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María del Pino Rodríguez Santana

04/06/2021

Parece claro que ninguna innovación en la historia de las comunicaciones ha tenido una magnitud comparable a la implantación de la red de Internet. El posible alcance de esta revolución es un tema en el que sólo se aventuran los escritores de ciencia ficción. Hoy día está casi al alcance de todos conversar a través del ordenador con cualquier otro punto del planeta o distribuir un mensaje de manera masiva en foros específicos potencialmente interesados. Las repercusiones de esto en el campo de las relaciones humanas son ya importantes, y esa importancia seguirá creciendo probablemente con la propia red. La cuestión es si este proceso puede favorecer el desarrollo de relaciones armónicas o, por el contrario, ser el caldo de cultivo de distintas patologías.



Photo by Federico Beccari on Unsplash
Tomemos el ejemplo de los chats. Las tertulias vía ordenador añaden a la rapidez del medio otra característica que las hace distintas de una clásica tertulia de café, y es el anonimato. La ausencia de la necesidad de estar debidamente identificado (aunque sea como un rostro visible) desinhibe de manera clara a los comunicantes. Oculto tras un nick (apodo), uno puede comunicarse con otra voz invisible y silenciosa que forma frases en la pantalla de nuestro ordenador. Entrar en un chat es como entrar en una cueva oscura llena de voces que hablan entre sí. Podemos ir aislando alguna de ellas y acallar las demás. A medida que intercambiamos frases, esa voz comienza a materializarse y, de manera inconsciente, vamos dotándola de rostro y cuerpo y vistiéndola también con ropajes emocionales. Este proceso de formación mental de la imagen de un comunicante anónimo es inevitable si la comunicación se mantiene durante el tiempo suficiente. 

El riesgo de las “proyecciones”

Photo by Daniel Korpai on Unsplash
Aquí es donde comienza el engañoso campo de las proyecciones psicológicas. Estos mecanismos consisten básicamente en que uno no ve al interlocutor tal como es, sino tal y como uno querría que fuese. A esto hay que añadir que, probablemente, todos tendemos a describirnos ante los demás no como somos sino como querríamos ser. El problema es que este proceso es básicamente inconsciente y, a no ser que estemos muy en contacto con nosotros mismos, caeremos en él aun intentando ser honestos.
 
El conjunto de proyecciones hacia el otro y hacia uno mismo parece dejar poco espacio para una relación real y verdadera, entendiendo como tal una comunicación no sólo mental sino de corazón a corazón. Un usuario de chats que se vuelque en ellos como vía principal de socialización y búsqueda de relaciones afectivas, puede introducirse en una espiral de mentalismos, sentimientos virtuales y pérdida de contacto con la realidad fáctica. De hecho, los "enganches a Internet" se tratan ya como una adicción más con su propia complejidad. Como en toda adicción, las personas más vulnerables son las que atraviesan períodos de introversión, falta de confianza en sí mismas o depresión, que los lleva a buscar el estímulo directo de una relación, aunque sea ficticia. También el colectivo de jóvenes cuya personalidad no está madura aún para disponer de suficientes mecanismos de defensa. Todos necesitamos contacto con los demás para no secarnos como una planta sin riego, pero el sucedáneo de las relaciones virtuales puede llegar a desestructurar una personalidad potencialmente patológica.
 
Con esto no tratamos de denostar la gran capacidad de Internet para ampliar el círculo de amistades y encontrar personas con inquietudes o aficiones comunes. Sólo trato de advertir que sin la dialéctica de la comunicación no verbal que se establece en una comunicación "cara a cara", es difícil no caer en proyecciones. Tal vez la manera de evitarlas, para quien busque relaciones afectivas serias por Internet, es reducir el tiempo de cortejo virtual y encontrarse directamente con la otra persona, para ver hasta qué punto sintonizamos con ella a otros niveles que no se pueden transmitir por la red. Cuando hablamos de "química" entre dos personas hacemos una referencia a la resonancia que se establece entre los patrones de vibración de dos organismos psicofísicos. Esa resonancia no es fácilmente “digitalizable”. Y si una imagen vale más que mil palabras, un abrazo o una mirada transmiten más que mil imágenes.

El amor, la conexión entre dos personas

Photo by Priscilla Du Preez on Unsplash
¿Y qué es el amor entre dos personas? Fundamentalmente, un misterio y una experiencia. Un misterio porque cuando es verdadero no se pierde en sí mismo, sino que tiende a expandirse para incluir a los demás. Una pareja demasiado ensimismada en su relación acaba perdiendo la energía que la puso en marcha porque no la renueva conectando con la vida que le rodea. El amor es también una experiencia porque de otro modo sería una mera elucubración mental. Todos los místicos han hablado del amor en el que uno se funde con la totalidad. La relación verdaderamente amorosa es un reflejo de ese amor.
 
La chispa del amor vuela por los aires a su antojo. No es extraño que aparezca en los sitios más inesperados o encontrarla cuando uno no la está buscando. De hecho, parece que la propia búsqueda del amor puede impedir a veces que el amor se manifieste, porque buscar cualquier cosa es traer a la mente la imagen de lo que buscamos hasta que coincide con lo buscado. De nuevo estamos en las proyecciones. Podemos recordar lo que le ocurre al personaje de Alicia en "Alicia a través del espejo". Cuando intenta acercarse a otros personajes reflejados en un espejo sólo consigue alejarse de ellos. Al final desiste, se da la vuelta y se tropieza directamente con la Reina de Corazones. 
 
Sin duda el amor viaja también por la red de Internet. Hay incontables testimonios que lo atestiguan. Tras un único y breve contacto en un chat, una conversación telefónica posterior y un encuentro, dos personas se pueden sentir maravillados ante el misterio que los ha reunido como si se estuvieran esperando mutuamente desde siempre.
 
Para los que se aproximan al concepto planetario que considera a la Tierra entera como un organismo viviente autorregulado, la red de Internet se asemeja a un entramado neuronal. Por él circulan los pensamientos y anhelos de la humanidad. Nuestra responsabilidad está en aprovechar este nuevo entorno para aumentar la vibración de la conciencia, no para crear otros paraísos artificiales de los que siempre acabaremos expulsados por una fuerza superior a nosotros mismos.






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