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Cuentos para conectar con el Ser interior: La llama que quería ser caballo

Aceptación



Gloria Lanzo Cobos

17/06/2022

“Sería interesante una sociedad en donde cada uno pusiera su grano de arena permitiéndose ser quien es realmente”



Foto de Paul Lequay en Unsplash
Foto de Paul Lequay en Unsplash
Érase una vez una llama, que vivía en una montaña de un país lejano. La llama tenía un tupido pelaje que, además de ser un perfecto abrigo en las noches frías, le daba un aspecto de belleza singular…
Cada mañana salía a correr por la montaña, en busca de alimento y también por el simple placer de disfrutar de la naturaleza.
Ella siempre se embelesaba contemplando el paisaje andino, las altas y maravillosas montañas, que, según las leyendas del lugar, antaño habían sido morada de los Dioses.
La llama era feliz, pero, había un aspecto sobre el cual no estaba del todo conforme, y ese era que tenía un deseo profundo de ser un caballo.
Desde que era pequeña había mirado a los caballos con gran admiración, su aspecto elegante… su trote perfecto… su fuerza y su noble carácter… su belleza natural…
Sucedía que a menudo tenía un sueño recurrente, en el cual veía cómo un día se despertaba siendo un caballo precioso, y salía a cabalgar por sus montañas amadas… En su sueño, siempre sentía como el viento peinaba con dulzura su hermosa crin.
Luego, al despertar de ese sueño tan deseado, se daba cuenta de que seguía siendo una llama, y no podía evitar sentir un punto de insatisfacción que no la dejaba ser del todo feliz.

Foto de Angela Márquez en Unsplash
Foto de Angela Márquez en Unsplash
Pasaron y pasaron los años y la llama se hizo mayor, pero aún seguía observando con admiración a sus hermanos los caballos…
Hasta que, un día, llamó su atención un anciano ermitaño que se instaló en una cabaña cercana. La llama sintió desde el principio una gran curiosidad por ese hombre, y cada día que pasaba esa curiosidad iba creciendo en su interior más y más…
A lo largo de los días la llama iba observando muy de cerca, sin que se notara demasiado, al anciano ermitaño. Una mañana despertó decidida y, sin más, se fue hacia la cabaña a hacerle una visita, con la intención de averiguar quién era ese hombre y qué estaba haciendo allí.
Una vez que la llama estuvo frente al anciano ermitaño lo observó detenidamente. El ermitaño estaba sonriendo, mirándola también, y entonces, después de un breve silencio mutuo, el anciano ermitaño le preguntó:
 
- ¡Hola llama! Bienvenida a mi humilde cabaña ¿Qué te trae por aquí?
- ¡Hola buen hombre! -dijo la llama- Tengo una curiosidad, quisiera saber por qué has venido a un lugar tan recóndito y solitario.
-Te lo explicaré -contestó el anciano- verás, he venido a este lugar para vivir un tiempo en contacto con la naturaleza y por mi gran pasión por estudiaros a vosotras, las llamas.
- Soy un viejo biólogo -continuó diciendo el anciano- amante de la naturaleza, y no quería irme de este mundo sin haber tenido la oportunidad de conoceros a fondo.
 
La llama se quedó perpleja, no sabía que decir… en su interior antes hubiera pensado que, un hombre como ese, estaría más interesado en los caballos, pero no era así.
 
- ¿Puedo hacerte una pregunta? -dijo la llama.
- Claro -respondió el ermitaño.
Y la llama continuó diciendo: Toda mi vida he deseado con toda mi alma ser un caballo y, por eso, me extraña que sientas admiración por una llama como yo.
En ese momento el anciano ermitaño la miró a los ojos con tanto amor que la llama no pudo evitar sentir ese amor, que era tan inmenso y profundo que inundó completamente su corazón…
Al rato, después de un silencio que lo llenaba todo, el anciano le contestó con una pregunta:
- ¿Por qué has pensado que podría estar más interesado en los caballos?
- ¡Por qué son más bellos y fuertes que nosotras! -contestó la llama.
 
A lo que el ermitaño añadió: Pero no tienen vuestros ojos… además, sois unos animales muy inteligentes, capaces de recorrer largas distancias a través de altas cimas. Vuestro pelaje es perfecto para sobrevivir en este clima de noches frías y fuertes vientos, y siempre habéis ayudado a los seres humanos en sus arduas tareas de transporte.
 
- Sí, eso es cierto, pero… ¡los caballos son tan bellos! -dijo la llama.
 
A lo que el sabio ermitaño respondió:
 
- Querida amiga llama: “La belleza está en todo aquello que se contempla con AMOR”.
 
Desde aquel día, la llama empezó a mirarse con tanto amor que, a pesar de seguir admirando la belleza de los caballos, nunca más volvió a desear ser lo que no era.




              



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