Cambia tu y cambiará el mundo



Maria Pinar Merino Martin

17/06/2025

Desde tiempos inmemoriales todos los pueblos de la Tierra han practicado rituales de renovación, ceremonias iniciáticas, bautismos y toda suerte de liturgias encaminadas a producir saltos cuánticos significativos en el camino de su evolución. Las religiones institucionalizadas no han perdido tampoco ese envite y han hecho un sinfín de promesas evangélicas ofreciendo una nueva vida.



Foto de Linus Nylund en Unsplash
Y es que el impulso de evolucionar, de mejorar, de acercarse a la perfección es algo consustancial con el ser humano y no nos sorprendería que un día se descubriera que esa energía impulsora se encuentra impresa en sus propias células. En todo proceso de cambio es fundamental entender el pasado para poder navegar el presente y proyectar el futuro que queremos.
 
El ser humano siempre ha mirado hacia adelante deseando un mundo mejor, más justo, más bello, más equilibrado. Un mundo más libre capaz de regirse por el amor y capaz también de abolir la ignorancia, los mitos y el miedo al futuro. Un mundo capaz de regirse por el amor y capaz también de abolir la ignorancia, los mitos y el miedo al futuro. Un mundo capaz de desterrar los misterios que han encadenado a los seres humanos durante siglos, sumiéndole en la superstición y la dependencia de los que creía más preparados.

Las grandes etapas

La Revolución Agrícola en la que se paso de sociedades nómadas a sedentarias fue el primer gran cambio. La Revolución Industrial que trajo cambios en el trabajo y la familia, el capitalismo y el nacimiento de las grandes urbes fue el segundo. El tercer gran cambio fue el nacimiento de la era de la Información que se produjo a finales del siglo XX, con la globalización, la digitalización, el neoliberalismo y el nacimiento de internet.
 
Todo salto cualitativo viene precedido de varias décadas de crisis profundas. Durante esos años saltan hechos pedazos los pilares en los que se sustentaban las instituciones que hasta entonces habían ostentado el poder. Así, al igual que el crecimiento del cuerpo físico obliga a éste a pasar por sucesivas etapas críticas, el emerger de un nuevo ser humano, como parte integrante de una sociedad distinta, produce también alteraciones de todo tipo en el tejido social donde se desenvuelve. En la adolescencia el cuerpo crece durante ciertos periodos de forma desarmónica, hay excesiva secreción hormonal de determinadas glándulas que producen trastornos de distinto tipo (piel, huesos, cartílagos, etc.), sin descartar los cambios psicológicos que se originan en la personalidad del individuo que sufre el proceso. Sin embargo, todos somos conscientes de que se trata simplemente de una etapa normal dentro del desarrollo de ese ser y los cambios, a veces desagradables, se soportan con estoicismo.
 
Probablemente esa sea la forma de encarar el futuro: No hay posibilidad de ir hacia atrás, luego es absolutamente imprescindible que nos focalicemos en construir las nuevas etapas que nos esperan, tratando de planificarlas de forma que no volvamos a caer en los errores del pasado.

El cambio es consustancial con la vida

El cambio es una necesidad ya imperiosa que demandan muchos hombres y mujeres que ven como mueren de hambre y miseria miles de niños diariamente, como la degeneración ecológica se hace irreversible en muchos aspectos, como el medio ambiente se ve alterado por los efectos del cambio climático, como la incomunicación, la soledad, los problemas de salud mental aumentan de forma alarmante. Como surgen cada día nuevos conflictos bélicos que asolan más países, como los desplazados huyendo de la guerra, el hambre y la miseria provocan el desarraigo en millones de personas, como la decepción hace perder la confianza depositada en las instituciones económicas, políticas, sociales y religiosas… No solo es el corazón del ser humano el que pide el cambio sino también el propio planeta, que necesita sacudirse de vez en cuando para eliminar las cargas negativas que le afectan como ser vivo que es.
 
Frijtof Capra en su libro “El Punto Crucial” (Ed. Kairós), señala la opinión del historiador J. Toynbee según la cual “…cuando una civilización llega a su auge tiende a perder el ímpetu cultural y a decaer. Según parece, un elemento esencial de esa decadencia es la falta de flexibilidad. Cuando las estructuras sociales y los modelos de comportamiento se tornan tan rígidos que la sociedad ya no puede adaptarse a los cambios de la evolución cultural, la sociedad se derrumba y, eventualmente, se desintegra…, la pérdida de flexibilidad de una civilización decadente se acompaña de una falta de armonía general entre sus elementos, lo que inevitablemente deriva en conflictos y luchas sociales”.
 
Solo tenemos que observar los acontecimientos que se están produciendo en nuestros días para comprobar que las palabras de Toynbee más que una reflexión parece una profecía.

Mirando al futuro

Sin embargo, siguiendo el razonamiento del prestigioso historiador “…durante el proceso de desintegración de la sociedad, ésta no pierde del todo su creatividad, esto es, su habilidad para responder a los impulsos. A pesar de que la corriente cultural de mayor envergadura se ha paralizado aferrándose a ideas fijas y a modelos rígidos de comportamiento, van a surgir otras minorías creativas que llevarán adelante el proceso de “estímulo y respuesta”. Naturalmente, las instituciones sociales dominantes se negarán a entregar las riendas del poder a esas nuevas fuerzas culturales emergente. Pero las viejas instituciones (léase Vieja Era) están destinadas a decaer y a desintegrarse y las minorías creativas quizá puedan transformar los viejos elementos dándoles una nueva configuración. Entonces el proceso de evolución cultural podrá continuar, aunque con nuevos protagonistas y en nuevas circunstancias.”
 
El cambio que se avecina será de una envergadura tal que trastocara todos los cimientos que han servido de base al ser humano actual. Cambio quizás comparable a la Revolución Neolítica que revolucionó la forma de vida del hombre primitivo.
 
Según parece, el nuevo ser humano emergente será capaz de utilizar sus capacidades de modo más coherente lo que le permitirá usar de forma más adecuada su libre albedrío: funcionará por sentido del deber, por autorresponsabilidad, intentará descubrir a Dios, a la energía creadora, a la fuente de donde proviene, no a través de la fe, sino del conocimiento de sus manifestaciones.
 
Esta idea entronca con lo que propugnaba el filósofo existencialista Jaspers hace algunos años cuando hacia referencia a que… “el cambio ya no puede estar asentado en una revelación, sino que ha de provenir de la ciencia”.






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