o por esos ojos y esa sonrisa tan maravillosa que veía en la foto. Leí y releí su historial, pero sobre todo en mi interior tenía ganas de verle, abrazarle y besarle.
 
Yo me preguntaba si le gustaría, qué le parecería, ¿me vería atractiva?, ¿me verá muy gordita? No podía imaginar lo que él había pasado ni encontraba explicación a que alguien hubiera podido abandonarle.
 
Arreglamos todos los documentos y sacamos los billetes para irnos a Colombia. Cuando llegó el día de la partida, toda la familia en pleno fue a despedirnos al aeropuerto. Habíamos hablado tanto de aquello, habíamos esperado ese momento durante tanto tiempo... Todo el mundo tenía ganas de verle.
 
La noche anterior a la entrega (que mal suena entrega, pero es así) no pudimos dormir nada, pues todas nuestras inquietudes se multiplicaron. Llegamos a las siete y media de la mañana, no había llegado nadie, llamamos reiteradas veces, pero no abrían la puerta. Es cierto que nos citaron a las ocho, pero el deseo era tal que la media hora que nos hicieron esperar nos pareció eterna. Finalmente se abre la puerta, nos presentamos y empezamos a rellenar documentos, a presentar papeles...
 
Yo no veía el momento de que nos dieran a Jhonatan, mi corazón latía cada vez más fuerte y por fin nos dicen que le están arreglando y que sale en breve, de repente vimos un pequeñajo corriendo por el pasillo y nos dicen que ese es nuestro hijo, arrodillada en el suelo le abrí los brazos y le cogí. Tuve la sensación de que se me escapaba, pues pesaba muy poco. Carmelo (mi marido), Jhonatan y yo nos abrazamos los tres formando una piña. ¿Qué que sentía? No lo sé, ganas de llorar y que mi familia estuviera allí para poder ver a nuestro hijo, que para nosotros era la cosa más bonita que jamás habíamos visto.
 
Como una ráfaga pasaron por mi mente los años de espera y me puse ha hablarle de todos los que le esperaban en España, sobre todo a abrazarle y besarle. En el coche de vuelta hacia Bogotá, todo era besarle y besarle.

Photo by Kelly Sikkema on Unsplash
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Mis primeros pasos como madre

Bueno, ahí empezó mi papel de madre, de un día para otro. No me era difícil, solo tenía que dar rienda suelta a los sentimientos que aquel ser pequeño y frágil me inspiraba. Me daba pena pensar por todo lo que él había pasado, todo era intentar complacerle y esperar que se encontrara cómodo y feliz con nosotros. Lo de feliz era un suponer, yo sabía que haría falta tiempo para que aquel pequeño se diera cuenta de nuestro amor, y que no sería porque le compráramos muchas cosas sino porque día a día él le demostráramos nuestros sentimientos.
 
Él niño hablaba mucho de sus hermanos sobre todo de Juan Camilo y nos dimos cuenta de que lo que dejaba atrás le hacia sentirse muy triste, hasta tal punto que empezó a decir que le dolía la cabeza y empezó a tener fiebre.
 
Teníamos que pasar varias semanas en Colombia para ultimar los trámites y para que el niño se familiarizara con nosotros. Llegó el día en que, por circunstancias ajenas a nosotros, tuvimos que asistir a una reunión en Bienestar Familiar. Allí se encontraban muchos niños y entre ellos estaban los hermanos mayores de Jhonatan.
 
La mirada de Jhonatan cambió, sus ojos eran tristes y se mantuvo ajeno a todo lo que vimos y visitamos aquel día. Sus pensamientos y también los nuestros estaban junto a aquellos niños que lloraban abrazados. Dos niños que no habían hecho nada malo, sólo nacer y vivir en un país y con unos padres que tienen que buscarse la vida de muy malas maneras y cuando no hay nada que comer, porque las bocas son muchas y el dinero poco, les abandonan.
 
Recuerdo como si lo estuviera viviendo ahora, los ojos tristes y la mirada perdida hundida en el suelo con obstinación y unas lágrimas continuas que no podían controlar. Eran Juan Camilio y Marco ellos pensaban que no iban a ver más a su hermano, ese hermano que él (Juan, sobre todo) había criado desde muy pequeño.
 
Cuando entre sollozos les preguntamos si se alegraban de que su hermano se viniera con nosotros, su voz no contestó, pero sus ojos si con más lagrimas, deduje que no, que no querían alejarse de él.
 
“La verdad, que poco tienen” -comentó Carmelo.
“Y cuanto tenemos nosotros” -dije yo.
 
Cuando nos miramos los dos teníamos claro que no había vuelta atrás. Sabíamos que iba a ser difícil salir adelante con tres niños, que nuestra economía era limitada y nuestra casa pequeña, pero más cariño y espacio de lo que tenían allí si les podíamos dar.

Photo by Mulyadi on Unsplash
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Una decisión del Corazón

Y nosotros nos preguntamos ¿porqué no darles nuestro amor y amistad? Por lo menos nos lo teníamos que plantear e intentarlo. Lo hablamos durante dos días, yo cada vez que les recordaba lloraba, no pensaba en los contras, sólo en que teníamos que hacer un esfuerzo. No me costó convencer a Carmelo, él más analítico que yo se daba cuenta de que el tema no iba a resultar fácil: un niño con 14 años y otro con 12. Adolescentes ya, con ese pasado de privaciones grabado en cada rasgo de su cara... Los padres adoptantes no querían nunca niños tan mayores y por eso ellos se iban quedando allí. 
 
Cuando nos miró a Jhonatan y a mí y dijo que estaba de acuerdo con adoptar a los dos me sentí la mujer más afortunada de la Tierra. En ese momento a Jhonatan se le pasó la fiebre y sus preciosos ojos empezaron a brillar de nuevo con la chispa de la alegría.
 
Deseaba hablar con ellos, estaba emocionada, quería preguntarles si estarían dispuestos a venirse con nosotros, a aceptarnos como padres. Pasaron dos semanas en las que tuvimos que hacer un montón de trámites y burocracia. Finalmente, se lo expusimos. Ellos, muy parcos en palabras, dijeron que si, y de repente vi mi felicidad multiplicada por tres.
 
El día a día dice todo lo demás, son niños educados, respetuosos, juguetones, colaboradores y con miedos, muchos miedos, miedo a que dejes de quererlos, a que por algún motivo se vean de nuevo en la calle, por lo tanto, cautos, muy cautos, nunca una palabra mal sonante... y sobre todo aquel “señora” con el que se dirigían hacia mí.
 
Una vez instalados ya en casa estamos intentando educarles, para que aprendan a comer a organizarse y a estudiar, es duro, pero ellos ponen mucho de su parte y sobre todo lo más difícil es que aprendan a confiar en ellos mismos, apoyándoles en todo momento con nuestro cariño hacia ellos.
 
¿Qué si los quiero? cada día más. ¿Qué si los conocemos? poco a poco nos vamos conociendo todos. Pienso que eso también debe ocurrirle a cualquier madre biológica, pues a nosotros igual. Los quiero como si los hubiera parido, ya llevamos 11 meses juntos, pero tenemos la sensación de que llevamos mucho más tiempo, años. ¿Qué si lo hago bien? pues el tiempo nos lo dirá.
 
Nuestro Amor lo tienen y nuestro apoyo también, el destino dirá lo demás.




              



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