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Una oportunidad inestimable

Probablemente estemos viviendo uno de los momentos más trascendentales



Luis Arribas

14/06/2017



Corría el año 1998, era el mes de noviembre y yo acababa de sufrir un infarto de miocardio que me tenía postrado en la cama de un hospital tratando de hallar una explicación razonable a tan aparatoso suceso.  

Entre los amigos que vinieron a visitarme se encontraba José María Doria, a quien muchos de vosotros conoceréis por sus libros, sus cursos o sus intervenciones en las jornadas que cada año organiza la Fundación Valores. Pues bien, cuando José María me vio, me dijo con un tono entusiasta: “¡Qué suerte has tenido... una cosa así es una oportunidad inestimable...!”. 
 
Por supuesto, en aquellos momentos pensé que estaba loco. ¡Una suerte que a uno le dé un infarto!, ¡una oportunidad inestimable! Pero ¿de qué estaba hablando? Hoy, años más tarde puedo decir que José María tenía razón, que la Vida le proporciona a uno las oportunidades necesarias para cambiar aquellas cosas que van en contra de nuestra felicidad, de nuestra evolución y que tan sólo es preciso estar atento a ellas para aprovechar bien sus enseñanzas.
 
El infarto me permitió empezar a percibir la vida con otros ojos, con otros matices y, sobre todo, me permitió establecer con mis semejantes unas relaciones de cordialidad y afecto que han conseguido fortalecer mi corazón y hacer que el amor impregne cada cosa que afronto cotidianamente o al menos ése es mi deseo.
 
Momentos trascendentales
 
Sirva este preámbulo como vehículo para tratar de entender lo relativo a nuestra situación como sociedad, como humanidad que se enfrenta al reto más importante de su historia, como es su propia supervivencia. En este sentido, probablemente estemos viviendo uno de sus momentos más trascendentales.
 
En mi opinión, los acontecimientos catastróficos que se han venido sucediendo en los últimos años a lo largo y ancho de todo el planeta pueden ser percibidos como una oportunidad de crecimiento a escala planetaria o también como la reacción de nuestro mundo ante la falta de amor que le mostramos.
 
En cualquier caso, elevándonos sobre las consecuencias que ha supuesto este hecho para los millones de personas afectadas, lo ocurrido puede ser tomado como un primer aviso de que por mucho poder, por mucho dinero que tengamos, la Vida nos puede colocar en el disparadero de la coherencia, del “darse cuenta”, so pena de volver a sufrir nuevos acontecimientos más graves y con peores consecuencias. Sólo los soberbios y los duros de corazón son incapaces de ver lo que la Vida nos está diciendo.
 
Aquellos que creen que pueden decidir sobre la vida y la muerte de millones de seres humanos, de animales, de plantas y hasta del propio planeta como entidad evolutiva, no parecen ser conscientes de que un simple “estornudo” del planeta puede dar al traste con sus planes, y la cadena de eventos catastróficos que se han venido sucediendo no ha sido algo sin importancia, hay que verlo como lo que en realidad ha sido: un verdadero infarto planetario.
 
No obstante, los seres humanos tenemos recursos para corregir los efectos de nuestros errores. Así, en estos momentos, casi podemos afirmar que se van quedando atrás las confrontaciones bélicas fratricidas que han sido una constante en casi todo el mundo y parecería que una Europa unida podría ser el catalizador que permitiera resolver los conflictos que se están produciendo en otras partes del planeta si no fuera porque en Europa en estos momentos se está librando una batalla, si no tan cruenta como las últimas confrontaciones bélicas, sí de consecuencias imprevisibles entre las que no son descartables los conflictos armados.

Oportunidad

Sin embargo, es precisamente está situación de inestabilidad social la que nos puede proporcionar la oportunidad de revisar nuestras propias creencias y posturas ante la vida. Me da la impresión de que el término “masa crítica” va tomando cuerpo aunque el aumento de personas que deseen el cambio de paradigmas no se incorporen al mismo por una cuestión filosófica sino porque están hartos de ser manipulados, asustados y arruinados por esos sistemas político-mercantilistas que se han dado en llamar “mercados”.
 
Y aunque las dificultades son evidentes, tengo el convencimiento de que somos los europeos los que verdaderamente tenemos recursos éticos y morales para ser quienes marquemos las normas de convivencia más allá de intereses partidistas o nacionales; no en vano tenemos casi cuarenta siglos de experiencia en todo lo que se refiere a convivencia y que partieron de concepciones filosóficas a orillas del Mediterráneo.
 
No obstante, difícilmente podremos adentrarnos en este siglo XXI con garantías de éxito si dejamos nuestro destino en manos de quienes tienen como horizonte tan solo el poder. Las posiciones templadas, indecisas, propias de educaciones mojigatas y medrosas se van a ver de pronto abocadas a tomar postura, incluidos los gobernantes que van a tener que soportar la presión proveniente de los ciudadanos a los que administran.
 
Y es que aquellos que buscamos la unión entre los seres humanos, que creemos que un mundo mejor es posible, seguramente pensamos que todo puede empezar por la construcción de una conciencia global que impida que se sigan produciendo los desmanes a los que estamos asistiendo en los últimos tiempos, ahora tenemos delante una oportunidad inestimable de hacer valer nuestra postura, tenemos en las manos un poder que no está siendo suficientemente aplicado, el del sufragio en las urnas, el del consumo responsable, el de averiguar donde va a parar el dinero que depositamos en los bancos y obrar en consecuencia, el de exigir a los gobernantes que respeten la voluntad popular y no actúen con miedo ante las presiones de los “mercados”, en definitiva, a decidir sobre nuestro propio destino.
 
Hace unos años me parecía imposible que pudieran cumplirse las profecías y las previsiones que anunciaban un cambio radical en nuestro mundo a partir del año 2012, tal vez porque nunca he creído que nuestra humanidad necesitara de un gran cataclismo para avanzar en su camino evolutivo.
 
Quizás los cataclismos anteriores sí fueran necesarios dado el nivel de desarrollo de nuestra humanidad, pero en la actualidad creo que el nivel de consciencia de la gente está aumentando y el rechazo a las guerras y a las manipulaciones políticas, religiosas y económicas se hacen presentes en cada manifestación popular que se produce por motivos sociales.
 
Ese aumento de consciencia popular incidirá directamente en las decisiones que tomen nuestros políticos, que pueden ver peligrar sus cuotas de poder si deciden ir en contra de los sentimientos de la gente de a pié. De hecho, a raíz de la guerra contra Irak se estableció como fuerza emergente “la opinión pública”, que no sólo puede llegar a quitar o poner gobiernos sino que, además, puede llegar a influir decisivamente en la economía de los países tan sólo con una actitud responsable a la hora de manejar el dinero.
 
Espada de Damocles
 
Por otra parte, la comunicación mundial a través de Internet está en auge y se está convirtiendo en la espada de Damocles que pende sobre las cabezas de nuestros dirigentes. Nunca como ahora el pueblo ha tenido en sus manos tal capacidad de presión, cosa que al mismo tiempo puede ser origen de confrontaciones si no se hace un buen uso de ella.
 
Y es precisamente en medios como Internet donde surgen proyectos que han dejado de ser utopías por el mero hecho de ser planteados públicamente; proyectos que pueden cuajar entre muchos internautas con capacidad de realización y divulgación en sus lugares de residencia. Ya no son las autoridades las únicas con capacidad para marcar el camino a seguir, ahora cualquiera puede plantear un reto, lanzarlo al mundo y escuchar como resuena, al fin y al cabo las utopías sirven para que caminemos en pos de ellas.
 
Cada uno de nosotros nos estamos jugando el futuro tanto personal como familiar y es hora ya de que nos preguntemos en qué creemos y obremos en consecuencia en cuanto a nuestra implicación en un proceso que parece irreversible y sobre el papel que todos deberíamos jugar en estos momentos trascendentales.





              



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