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Ahora que agonizo



Helio Núñez

01/10/2015



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Ahora que me voy acercando a este doloroso trance decisivo para mí, recuerdo entre enfadado y enternecido los empujones de políticos y famosos para salir en la foto, el cobro millonario de exclusivas de follones, follajes, adulterios y fornicios de la gente que se cree guapa, pero menos monos, y que luego los telespectadores de televisión basura y leones devoradores de revistas del corazón ven y leen respectivamente, y yo también me incluyo aunque sólo lo hacía como curioso esporádico; y lo mismo digo de los sueldos millonarios y a todas luces insultantes de quienes en el cine lo hacen bien que todo hay que decirlo o de las modelos todas ellas anoréxicas o de los deportistas que meten un balón gordo en una canasta o un balón menos gordo en una portería. Estos dechados de la humanidad se embolsan lindamente de una sola tacada mil veces más de lo que cobran muchas familias tercermundistas al año que son las que les han dado de comer cosas ricas ricas, les han cosido sus despampanantes vestidos tan horteras y fabricado los balones y zapatillas de deporte con las que han triunfado y se han forrado, pero la culpa la teníamos nosotros por tontos y no ellos que se dejan querer.
 

Ahora que se me acaba el tiempo para decir verdades pues me quedan sólo horas para entrar en un mundo que me produce un vago pavor, mi indignación va en aumento porque hay mafias que engañan a los desesperados emigrantes de vacía mochila para pasarlos al otro lado de la frontera, como a los espaldas mojadas, o embarcarlos en pateras o incluso en barcos oxidados que luego no llegan a otro destino que la panza de los peces o las playas donde deseaban arribar pero no precisamente muertos.
 

Ahora que me acerco a ese trance que todos tememos pero por el que todos debemos pasar reconozco que no es momento de odiar pero abomino de los que explotan a niños y niñas del turismo sexual para refocile de acomodados babosos y babosas primermundistas salidos que podían quedarse en sus países y dejar en paz a los indígenas que bastante tienen con intentar comer una vez al día, como los meninos da rúa en Sao Paulo, que los cazan a pistola los guardias lo mismo que a los golfillos esnifadores de cola de Caracas y a los asustados aprendices de mercenarios de Liberia y Sierra Leona a los que enseñan a matar o morir desde los 10 años cuando meten goles al adversario en un partido de fútbol sin balón de reglamento y sin botas de futbolista y aprovechan el descanso para neutralizar con metralleta de sargento y botas de soldado al que le señalan como su otro adversario esta vez no deportivo.
 

Dado que de un momento a otro voy a dejar este tenebroso estado de existencia para pasar a lo que aseguran ser la verdadera vida, tampoco quiero que se me pase decir que me causa profunda pena ver a nuestros hermanos animales torturados por diversión en las corridas de toros y a los toreros a los que encima aplaudimos, adoctrinar a niños y niñas en sus escuelas de tauromaquia volviéndolos inconscientes y crueles; me duele la orfandad de nuestros animales de compañía y me cabreo con sus dueños sin alma cuando los abandonan porque ya no son los encantadores cachorros a los que falsamente querían mientras les daban placer o cuando los explotan en peleas o carreras y luego los ahorcan o los matan a palos o de otro modo cobarde y no admiten que también son personas, personas perrunas.
 

Ahora que estoy acometiendo la última recta hacia mi meta, quiero recordar a las víctimas del terrorismo militar de los estados expoliadores y de los fanáticos políticos y religiosos y traer a mi memoria a los damnificados del tercer y cuarto mundo por la injusticia del comercio internacional impuesta por los países ricos; yo ya en mi situación actual poco puedo hacer pero me gustaría que todos se apuntasen a un comercio justo para que todos comiéramos, bebiéramos y viviéramos en hermandad.
 

Al llegar a este momento, y quedándome sólo minutos para dejar este mundo de sombras en el que todavía estoy luchando con el máximo denuedo, siento una desoladora tristeza contemplando cómo mi querida Tierra está siendo ensuciada, devastada, desarbolada y desertificada por la codicia sin fondo de una industria manejada por los opulentos; y advierto en mis entrañas una inefable compasión profunda como el mar esquilmado, serena como las llanuras desertizadas, callada como el bosque moribundo que clama por su salvación.
 

Muy pocos son los minutos que me restan para realizar mi último y sublime acto. Los que pasaron por él dicen que veré algo como un túnel oscuro, pero que al final de su recorrido, insignificante en tiempo y en espacio, resplandece una luz que ningún pincel de artista puede plasmar. Y que esa luz la empiezas a ver ya albergado en una persona que te ama incondicionalmente.
 

Mientras recorro veloz y dolorosamente estos últimos centímetros de agonía, (1) necesito lanzar a todos los vientos que todavía quedan árboles, plantas, ríos y animales que pueden ofrecer alimento, hogar y descanso para los que quieran nacer, vivir y otra vez morir lejos de la crueldad, egoísmo e hipocresía del hombre blanco.
 

Me gusta la selva brasileña, y en concreto una verdura virgen al noroeste de Brasil, pegando a Perú, a donde no ha llegado todavía la implacable codicia del blanco civilizado, a diez días en barco de Feijóo, la ciudad más próxima. Y no hablo de los yanomamis, sino de unos vecinos más al oriente cuyo nombre no quiero desvelar. No deseo que la encuentren y saqueen los avarientos y alienadores especímenes de la raza blanca. Aquí su intocado verdor ofrece fresca sombra, salud inquebrantable y una paz insospechada. Aquí cada día se puede escuchar el renovado, no aprendido e improvisado, concierto de multicolores pájaros cantores. Aquí puede uno bañarse en aguas incontaminadas. Aquí es donde me gusta vivir…
 

Pero ahora debo callarme: necesito la máxima concentración para que mi espíritu llegue el primero y se infunda en el feto que alberga el oscuro útero de mi madre, cuando, en cuclillas, me dé a luz dentro de unos instantes en esta choza de la Amazonia brasileña…

 

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(1) “agonía” y “agonizar” viene del verbo griego agonidsomai que significa luchar con denuedo para conseguir algo muy importante. En el mundo griego clásico se utilizaba sobre todo aplicado a los atletas que competían para llegar el primero a la meta y obtener así el azlon o premio. En nuestro mundo occidental moderno se utiliza prioritariamente para describir ese combate o lucha final que mantenemos con la muerte, poco antes de dejar este mundo. Pero nada obsta para que se aplique también a otras situaciones de suma importancia donde la vida está en juego.





              



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