Coherencia VS Violencia



Maria Pinar Merino Martin

28/02/2022

Algunas veces asistimos a hechos que parecen no tener sentido. Hechos que nos sorprenden, nos inquietan o nos conmueven, hechos que nos resultan incomprensibles. Cada vez que los medios de comunicación muestran escenas de violencia, atentados, guerras, agresiones de todo tipo… uno se pregunta: ¿es que no hay otra forma de arreglar los conflictos?, ¿es que no somos capaces de encontrar una solución que transite por la vía del respeto y la tolerancia?



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El problema de la violencia nos lo encontramos a la vuelta de la esquina y muchas veces incluso dentro de la propia casa. Las imágenes del sufrimiento de miles de seres nos asaltan todos los días, así como el dolor y la impotencia de las familias de las víctimas de causas que ya nadie sabe cómo empezaron. Porque en este mundo contradictorio en que vivimos mientras unos tratan de eliminar fronteras otros, con idéntico empeño, se esfuerzan por levantarlas.
 
Yo, al igual que millones de personas, no tengo capacidad para analizar políticamente los conflictos; no soy una experta, ni siquiera me considero con capacidad para hacer una evaluación histórica, porque probablemente para poder “darnos cuenta” de verdad de la complejidad de estos asuntos sería necesario estar inmersos en aquellos lugares y entre aquellas gentes.
 
La vida humana es un preciado don que tenemos para evolucionar, si nos la arrebatan nos están impidiendo atender a una inclinación natural: el aprendizaje. Por eso creo que nadie tiene derecho a decidir sobre la vida humana.

Lo que nos separa

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Porque aquí no se trata de la lectura que unos y otros hacen sobre la defensa a ultranza de unas ideas políticas, religiosas o de poder y más recientemente de la adhesión o el rechazo que provocan las medidas de los gobiernos que afectan a millones de seres en el planeta… aquí se trata de seres humanos, de personas que no tienen nada que ver con las ideologías y los bandos. Personas de cualquier lugar del mundo, que a lo mejor nunca han pensado en banderas o batallas, gente sencilla que se levanta por la mañana, coge un autobús para ir a su trabajo o lleva a sus hijos al colegio. Personas que no entienden el porqué de una lucha tribal que no se aleja demasiado del primitivismo de nuestros más lejanos antepasados.
 
Y, desgraciadamente para nosotros, esas escenas se repiten cada día en todos los puntos cardinales de nuestro planeta.
 
Es posible que aquellos que ostentan el poder en una y otra “tribu” pongan en marcha planes de actuación con los que intenten arreglar a su manera las cosas. Desgraciadamente para todos no parece que tengan mucho éxito y pasa el tiempo y los hechos se olvidan y pasan a formar parte de las estadísticas mientras los discursos y la demagogia se utilizan con fines políticos y electorales y uno se siente como un burro atado a una noria en la que ve periódicamente hechos similares que están teñidos por el mismo dolor.
 
Algunos responden con rabia y con rencor, otros con discursos, otros con violencia, otros miran hacia otro lado queriendo ignorar una realidad que una y otra vez se nos pone delante.
 
Pero, ¿qué hacemos nosotros?, ¿qué hacemos todos los idealistas de los movimientos de Nueva Conciencia?, ¿cómo podemos plasmar en la práctica las teorías que encajan tan perfectamente en nuestra mente?, ¿qué hacemos los que todavía albergamos la ilusión de que el mundo sea un lugar mejor en el que haya un espacio digno para todos?, ¿hay tiempo y fuerzas para cambiar las cosas, pero desde parámetros distintos a los actuales?
 
Sé que hay muchas personas colaborando en ONG’s, siendo solidarios cuando hay catástrofes, acogiendo a los más desamparados, ofreciendo tiempo o dinero, pero este asunto de la violencia tiene otros matices diferentes que lo hacen mucho más complejo. 

Y yo, ¿Qué puedo hacer?

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Hace días, buscando una información, me tropecé con una revista muy antigua, un número de “Más Allá” de hace mucho tiempo en el que se explicaba el Proyecto Coherencia. Seguramente algunos lo recordaréis pues se trataba de un experimento llevado a cabo por una empresa privada, pero en el que se involucraron distintas Universidades de todo el mundo y en el que participó también España. Intentaban demostrar la influencia que tenía en distintas áreas de la sociedad el ejercicio de la meditación en grupo. La prueba, que había obtenido resultados sorprendentes en algunas ciudades de Estados Unidos y de Inglaterra, despertó el interés de muchas personas incluso algunos premios Nobel (Illya Prigogine, Werner) y expertos en meditación transcendental como Maharishi. Unos y otros lograron demostrar lo que la física cuántica aseveraba: “Todo sistema de organización, ya sea físico o social, tiene innata la capacidad de ordenarse cuando se introducen en él un pequeño número de elementos ‘ordenados’ u ‘organizados’”. Ponían como ejemplo sencillo el cazo de leche en ebullición: si se introducen tres gotitas de agua fría inmediatamente baja la temperatura de la leche y se estabiliza.
 
Sabemos, también, que la meditación produce alteraciones en nuestras ondas mentales de tal manera que se sincronizan, se hacen más coherentes, haciendo que el cerebro funcione como un todo, no como dos hemisferios enfrentados. Al meditar en grupo el fenómeno se extiende a todos los participantes de tal manera que el conjunto funciona como un solo cerebro y se observa una coherencia en las ondas, una coherencia cerebral, de ahí el nombre de Proyecto Coherencia.
 
El efecto benefactor de estas prácticas en grupo se dejó sentir no sólo en los participantes, sino que incidía en la sociedad disminuyendo los accidentes, los divorcios, los robos, la delincuencia, el paro..., incrementándose por el contrario las altas hospitalarias y la respuesta solidaria.
 
El número mínimo de personas que debían concentrarse a una hora determinada y meditar es muy bajo con relación al total de la población. Por ejemplo, en Madrid calcularon que sólo hacían falta 255 personas para que toda la ciudad se beneficiara de esa influencia positiva. La distancia también influye y se observó que los efectos iban perdiendo fuerza a medida que nos alejábamos del punto de emisión. Ocurría un efecto similar al que se produce cuando lanzamos una piedra a un estanque, las ondas son muy fuertes en el punto donde cayó, pero van debilitándose a medida que se alejan de él.

Implicándonos con la PAZ hoy

Photo by Massimo Virgilio on Unsplash
Evidentemente, lo ideal sería que se reunieran grupos de meditación en aquellos puntos donde los conflictos están más agudizados, pero también hay otra forma de llevarlo a cabo que puede resultar igualmente efectiva: se trataría de crear una red de meditación, una serie de hilos unidos y entrecruzados formando un tejido que cubra toda España; cada persona sería un nudo en esa red y actuaría como un repetidor y amplificador de la señal que se potenciaría y se trasladaría al siguiente. La energía mental así dirigida formaría un haz de luz coherente, como el de un rayo láser, que estaría focalizado hacia la paz, la tolerancia y el respeto por la vida.
 
En este sentido, queremos hacer una propuesta: concentrar nuestras intenciones en dos bandas horarias, diez minutos de meditación por la mañana entre las siete y las nueve y otros diez por la tarde en ese mismo horario, de tal manera que durante esas dos horas haya una emisión de pensamientos positivos generándose constantemente, que generemos emociones y sentimientos de amor, concordia, unión, libertad, igualdad, justicia, verdad, PAZ…  
 
Es posible que haya muchas formas de implicarse, pero podemos recurrir a ésta, es sencilla y no cuesta más que un acto de voluntad, dar un SI personal, el compromiso de poner cada uno su granito de arena para alcanzar un objetivo común.
 
Lo hemos hecho muchas veces para conseguir cosas para nosotros mismos y ahora es el momento de demostrar que esas herramientas también son válidas para construir el futuro de nuestra sociedad, que hay formas de luchar con elementos que sabemos poderosos y también que el resultado está garantizado si no cejamos en el empeño, si nos mantenemos firmes en el propósito.

Enviando Amor al dolorido planeta Tierra

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Ahora bien, para que fuese realmente efectivo, deberíamos hacerlo de una forma absolutamente neutral, es decir, sin enjuiciar, esto es, sin buscar culpables, sin posicionarnos en nuestras creencias sobre quien tiene razón; sin tomar partido, sin intención de “cambiar” a personas o ideas, sino manteniendo el respeto al proceso personal en el que cada ser está inmerso. Sabemos que la energía es neutra, no tiene polaridad, y somos nosotros con nuestra intención los que se la otorgamos. Pues bien, es ahí donde hay que poner la fuerza y el empeño para que la energía que se genere sea constructiva y creativa, capaz de actuar –siguiendo los impulsos de la Inteligencia Suprema- en los lugares y momentos que más se necesite.
 
Todo es energía, todo es vibración y las energías de alta vibración influyen y modifican a las inferiores, según postula la física moderna. Pues bien, la energía de mayor vibración que existe es el AMOR, que es capaz de alterar cualquier estructura, por tanto, bien canalizada y focalizada en tres vértices: PAZ, TOLERANCIA y RESPETO POR LA VIDA pueden formar un triángulo que nos sirva como símbolo para concentrar toda esa energía. Podemos visualizar que ese triángulo de color rosa va aumentando su tamaño hasta abarcar todo el planeta regando con su energía benefactora a personas y conflictos, transformando las actitudes y los comportamientos que vayan en contra de la tendencia natural que cada día se hace más patente con el aumento de la masa crítica: el nacimiento de una sociedad más armónica para todos los seres vivos de este planeta.






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