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Hacia la sobriedad feliz



Phillipe D.

17/04/2023

Que los seres humanos no cuidamos nuestro planeta no es una noticia nueva. Hay cada vez más científicos que dan la alarma y nos avisan de que el camino que seguimos es claramente insostenible. Si queremos –dicen- dejar a nuestros hijos y nietos un mundo habitable es preciso empezar ya una transición hacia otro modelo de producción, consumo y convivencia.



¿Qué le pasa exactamente a nuestra querida Tierra?

Foto de Javier Miranda en Unsplash
Foto de Javier Miranda en Unsplash
  1. Las actividades humanas generan gases de efecto invernadero (GEI) que a su vez producen un calentamiento climático cuyos efectos son difíciles de prever pero que podrían ser dramáticos (1) (2). Ya observamos el deshielo de los polos, la subida del nivel de los mares, las sequías más fuertes en las zonas secas y las inundaciones más fuertes en las zonas húmedas, etc… Este es el punto más conocido, más mediático.
 
  1. En segundo lugar, toda nuestra vida depende del mundo natural que es el capital común a todos los seres humanos, limitado y no sustituible. Sostenibilidad quiere decir que vivamos de lo que renta este capital natural sin comernos el capital mismo. El problema es que justamente estamos comiéndonoslo y existe el riesgo de que desaparezcan recursos naturales que usamos masivamente.
 
  1. Otro factor de riesgo es la contaminación que genera nuestra forma de producción, nuestro consumo, nuestros desplazamientos… y que perjudica nuestra salud por el uso de combustibles fósiles y de productos químicos en la agricultura, o sea en nuestra alimentación.
 
  1. La biodiversidad, muy importante para la vida en nuestro planeta, ya ha mermado. Cada vez más especies están desapareciendo a raíz de la modificación de ecosistemas, de la contaminación ambiental, de la sobrepesca, de la caza furtiva, etc… lo cual es muy grave porque son irrecuperables.
 
  1. El riesgo nuclear es real. Son catástrofes puntuales pero dramáticas. Sin hablar de los residuos radioactivos cuya peligrosidad dura siglos.
 
Ante este panorama, muchos investigadores han empezado a estudiar detenidamente la cuestión y no solo economistas. Georges Clémenceau decía: “la guerra es una cosa demasiado seria como para confiarla a los militares”. Ahora podemos decir que “la economía es una cosa demasiado seria como para confiarla a los economistas”. ¿Por qué? Pues porque los economistas solo ven una parte de la realidad. La economía clásica se olvida de la naturaleza (3). La economía ecológica quiere tener una visión global de la realidad y de hecho se han puesto manos a la obra sociólogos, biólogos, geógrafos, climatólogos, físicos, químicos, filósofos, matemáticos ¡y también economistas! que, han llevado a cabo un trabajo interdisciplinar riguroso (4) (5).

Foto de Damian Barczak en Unsplash
Foto de Damian Barczak en Unsplash

Hagamos un poco de historia

A partir de los años 1970 el Club de Roma, luego la OCDE entre otros, empezaron a hablar de un “crecimiento verde” pero esta opción ha sido abandonada porque se ha puesto de manifiesto que es imposible seguir creciendo y a la vez limitar las emisiones de GEI, el despilfarro de los recursos naturales, reducir la contaminación, preservar la biodiversidad y reforzar la seguridad energética.
 
No, lo que tenemos que hacer ahora es iniciar una ruptura radical de nuestro modo de producir y de consumir y plantearnos las verdaderas preguntas: ¿Qué necesidades esenciales queremos/podemos satisfacer? ¿Cómo cambiar los modelos de producción? ¿Cómo repartir el empleo? ¿Qué normativas sociales y medioambientales hemos de respetar? Esas preguntas deberían ser debatidas colectivamente a nivel local, nacional e internacional. Lo que pasa es que estamos paralizados por las crisis que se han apoderado de nuestros países y que nos impiden enfrentarnos a este reto. Cuando la gente pierde su trabajo, a veces su casa, poner en tela de juicio el mismo crecimiento económico parece una idea de locos.
 
Por eso renunciar al crecimiento (no a la prosperidad) supone:
 
  1. Poner el tema del empleo en el centro del proceso de transición ecológica. Los investigadores aseguran que, mediante unas condiciones asequibles, se puede conseguir el pleno empleo.
 
  1. Una redistribución dentro de las economías desarrolladas y, por supuesto también, una redistribución a nivel internacional entre los países ricos y los menos desarrollados. (6) ¿Cómo podrían éstos aceptar renunciar a llegar a niveles europeos o norte-americanos sin una aportación masiva de los países desarrollados?
 
  1. Introducir otras maneras de usar el trabajo humano y la naturaleza, disminuir el consumo,  consumir otros bienes y servicios, favorecer la inversión, desarrollar la agricultura ecológica, revisar nuestra manera de construir, de viajar, fomentar la autoproducción…
 
En definitiva, se trata de poner la prioridad en la satisfacción de las necesidades humanas esenciales, tomando en cuenta la naturaleza y las relaciones sociales. Se trata de traspasar a las generaciones venideras un planeta en buen estado. Se trata también de volver a introducir la economía dentro de un marco ético, de supeditar la economía a la ética. Lo cual es una verdadera revolución porque, desde el siglo XVIII, economía y ética están totalmente separadas.
 
Ese cambio de paradigma supone cambiar la herramienta de medir la riqueza nacional, el PIB (Producto Interior Bruto) porque solo mide el nivel de producción y de consumo y ya no tiene sentido. Más bien incita a la humanidad a acercarse a la catástrofe. Cada vez más gente, hasta la OCDE, está a favor de sustituirlo por otro y trabaja en ello.
 
Ante esta situación cabría esperar que los responsables políticos y los que toman las decisiones a nivel mundial, conscientes de sus responsabilidades para con las generaciones venideras, se habrán reunido para iniciar rápidamente este cambio radical que nos proponen los científicos. Pero, aunque se han producido diferentes encuentros a lo largo de los últimos años, los acuerdos tomados no están a la altura de la situación. El protocolo de Kioto, las conferencias de Bali, Copenhague, Doha, las repetidas cumbres del clima… han sido un fracaso. La mayoría, da igual su orientación política, siguen pensando que la salvación vendrá del crecimiento económico tal como está medido por el PIB.

Foto de Jonathan Kemper en Unsplash
Foto de Jonathan Kemper en Unsplash

¿Qué podemos hacer?

Entonces ¿qué podemos hacer? Pues, muchas cosas. Por ejemplo, mandar a los puestos de poder de decisión hombres y mujeres conscientes de la urgencia del cambio radical de paradigma en la gestión del planeta. Contribuir a difundir lo que se sabe del estado del mundo porque todavía hay mucha gente que no tiene ni idea de la situación. A veces se habla de ella en los medios de comunicación, pero creo que no suficientemente. En todo caso no tanto como, al azar, el fútbol. Luego podemos tomar decisiones o hacer gestos que contribuyen a la preservación del planeta. Desde hacernos casas bioclimáticas, calentarnos con el sol, viajar menos y/o con medios de transportes poco contaminantes, compartir coches, hasta comer alimentos de la agricultura ecológica, de la zona donde vivimos, de temporada, no beber refrescos llenos de azúcar y productos químicos, reciclar los desechos, decir “no gracias” cuando la dependienta nos da una bolsa de plástico no realmente necesaria y/o llevar a la compra una bolsa reutilizable y reciclable. Y mil y una cosas más que ayuden a mantener el planeta habitable. 

La dificultad está en que tenemos costumbres de consumo muy arraigadas y lo que hace falta ahora es una revolución de mentalidad. Si me permitís, os voy a dar un ejemplo personal: cuando empezamos a vivir juntos mi mujer y yo, teníamos un coche cada uno y así siguió durante muchos años. Luego se murió mi viejo Xantia y, “naturalmente”, me puse a buscar por internet un sustituto. Tardé unas semanas hasta que un día se me ocurrió la pregunta: Pero ¿realmente necesitamos dos coches? Y vino la respuesta: ¡pues, no! Desde entonces nos apañamos perfectamente con uno. Lo que me llama la atención es que mi primera reacción fue que “evidentemente” tenía que comprarme otro coche. Y eso que estoy sensibilizado al tema de la ecología. ¿Cómo es posible que no se me haya ocurrido antes que no era imprescindible? ¡Como me alegro ahora de que nos hayamos quedado con un solo coche! 

Ahora, la buena noticia es que hay mucha gente en el mundo que ha decidido hacer la revolución ecológica ya. En el documental la voz del viento (7) un productor francés de semillas hace un viaje por España desde Cataluña a Andalucía, parándose donde hombres y mujeres viven un proyecto alternativo, la mayoría de ellos en el campo, granjas ecológicas, cooperativas agroecológicas de producción y distribución, bioconstrucción, etc. Tienden a la autosuficiencia, luchan por conservar el derecho a producir sus propias semillas … Viven sencillamente y disfrutan de la vida.

En Francia también hay muchas experiencias de este tipo. El alma de una de ellas se ha hecho famoso, se llama Pierre Rabhi. Es pionero de la agroecología. Empezó con su mujer en una granja del sur de Francia y ahora acoge a grupos y talleres, da charlas en muchos países europeos y africanos, ha escrito varios libros en los que aboga por prácticas agrícolas respetuosas con el medio ambiente y preservando los recursos naturales. En uno de sus libros (8) cuenta eso: “Nació en un oasis argelino donde la vida era frugal pero armoniosa. De pronto todo se derrumba: el colonizador francés ha encontrado carbón y propone trabajo asalariado a los hombres válidos. Su padre, herrero, pierde clientela y tiene que ir a trabajar a la mina. Para el niño ver la transformación de este hombre y de todo el pueblo fue una experiencia dolorosa y determinante. Me llamó la atención que algunos de los nuevos mineros, nada más cobrar su primer sueldo, no volvían a la mina. Cuando reaparecieron les preguntaban: Pero ¿por qué no habéis vuelto a trabajar?, contestaban: ¡si no hemos terminado de gastar el dinero! Para ellos, siempre y cuando sus necesidades básicas estaban cubiertas, la acumulación de capital no tenía sentido”.


Conclusión

Estamos los seres humanos ante un cambio profundo de la gestión de nuestro planeta. Si somos razonables y cuerdos organizaremos este cambio de manera armoniosa y pacífica. Estoy convencido de que todos podemos salir ganando. Es cierto que los ricos de los países ricos tendrán que hacer un esfuerzo mayor y que, hasta ahora, nunca los privilegiados han abandonado sus privilegios de buena gana. Hay que recordar también que una buena parte de la riqueza de los países ricos viene del saqueo de los recursos de países del sur que han practicado durante siglos y siguen practicando. Por lo tanto, un reequilibrado radical de las riquezas a nivel mundial me parece un simple acto de justicia. Cada uno de nosotros podemos prepararnos. No tengamos miedo: ¡el decrecimiento puede llevarnos a la sobriedad feliz!
 
(1) El IPCC, Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático, en su último informe, dice que es “extremadamente posible” (95%) que la actividad humana está detrás del calentamiento que el mundo ha experimentado.
(2) Ver un video de la NASA (26 segundos): http://www.youtube.com/watch?v=EoOrtvYTKeE
(3) Jean-Baptiste Say (1767-1832) decía: “Las riquezas naturales son inagotables… (luego) no son objetos de las ciencias económicas.”
(4) Entre otros muchos: Dominique Méda cuyo libro “La mystique de la croissance” Flammarion, 2013 ha inspirado en gran parte este artículo.
(5) Ver también: Robert Costanza et al. “Building a sustainable and desirable economy-in-society-in-nature. Informe a las Naciones Unidas, 2012
(6) La desigualdad de condiciones de vida a nivel planetario es apabullante y moralmente chocante. De los 7000 millones habitantes del planeta, casi 3000 millones viven con menos de 2 dólares (1,47€) al día.
(7)http://vimeo.com/mosaicproject/lavozdelviento
(8) Traducido al español: Pierre Rabhi, Hacia la sobriedad feliz, Errata Naturae, 2013




              



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