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El Kharma



Maria Pinar Merino Martin

07/03/2022

La palabra kharma es de origen sánscrito y significa “acción” o “hacer”. Como consecuencia de esa acción se derivan unos resultados y, por lo tanto, kharma se entiende como la ley de la causalidad o ley de causa y efecto.



Photo by Photoholgic on Unsplash
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El concepto kharma resulta especialmente confuso para la estructura mental de occidente, de tal manera que se ha extendido el uso de esa palabra con multitud de interpretaciones, algunas de ellas cercanas a la superstición y a la ignorancia. La mayoría de las personas hablan de kharma cuando tienen que referirse a causas de infelicidad, mala suerte o sufrimiento incomprensibles para ellos. Otros asocian la palabra a la explicación de que todos los sucesos de su vida tienen como origen un kharma anterior. Hay quien la interpreta como la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. E, incluso, hay quien cree descubrir en las palabras de Jesús cuando se dirige a Pedro: “Quien a hierro mata a hierro morirá”, un mensaje khármico.
 
Es creencia extendida que cuando infringes daño a otra persona ese daño te volverá en el curso de esta vida o en vidas sucesivas. Todo perjuicio al entorno o a los demás revertirá sobre nosotros. La Ley del kharma es considerada como una cuenta de resultados donde se van apuntando en las columnas del Debe y del Haber nuestros actos negativos o positivos y que, tarde o temprano, hemos de compensar las partidas del Debe, bien cuando las circunstancias nos lo demanden o bien cuando deseemos hacerlo adelantándonos al requerimiento de esa ley. Todo se apunta, todo está registrado en ese gran libro que permanecerá abierto durante toda la vida y las vidas sucesivas.
 
La ley del kharma es tomada como un principio inmutable, es decir, se considera una ley divina, creada por Dios, y creen ver en ella la mano de la justicia del Creador.

Photo by Nick Fewings on Unsplash
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Buen kharma… Mal kharma

Sin embargo, la mayoría de las personas asocian esta ley con sufrimiento, pensando que una mala acción produce dolor, por lo tanto, cualquier sufrimiento tiene como origen una mala acción. Así se justifican muchas enfermedades, sobre todo aquellas de carácter hereditario. ¿Cuántas veces hemos oído decir a alguna persona?: “Ese hombre debió hacer algo terrible en otra vida para estar soportando ahora semejante dolor”. O, al contrario, pensar que las venturas que disfrutamos son el resultado de las buenas obras de alguna vida anterior que terminó con un saldo positivo.
 
Eso no es más que una lectura simplista y desconocimiento de las leyes que rigen en el Universo, siendo estas interpretaciones generadas por mentes que siguen sintiéndose a merced de los designios de una divinidad externa a él que le proporciona constantemente pruebas que superar, algunas de ellas terriblemente dolorosas.
 
No cabe duda de que cualquier acción tiene su correspondencia en un efecto -es uno de los principios de El Kybalión y de la física clásica- y como toda Ley Universal puede aplicarse perfectamente a nuestra vida cotidiana con axiomas y refranes tan sencillos como: “quien siembra vientos recoge tempestades” o “recogerás aquello que siembres”, que nos hablan de una actitud bien distinta: cada uno de nosotros somos responsables de lo que vivimos. Creamos el futuro a partir de nuestros pensamientos, nuestras creencias y nuestro comportamiento en el presente.

Photo by Nathalia Segato on Unsplash
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De Oriente a Occidente

El sincretismo producido por la interacción -a partir de los años sesenta- de las corrientes filosóficas orientales en nuestro mundo occidental, dio como consecuencia una visión del Kharma más acorde con la mentalidad del ser humano que empieza a afrontar los primeros albores del siglo XXI. Así, la vida es percibida como un puzzle que hay que observar a distancia para poder captar la imagen completa. Ese puzzle tiene muchas piezas unidas irregularmente, siendo las tendencias personales, las inclinaciones, los hábitos adquiridos los que nos llevan a desarrollarlo sólo por determinadas áreas, quedando otras sin atender, quizá porque son más molestas o nos patentizan que hay piezas mal colocadas. Son esas cosas que siempre se quedan por hacer hasta “que se tenga tiempo...” pero que nunca se afrontan.
 
Un puzzle hecho de cualquier manera significa una vida caótica que dará como resultado unas consecuencias asimismo caóticas. Por eso es muy importante ser consciente del momento o etapa que se está viviendo, de la pieza que se está colocando para hacerlo correctamente y no tener que levantarla de nuevo -errores repetidos- para encajarla bien.
 
Es posible que la imagen compuesta por los diferentes puzzles realizados a lo largo de las diferentes vidas tenga los mismos elementos que los de nuestros semejantes, porque todos debemos adquirir las mismas experiencias. Por tanto, al final de una etapa evolutiva tendremos un holograma, de tal manera que cogiendo a un ser individual tendremos la totalidad.
 
¿Se completan siempre los puzles en cada vida? No necesariamente. Con el ejercicio del libre albedrío en muchas ocasiones quedan cosas pendientes por hacer con relación al plan preestablecido, son piezas que tendremos que colocar en otra oportunidad. Lo ideal sería llegar a la última vida con el compromiso de hacer un puzzle pequeño y sencillo, porque los complicados ya los hayamos realizado antes.
 
Es decir, cuando el espíritu haya asimilado e integrado todas las experiencias físicas que le dan el conocimiento que precisa del mundo material, abandonará su cuerpo físico para continuar evolucionando, pero ya en un plano puramente energético. También puede suceder que haya personas que se crean capaces de asumir varios puzles complementarios en una sola vida y vean que al final no han acabado ninguno, con lo que aumenta el saldo deudor. Desde este punto de vista, el kharma vendría a ser algo así como copiar el examen de otro, es decir, poner piezas de su puzle en el tuyo.

Photo by David Clode on Unsplash
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No hay evolución sin consciencia

Evolución significa adquisición de consciencia, por tanto, todos los actos voluntarios e involuntarios, así como los procesos mentales, manifiestan constantemente el nivel evolutivo de cada ser, siendo esos actos y esos procesos los límites que hay que superar.
 
Cada vez que actuamos erróneamente, es decir, en contra de la adquisición de consciencia o mayor grado de perfección, creamos un kharma. Es decir, una deuda o saldo negativo en nuestra cuenta particular, por tanto, la vida física actual y las venideras tendrán por objeto acumular saldo positivo por el hecho de comprender y asumir los errores anteriores, transmutándolos en procesos positivos que, lógicamente, habrá que manifestar en sucesivas vidas para que se consoliden en los registros akhásicos, que son una especie de “notaría cósmica”.
 
Por tanto, las deudas y beneficios repercuten, exclusivamente, en cada uno, siendo considerados los demás como vehículos que patentizan nuestro nivel en cada momento. No son los demás quienes deben “enseñarnos” las consecuencias de nuestras acciones, sino que es el propio ser el que tiene que responder de sus actos con relación a su programa evolutivo, prefijado antes de nacer. Los medios y formas para aprender pueden ser múltiples y no se refieren a esa relación directa que establece que quien ha sido nuestra víctima se convertirá en nuestro verdugo. 
 
Nuestra familia, nuestros amigos, nuestra pareja, son actores de la misma obra de teatro que nosotros y nos utilizamos unos a otros como espejos donde se proyectan nuestras virtudes y defectos. A veces, la enseñanza se produce por similitud, por sintonía; pero la mayoría de las veces es por contraposición, porque nos patentizan aquellos patrones que necesitamos corregir.
 
En todas las terapias transpersonales se intenta que el ser humano recupere su independencia y su individualidad, porque sólo desde ahí será posible la unión con los demás en todos los órdenes de nuestra vida, para abarcar planes más ambiciosos: la conciencia planetaria.
 
La forma en que los seres humanos percibimos los hechos trascendentales es la que decanta la relación de unos con otros. La visión de la muerte, por ejemplo, hace que revisemos en profundidad nuestra posición mental y nuestras creencias ante la vida y las dependencias psicológicas ante lo que nos han inculcado desde pequeños.
 
Sólo una visión metafísica, es decir, más allá de lo físico e incluso meta-etérica, pueden darnos una estructura mental lógica ante ese fenómeno natural que llamamos muerte. Sólo el reconocimiento de que somos responsables de los actos que cometemos en contra de las leyes Universales y, por lo tanto, responsables de los efectos subsiguientes, nos situará en disposición de tomar nuevas decisiones para cambiar nuestro futuro, libres y sin soportar la losa de un pasado inexorable del que no podemos escapar.




              



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