Las dependencias perniciosas



Luis Arribas Mercado

24/01/2022

Vivimos condicionados por las dependencias que nos hemos ido creando, tanto las conscientes como las inconscientes. Si nos fijamos bien, la vida que hemos vivido hasta el momento está marcada por una secuencia de dependencias que nos hacen ser como somos, nos guste o no nos guste lo que vemos al mirarnos al espejo.



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Nacemos y ya tenemos dependencias de nuestra madre, no solo por la alimentación sino también por lo afectivo. De hecho, ese tema de la madre lo llevamos pegadito toda la vida. Después está la dependencia de la imagen que nos aparece en la adolescencia cuando, de pronto, tenemos que sentirnos valorados y aceptados en medio de nuestros amigos... que quieren lo mismo y, como consecuencia, aparecen las competencias. Del tema físico mejor no hablamos. El acné hace su aparición y uno o una no saben qué hacer para que desaparezcan al menos los granos de la cara...
 
Por otra parte, está también la dependencia de los hábitos perniciosos como el tabaco, las drogas, el alcohol o el juego, que aparecen relativamente pronto para no quedar mal socialmente hablando, con lo que cuesta luego quitarse esa dependencia...
   
Aun así, la dependencia más difícil de erradicar de nuestro ser es la de las creencias, no solo religiosas, también políticas, científicas o profesionales. Seguro que muchos reconocéis en vosotros mismos o en alguien cercano alguna de estas dependencias perniciosas.

¿Dónde se instalan las creencias?

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Las creencias se instalan en nuestro cerebro de reptil, esa zona de nuestro cerebro que la Naturaleza nos ha proporcionado para protegernos de los peligros, lo que las religiones y los políticos han aprovechado desde siempre para hacérnoslos patentes, amenazándonos con el infierno o con el caos.
 
Nosotros tenemos la oportunidad de eliminar esas dependencias en cuanto nos demos cuenta de que nos quitan libertad, de que quieren que dejemos de pensar por nosotros mismos para pensar lo que ellos desean y eso desde hace siglos, así que podemos decir que es una dependencia casi congénita.
 
Con las creencias científicas pasa un poco igual; mucha gente dice que si no es científico no es verdad o no es real, cuando los científicos han ido cambiando sus postulados constantemente en cuanto la evidencia les ha demostrado que estaban equivocados, lo cual significa que lo que hoy es evidente mañana puede que no lo sea, así que lo de «científico» es sinónimo de «relativo». Un ejemplo patente de esto es el tema del Covid-19 y las “vacunas”. Resulta que, al parecer, la vacuna era la solución ante la pandemia. Luego, que para que fuera efectiva había que ponerse no una sola dosis sino dos o tres y quizás más… pero la gente se sigue contagiando. En un país como el nuestro, donde se ha “inmunizado” a un porcentaje altísimo de la población, cada día aparecen miles y miles de nuevos contagiados y muchos de ellos están vacunados ¿cómo se explica eso?
 
La dependencia acerca de lo que sale por los medios de comunicación es muy alta entre la población, algo que ha permitido difundir una gran cantidad de información sobre la pandemia que ha generado un estado generalizado de alarma y miedo, lo que lamentablemente ha provocado que se destruyan los vínculos sociales, que se pierdan puestos de trabajo, que se colapsen los hospitales y los centros de salud… Y es que como todo el mundo sabe: “lo que se dice por la televisión es la pura verdad”.

Los “Chivos expiatorios”

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Hace poco, Juan Manuel de Prada escribía en el diario Las Provincias que: “En el capítulo 16 del Levítico se nos cuenta el caso del chivo o macho cabrío que los israelitas expulsaban de la ciudad y enviaban al desierto, en el Día de la Expiación, con todas las faltas e impurezas del pueblo cargadas simbólicamente sobre sus lomos; y de este modo el pueblo quedaba purificado”. El comentario que inicia su artículo se refiere al ensayo del filósofo René Girard “El chivo expiatorio” donde analiza los “estereotipos de la persecución” que, según este filósofo, afloran en las sociedades humanas cuando entran en un estado de crisis que, tarde o temprano, acaba resolviéndose mediante la proyección de la culpa sobre uno o varios inocentes.
 
Primero, la culpa es de alguien externo, en este caso el virus, al que se ataca con un arma que decían que era la solución y que se está demostrando ineficaz: la vacuna. Una vez vacunados y ante la falta de respuesta positiva, se necesita encontrar a otro enemigo, esta vez interno, sobre el que descargar su frustración. Ese chivo expiatorio es el “no vacunado”, que ha sido elegido y estigmatizado por los demagogos de turno quedando señalado como un delincuente, mientras los medios de comunicación imperantes aplauden esta persecución que consideran una labor cívica.
 
En esta nueva persecución de inocentes, los demagogos comercian con los miedos del pueblo y desvían así su frustración hacia los “no vacunados” y, de esta forma, consiguen que su ira no se dirija contra los auténticos causantes de su mal, quienes se pueden seguir llenando los bolsillos impunemente. Y mientras, expulsan de la vida social a los “no vacunados” a quienes señalan y denigran, al tiempo que se enorgullecen de su civismo, para que su incompetencia quede impune, como los paganos de antaño se enorgullecían de crucificar cristianos, en la seguridad de que su sangre aplacaría la cólera de los dioses.
 
Por último, decir que las dependencias, sean del tipo que sean, nos quitan libertad y ya, tan solo por eso, son merecedoras de que se les preste mayor atención. Al fin y al cabo, el libre albedrío es la llave que nos permitirá ir avanzando en nuestro camino evolutivo.
 
Luis Arribas Mercado
 

El artículo de Juan Manuel de Prada lo podéis leer haciendo click: Aquí






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