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La Sabiduría de los Cuentos: El verdadero valor del anillo



Chary Sánchez Carbonell

25/06/2021

Cómo todo cuento, su única finalidad es poder abrir la mirada de quién lo lee o lo escucha. Desde tiempos inmemoriales los cuentos, los relatos, han servido a la humanidad para adquirir una comprensión que, de otra manera, hubieran sido más difícil de integrar. El cuento nos predispone en un estado de apertura, de aceptación, de atención y nos coloca en el aquí y ahora, esto facilita que la mente se calme y el corazón se abra permitiendo que conectemos con realidades más profundas de nosotros mismos.



Photo by Watoker Derrick Okello on Unsplash
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Érase un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.
 
  • Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
 
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
 
  • ¡Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte!, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después… -Y haciendo una pausa agregó- Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después, tal vez, te pueda ayudar.
 
  • E… encantado, maestro -titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
 
  • Bien    -asintió el maestro-. Se quitó el anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
 
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Éstos lo miraban con interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros giraban la cara y solo un anciano fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de ese anillo. En su afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
 
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, a más de cien personas, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó ¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces, habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Con esa preocupación entró en la habitación.
 
  • Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que no pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor el anillo.
 
  • ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo!, -contestó sonriente el maestro- debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. Quién mejor que él para saberlo. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Y vuelve aquí con mi anillo.
 
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego dijo:
 
  • Dile al maestro, muchacho, qué si lo quiere vender ya, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
 
  • ¡Cincuenta y ocho monedas de oro! - exclamó el joven.
 
  • Sí, replicó el joyero, sé que con el tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas de oro, pero no sé… si la venta es urgente…
 
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
 
  • Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo- Tú eres como ese anillo, una joya valiosa y única. Y cómo tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. Entonces ¿por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
 
Y diciendo esto, el maestro, volvió a ponerse el anillo en su dedo meñique de la mano izquierda.

Imagen de StockSnap en Pixabay
Imagen de StockSnap en Pixabay

Comentario

Al finalizar siempre realizo un comentario, dicho comentario es orientativo, lo verdaderamente inteligente es que cada uno extrajera su propio comentario, su propia reflexión.
 
Todos tenemos una imagen de nosotros mismos en el subconsciente que se formó desde el mismo momento de nuestra gestación, durante el embarazo, la infancia y la adolescencia. Nuestra imagen se formó en primer lugar en función de lo que nos decían pero, sobre todo de cómo nos trataban y de cómo lo sentíamos. Dependiendo del trato recibido (positivo o negativo) pudimos haber aprendido a querernos y a sentirnos valorados o, por el contrario, a sentir desprecio y rechazo hacia nosotros mismos.
 
Estas creencias negativas nos promueven dudas, incertidumbre, inseguridad, en definitiva, falta de autoestima y desvalorización, pues son como malas hierbas con raíces, algunas de ellas muy profundas. Es necesario desenmascararlas para que podamos sentirnos cada vez más en sintonía con nuestra verdadera esencia, esto requiere de un trabajo sincero y lleno de amor hacia uno mismo. Y en ese trabajo, una parte muy importante es reconocer qué talentos, habilidades y dones, unos innatos y otros aprendidos, poseemos. Este reconocimiento nos ayudará a fortalecer la confianza y la libertad en nosotros mismos.
 
Os voy a compartir una experiencia personal.
 
Hace algunos años mi trabajo como profesora de yoga me llevó a impartir clases para niños en dos escuelas de mi localidad, fue una experiencia maravillosa que no olvidaré por todo el aprendizaje recibido, por la creatividad que surgió a través de mí y por todas las bendiciones que recibí. Los grupos de edad oscilaban entre los 5 y 8 años. Os podéis imaginar la algarabía que se formaba, pero era muy enriquecedor.
 
En todas mis clases, tanto para adultos como para niños, siempre había una máxima, pues eran eminentemente intuitivas, nunca me ha servido eso de llevar un manual y atenerme a él. Así me presentaba en la clase, observaba el grupo que tenía delante y como estaban ese día y la clase se ponía en marcha sin más, tan sólo expresaba y mostraba el trabajo de mi propia experiencia.
 
Una de las actividades que desarrollábamos era dibujar y pintar mandalas. Unas veces les proporcionaba los dibujos y tan solo tenía que colorearlos y en otras cada uno tenía que realizar el suyo. Siempre les ponía música relajante y se creaba un espacio de interiorización y relajación que sorprendía porque se trataba de niños de 5 años, inquietos, revoltosos… pero en ese espacio, ese movimiento se transformaba en quietud.
 
Bien, en esa clase concretamente había un niño que sus padres lo incluyeron porque, según ellos, era hiperactivo. ¡Qué fácil nos resulta a los adultos etiquetar! ¡Y que daño hacemos, sin ser conscientes de ello!
 
Al ir observando como el niño interactuaba en la clase me daba cuenta qué estaba actuando de acuerdo a su madurez evolutiva, no era ni más ni menos nervioso que el resto de los niños que allí había. Y ese niño, que parecía que no había manera de ponerle freno, en esas clases resultó ser un auténtico artista, había que verlo entregado a esa expresión de creatividad, sin enredar, atento, concentrado y al finalizar, resultaba que era un verdadero artista, sus dibujos sobresalían de los demás, ese espacio le ayudaba a conectar con uno de sus dones, la pintura, y así se lo hice saber a los padres.
 
Y es qué, si desde la infancia, nos damos cuenta de esas habilidades, destrezas que expresan los más pequeños, y les ayudamos a potenciarlas, un trecho del camino habremos ganado. Para mí es importantísimo que desde las escuelas se trabaje tanto en la inteligencia emocional como en el reconocimiento de habilidades y talentos innatos, así podremos contribuir al desarrollo de mujeres y hombres más saludables para el futuro.
 
Como nada es por casualidad, hace unas semanas participé en una conferencia de la terapeuta y astróloga Coral Alonso sobre la importancia de reconocer y potenciar los dones, talentos, habilidades que cada uno posee como hermosos regalos de la Vida que son.
 
No voy a entrar en catalogar que es un don, una habilidad o una destreza, que es innato o que es adquirido, o qué diferencias hay entre unas y otras.
 
Tan sólo expongo este pequeño resumen para entender por qué es tan importante reconocer nuestros dones y talentos y lo que nos aportan. Animando a todo el mundo a que haga su propia reflexión sobre sí mismo para que así puedan ofrecer y compartir estos maravillosos regalos que la Vida nos otorga.

Photo by Darius Bashar on Unsplash
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Dones, Confianza y Libertad

  • Todos nacemos con una o varias capacidades innatas, éstas no se adquieren mediante esfuerzo o exigencia.
  • Se despliegan de forma natural, tan solo hay que reconocerlas y ponerlas en valor.
  • Al desarrollarlas, con la experiencia, se incrementa su potencial liberador, pudiendo trasladar lo que allí ocurre a otros ambientes vitales.
  • Los dones se expresan a través de la intuición.
  • Cuando funcionamos a través de cualquier don, habilidad, destreza, todo fluye con naturalidad, la atención está asentada en el presente que acontece, instante a instante.
  • Hay una carencia de estrés psicológico, vivimos con mayor asertividad, sin dudas, nos invitan a reflexionar, a crear opiniones propias, a experimentar y a aprender.
  • Expresarse a través de un don o una habilidad es transmitir ese amor por lo que se hace. Este amor por lo que se hace impulsa naturalmente un tipo de dedicación que conduce a la realización de cualquier actividad o trabajo con gusto.
  • Los dones no nos pertenecen, son un regalo para impulsar la libertad en uno mismo y para acompañar a otros.
 
Cada tipo de ave tiene una forma natural de realizar el vuelo debido, principalmente, a una serie de características propias (tamaño, peso, etc.). Imaginemos que en algún momento se define que el vuelo del halcón es el mejor… ¿Qué sucederá? Que la mayoría de aves tratará de imitar ese vuelo y, evidentemente, lo harán con mucho esfuerzo e incluso en algunos casos con mucho sufrimiento, dado que ese tipo de vuelo ni es innato, ni está adecuado a sus características, salvo para los halcones.
 
Al igual que las aves del ejemplo, nos esforzamos por ser halcones, por complacer y satisfacer las expectativas que los demás tienen dispuestas sobre nosotros. Nuestra cultura está basada en una serie de creencias heredadas que se asumen como verdad, vivimos en una sociedad altamente competitiva y con un alto grado de frustración al crearnos la necesidad de encajar para ser aceptados, reconocidos o queridos. La necesidad de encajar, a su vez, conduce a la inseguridad y ésta impulsa la creación y mantenimiento de zonas de confort, que aportan una “aparente” seguridad y control. Y en ese terreno perdemos nuestra autenticidad, espontaneidad y naturalidad propias… y no solo eso, el desgaste asociado a tanto esfuerzo nos conduce a enfermar física (estrés) o psicológicamente (frustración).
 
La aceptación de todo lo que somos, de todo lo que hemos sentido y vivido, es clave para sentirnos valiosos y tener claro que nada de lo que hemos vivido puede disminuir nuestro valor.




              



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