Si no tuviera la certeza de que el mundo es imposible que desaparezca, yo no estaría aquí. Mi certeza está respaldada, no por aquellos que viven causando la muerte de todo lo que se expresa y vibra, sino por la mayoría de los seres que nacen cada día y por los otros, ya adultos, que con su luz iluminan los proyectos humanos y dan estímulos para seguir cocreando.  

Se dice que “para gustos, los colores”, o que “en la variedad está el gusto” Estos pensamientos vienen a mi mente y me llevan a otros en los que, sin andar muy lejos y quedándome en el entorno conocido más cercano, en la Tierra, me dan pie para retirarme un poco y tener una perspectiva más amplia y agradecer lo que sucede, en cada pequeño lugar, aunque me lleve un tiempo comprender que lo que sucede es perfecto tal y como es.  

Todos los días nos encontramos con noticias cuyos protagonistas son psicópatas que han matado a sus parejas, a niños o han incendiado bosques, y eso me ha hecho pensar que los seres humanos hemos perdido las referencias de lo que es verdaderamente importante: LA VIDA.  

Durante la Eco-92, en Rio de Janeiro, 1600 científicos, entre los cuales había 102 Premios Nóbel de 70 países, lanzaron el documento “Llamamiento de los científicos a la Humanidad”. En él decían: “Los seres humanos y el mundo natural siguen una trayectoria de colisión. Las actividades humanas...  

El Papa Francisco entiende el cristianismo no como un fósil del pasado, sino como un organismo vivo que se relaciona siempre con el tiempo presente y se renueva. Entonces es cuando muestra su permanente actualidad y enriquece el sentido de nuestra vida.  

La marcha de algunas personas que en mi vida han tenido importancia por distintas razones, ha sido convenientemente colocada en mi mente y en mi corazón con la certidumbre de que no todo se acaba con la muerte. Como decía uno de los protagonistas de la película “Belleza oculta”: “Nadie muere realmente si ha dejado buenos recuerdos”.  

Según los pueblos indígenas todos somos hijos de la Madre Tierra. Ellos conciben a la Tierra como una madre porque nos da alimento y procura nuestra supervivencia como especie.  

De nada sirve el conocimiento acumulado por muy amplio y profundo que sea si no cumple dos requisitos: 1) Que te haga crecer como persona y 2) Que haga crecer a los demás.  

Nos debemos a la esperanza aún en las noches de destrucción y muerte; nos debemos a cualquier chispa de luz que pueda brotar aún en la oscuridad más cerrada. Siempre marcharemos tras ellas. ¿Es posible esa otra lectura de algo tan trágico como la guerra? ¿Es posible mirar esta barbarie con los ojos del altruismo con los que siempre hemos de esforzarnos? ¿Y si pudiéramos dar la vuelta a tanto dolor, muerte y desolación? Habremos cuanto menos de intentarlo. Al fin y al cabo, las guerras y su sufrimiento desmedido han manifestado también un gran poder catártico, han resultado siempre ser los más duros, pero eficaces aceleradores de conciencia.