Poco a poco



Carmela Pérez . Villamalea

05/11/2015

“Poco a poco una a una caen las hojas del árbol frondoso y fuerte bajo el que nos cobijamos en nuestra infancia, hojas que antaño fueron pequeños brotes tiernos y delicados y con el paso del tiempo se convirtieron en hojas grandes y nervudas moviéndose al compás de los vientos que les tocaron sortear en cada momento de sus vidas….”



Ellas, mujeres de un tiempo difícil de posguerra, de estraperlo, de carencias y juegos de prestidigitación para llegar al sustento mínimo de cada día.
 

Ahora ya no, sus cuerpos gastados no pueden, no tienen fuerzas para resistir una vez más esta nueva difícil etapa que vislumbran en el horizonte y les trae tan ingratos recuerdos del pasado y, poco a poco, se nos van yendo.


Sus manos, cómo recuerdo sus manos, deformadas por la artrosis y el reuma, manos en sus últimos años de suave piel delicada que cosieron, remendaron, cocinaron, lavaron, segaron, vendimiaron de sol a sol, toda una gama de oficios para manos que nacieron para acariciar, querer proteger pero… que casi nunca se les permitió ejercer para tal fin, no era momento para delicadezas. Ellas querían así trabajando, entregándose en cuerpo y alma para decir con hechos lo que sus labios no sabían expresar y nosotros, hijos ya de otros tiempos, demandando sin pedir, palabras de amor y besos, pero la dureza de sus vidas las hizo distantes en el abrazo, a cambio se multiplicaban en el esfuerzo diario por compensar el no saber decir un “te quiero”.

 

“Que vientos de tempestades tan fuertes, lograron arrancarte de nuestro lado, a ti que tanto te queríamos…”

 

Me costó años entender que no se puede dar por supuesto lo que por hechos no se ha recibido, esas fueron las secuelas de una guerra, en donde no había lugar para los débiles, y cuanto más comprendía, más aprendía a quererlas, tan duras… tan frágiles… tan distantes… tan cercanas, pidiendo con sus miradas unas palabras de reconocimiento, cuánto hemos aprendido de su experiencia y qué pocas veces se lo hemos agradecido con palabras que es como lo necesitan, pero.. Cada cual levanta sus muros y fortalezas para defenderse del medio hostil que nos asedia, dejando los sentimientos bien guardados, tan adentro que cuesta, cuesta tanto sacarlos para no ser vulnerables al enemigo. Pero se nos olvidó que sólo había que pedirlo, ellas en su refugio ficticio sólo estaban pidiendo a gritos el amor que en su infancia les fue negado por las circunstancias, como tantos niños en la guerra, así de simple. Sólo hay que dar el primer paso.

 

“Me gustaba tanto abrazar tu cuerpo menudo y desvalido por el paso de los años.”

 

Ellas fueron y son las mujeres amadas de mi vida y de las vuestras, mujeres del barrio cercanas y prestas a la ayuda, de despertares al alba y trabajar sin descanso hasta el anochecer, mujeres que nos cuidaron en los barrios de nuestro pueblo guarderías a cielo abierto donde expresamos toda nuestra dosis de imaginación y dimos rienda suelta sin límites a nuestro espíritu aventurero por naturaleza, campos de mi amada tierra que ni es la más hermosa ni la mejor pero donde nunca después fui tan libre, como en las tardes de primavera corriendo con los brazos abiertos entre los campos de amapolas con mis amigas de infancia, recibiendo la vida en el corazón y la brisa en el rostro que me traía voces lejanas de un tiempo todavía por venir… y que ya casi, casi, me dolía en el pecho de tanta felicidad.

 

A mi madre y todas las mujeres que nos acompañaron a lo largo de la vida, a las que están y las que se fueron, que saben que las quise y las sigo queriendo a pesar de la ausencia que duele, ¡vaya que si duele!

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