El bambú



Susana Gowland

01/08/2025

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.



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También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, tirando de ella con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!
 
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
 
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto
estaría convencido de haber plantado semillas infértiles.
 
Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas... ¡la planta de bambú crece más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer?
 
No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad este bambú estaba generando un
complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
 
Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones
rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente el resultado
del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
 
Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar
la meta.
 
De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente frustrante. En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que en tanto no bajemos los
brazos, ni abandonemos por no «ver» el resultado que esperamos, sí nos está sucediendo algo dentro: estamos creciendo, madurando.
 
Quienes no se dan por vencidos van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.
 
Te propongo tratar de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación. Gobernar
aquella toxina llamada impaciencia, la misma que nos envenena el alma.
 
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes... ¡quizá sólo estés echando raíces!






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