La mirada interior



Luis Arribas Mercado

03/05/2021

En una ocasión, un amigo muy entendido en plantas medicinales, mientras paseábamos por el campo me comentó algo sorprendente: cuando una máquina abre un camino en medio del campo o del bosque, al poco tiempo surgen a los lados del camino plantas que son cicatrizantes de heridas y también me comentó que, normalmente, al lado de plantas que son tóxicas podemos encontrar el antídoto adecuado ¿Sorprendente, no? Eso me ha sugerido una reflexión que quiero compartir hoy con vosotros/as.



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A lo largo de la vida podemos sufrir rasguños emocionales o verdaderas heridas que perduran en el tiempo; heridas que no sabemos e incluso no queremos sanar. Buscamos en nuestro entorno la medicina que nos cure a través de nuevas relaciones, de psicoterapias, de lecturas de libros sobre el amor... pero la herida sigue ahí.            
 
No se nos ha ocurrido mirar en el interior, porque no sabemos o no recordamos que a los lados de la herida está la medicina cicatrizante, y lo está en forma de recursos internos que hemos ido guardando para cuando llegase la ocasión, como la autoestima, la inteligencia emocional, las experiencias pasadas, las relaciones familiares o también ese amigo o amiga que nos escucha sin darnos recetillas, esas cosas que, quienes dicen querernos, nos recomiendan como la panacea para nuestros dolores.
 
El escuchar a nuestro interior, a nuestro corazón, es el primer paso; el segundo es abrirse a quien te sepa escuchar sin juzgar, sin recomendar, sólo escuchar como si estuvieras hablando contigo mismo, que es cuando de verdad se descubre el camino para salir de la situación dolorosa. Cuando sacamos del interior toda la infección que nos atormentaba, nos damos cuenta de que hablar sin rencor, como si lo pasado hubiera sido un mal sueño, nos quita la presión y nos sana las heridas emocionales.

DEL DOLOR AL AMOR

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Recientemente he asistido a unas jornadas donde se hablaba mucho del dolor y del amor, de cómo recorrer el camino del uno al otro, de cómo superar las pruebas que la vida te ha ido poniendo para que encontrases la forma de aumentar tu autoestima, el conocimiento de ti mismo, el saber recuperar lo que te hace feliz y que quizás lo habías abandonado como algo sin valor.
 
Los testimonios personales de algunos ponentes fueron los que llegaron al corazón de los asistentes a las jornadas, mucho más que las sesudas disquisiciones sobre la mente y sus vericuetos que, aunque muy elaboradas, no llegaban a penetrar la piel de quienes escuchaban. En mi opinión, quienes asisten a ese tipo de jornadas no lo hacen para aprender técnicas que podrían encontrar en los libros de cualquier librería, lo hacen para sintonizar con el corazón de quienes están allí, sean ponentes o asistentes, escuchar sus experiencias personales con la esperanza de que aquello que escuchan resuene en su interior. En esas jornadas sucedieron ambas cosas, lo emocional y lo racional, pero las sonrisas afloraron en los rostros de quienes se emocionaron con lo que exponían algunos ponentes desde su corazón.
 
En esas jornadas, la palabra «perdón» estuvo presente en algunos de los ejercicios propuestos; perdón a quién nos hizo daño y perdón a nosotros mismos por habernos castigado tanto tiempo. Un perdón limpio, sin condiciones, sabiendo que, en todo proceso donde intervienen dos o más personas, todas tienen parte de responsabilidad, nosotros incluidos.
 
Todos tenemos a alguien a quien perdonar y también pedir perdón, sólo así podremos notar cómo cada día nos duele menos esa herida que no sabíamos cómo sanar, hasta que deja totalmente de doler y podremos «pasar la mano» por ella con la seguridad de que el recuerdo ya no duele, que se ha difuminado y sólo ha dejado una sensación de liberación, de que todo ha vuelto a su ser, que cada protagonista de la historia sigue su camino y ya no puede volver a herirnos porque somos más fuertes, más seguros, sin miedos, porque si caminas por el camino del corazón nunca más tendrás miedo.






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